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EL FUTURO EN EL VIDEOCLUB, por Víctor Gago

(Libertad Digital. Víctor Gago) Cuando Gabriel Elorriaga anunció nuevas ideas, ¿se refería a pasar de Hamlet a Hanna y sus hermanas? Rajoy concluyó su discurso donde Acebes inició el suyo: citando a Woody Allen. “Me interesa el futuro, porque es donde voy a pasar el resto de mi vida”. Se ve que la derecha española se siente aliviada de haber descubierto en Blockbuster el tentador relativismo del cineasta favorito de la izquierda aburguesada. La comedia resulta un género tan extraño a los atribulados hijos del crimen perpetrado en Elsinor el 11 de marzo de 2004, que el presidente del PP ni siquiera fue capaz de atribuir correctamente la cita, pero se aferró a ella: “Alguien dijo ayer [por el sábado] que el futuro le importa porque es el lugar donde vamos a pasar el resto de nuestra vida…”. Incluso una gruppie gótica como Carmen Calvo se conmovería por el candor con que la derecha se inspira en uno de los mitos del entretenimiento progre. Pasar del estreno de ‘Torrente’ al visionado de ‘Poderosa Afrodita’ representa una revolución cultural que demuestra el compromiso de normalidad proclamado insistentemente a lo largo de la Convención. Después de tanto realismo, quizá hasta Julio Medem y Fernando León se dejen caer por el próximo Congreso del PP y Carles Francino declare oficialmente una mañana de éstas que la crispación ha cesado.
 
El PP se ha marcado como prioridad que España vuelva a ser un país normal y recupere los dos años “dilapidados” en el experimento de Zapatero, un presidente “radical” y “errático”, que “carece de planes: no los ha tenido, ni los tiene, ni piensa tenerlos. No se sabe qué piensa y qué pretende hacer con España”, según constató Rajoy. La Convención celebrada este fin de semana ha subrayado que la oferta de los populares a la sociedad consiste en escuchar los problemas de la gente normal y proporcionarles soluciones normales, las mismas que se aplican en cualquier país normal de Occidente. El PP de Rajoy ha decidido que para llegar a la inteligencia y el corazón de las personas normales, se necesita un liderazgo naturalista, que prefiere la convención a la visión, que quita hierro al pasado y se toma el futuro con la ironía existencialista típica de un escritor acomodado en un apartamento de Tribeka. Toda la mercadotecnia desplegada este fin de semana en el Pabellón 2 de Ifema fue una exaltación del realismo leve y ocurrente. Miguel Ángel Tobías, el apuesto animador de las sesiones, se presentó como un chico normal de Baracaldo. Los jóvenes de Nuevas Generaciones corearon con ensayada normalidad: “Oa, oa, oa, Mariano a La Moncloa”. Rajoy y Aznar se sentaron juntos en el suelo como haría la gente normal en una función abarrotada del Club de la Comedia.
 
La prisa por un futuro ligero de equipaje que demuestran los ingenieros de marketing del PP no impidió, sin embargo, que los simpatizantes y afiliados aplaudieran a rabiar, a veces puestos en pie, las intervenciones de la Convención que abordaron el pasado inmediato, no sólo para defender con orgullo el legado de los ocho años de gobierno del PP, sino para recordar las circunstancias en las que el PSOE ganó las Elecciones del 14 de marzo de 2004 y para razonar e ilustrar la profunda motivación anti-democrática que inspira al Gobierno de Zapatero.
 
Eduardo Zaplana demostró que comprometerse con la verdad es también una forma de compromiso con el futuro de las personas normales.
 
“A estas alturas”, señaló el portavoz popular en el Congreso, “la democracia sigue sin saber quiénes fueron los autores materiales y menos aún quiénes estaban detrás de aquella masacre. Seguiremos haciendo todo lo que esté en nuestra mano para que se conozca toda la verdad a pesar de los impedimentos del Gobierno. Y lo hacemos y lo vamos a hacer porque nos lo exige la memoria de las víctimas y porque lo quiere la gran mayoría”.
 
Ángel Acebes intentó con su mejor voluntad ceñirse al bajo perfil recetado por los gurús de la telegenia política. Incluso lanzó a Woody Allen como referencia del centro reformista. Pero eludir el intento de expulsión del PP del sistema, que es la clave fundamental que explica todo lo que sucede en España desde el 14 de marzo de 2004 y de lo que a Gabriel Elorriaga, Sebastián González, Alberto Ruiz-Gallardón y otros no les gusta que se hable, es pedirle demasiado al secretario general de los populares y a cualquiera que sienta un mínimo respeto por la verdad.
 
Bastó con que Acebes leyera el literal del Pacto del Tinell donde el PSOE, ERC e IU se comprometen a excluir al PP de la gobernabilidad nacional, para que el plenario ovacionase en pie al secretario general. “¿Quién puede acusarnos, de buena fe, de no querer pactar con el PSOE? Nadie, nadie, de buena fe”, dijo, entre una ovación clamorosa.
 
Tampoco Sarkozy rehuyó el reconocimiento del “éxito abrumador” de la sociedad española durante los ocho años de Gobierno del PP. El ministro francés del Interior definió a Aznar como “uno de los grandes de Europa”. Su discurso estuvo presidido por la fuerza de las ideas sencillas y directas que la derecha europea y parte de la izquierda (Blair) defiende “sin complejos y con reflejos”, como pidió Esperanza Aguirre: libertad individual, mundialización , imperio global de la Ley, la democracia, la razón y el humanismo, intransigencia con el terrorismo,… No es cuestión de ideas nuevas, como postulan Elorriaga, González y Rajoy, ni de ‘talante’ nuevo, como defiende Ruiz Gallardón, sino de visión clara y liderazgo fuerte. Porque la Convención nacional del PP se ha debatido en lo de siempre, cuando se trata de la derecha española: la visión y el apaño, la ambición y el conformismo, la grandeza y la normalidad. Rajoy, exponente de la corriente acomodaticia, fue un brillante orador parlamentario en una de tantas sesiones de control al Gobierno. Aznar, por su parte, marcó un camino que viene del pasado y apunta con convicción a un futuro inequívocamente mejor para el mundo. La comparación nunca fue tan odiosa, pero ciertos dirigentes del PP se empeñan en que resulte inevitable.
 
Rajoy ha insistido en que Los indicadores del cambio.  España 1996-2003, el compendio estadístico elaborado por FAES para medir el ‘milagro’ español, no es una invitación a “dormirse en los laureles” o caer en la nostalgia, y que la prioridad del PP es renovar las ideas y mirar al futuro. Una prescripción tan correcta como hueca, porque, si algo se ha hecho bien en el pasado, ¿por qué no sentar sobre esas credenciales una pedagogía válida para el futuro? Entre las ideas nuevas que Gabriel Elorriaga y Sebastián González anunciaron la pasada semana, están, por ejemplo la financiación 100% pública del sistema de servicios para personas dependientes, una sostenibilidad energética basada en una imprecisa diversificación de fuentes de generación, o la defensa de un modelo de estado “no excesivamente intervencionista”. Decir lo mismo que diría un partido socialdemócrata escandinavo tiene muy poco de renovador para una fuerza política que se proclama liberal. El centrismo, para un influyente sector del PP, sigue siendo sinónimo de vaguedad, acomodamiento e introversión. Menos mal que Acebes dijo que el PP “no trabaja para la comodidad de sus dirigentes, sino para que los españoles vivan más cómodos”, porque, si no, muchos de sus votantes tendrían razones para pensar, después de esta Convención nacional, que simpatizan con un partido político de funcionarios y aficionados al realismo sucio de Woody Allen, quien, a su vez, se declara admirador de los pestiños existencialistas del sueco Igmar Bergman.

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