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DISCURSO ÍNTEGRO DE MARIANO RAJOY

Señor Presidente, Señorías. 
 
Antes de entrar en la materia propia de este debate, deseo establecer la posición de mi grupo en relación con la voluntad del señor Rodríguez Zapatero de iniciar el diálogo con la banda terrorista ETA. 
 
No comentaré, aunque me preocupan, las extrañas circunstancias en que el Presidente del Gobierno comunicó a la nación su voluntad de iniciar este diálogo, en un acto de su partido en la ciudad de Baracaldo. Tampoco quiero entrar en las oscilantes convicciones del Señor Ministro del Interior quien, sin que sepamos por qué, pasó en menos de cinco días de no estar convencido del alto el fuego a considerarlo completo y real. No entraré en nada de esto. Tampoco haré ningún comentario sobre las exigencias inaceptables porque son las de siempre, que surgen del mundo de ETA-Batasuna. Lo que me interesa de ese mundo es si están dispuestos o no a dejar las armas. 
 
Señorías, de acuerdo con lo establecido en el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, corresponde al Gobierno de España dirigir la lucha antiterrorista para lograr la derrota de los criminales utilizando todos los instrumentos del Estado de Derecho. 
 
El Gobierno, por datos que dice,  obran en su poder, ha dado por bueno el cese de las actividades delictivas de ETA y considera que ha llegado el momento de ponerse en contacto con los terroristas. Espero que se trate de conocer sus intenciones y comprobar si existe una decisión irreversible de abandonar las armas, disolver la banda y pedir perdón a las víctimas.  
 
Si es con este fin, el Partido Popular, como firmante del Pacto por las Libertades, y en coherencia con el mismo apoyará al Gobierno.  
 
Debe quedar bien entendido, como señala el citado Pacto por las Libertades que de la violencia terrorista no se extraerá, en ningún caso, ventaja o rédito político alguno.   De acuerdo con ello, el Partido Popular no prestará su apoyo a ninguna clase de negociación que tenga como objeto pagar un precio político bien sea a ETA, a sus cómplices o a sus sostenedores. ETA debe perder toda esperanza de lograr ni uno solo de los objetivos por los que ha estado matando, entre otros la autodeterminación y la anexión de Navarra. 
 
Es obvio, también que el hecho de que se inicie esta verificación no significa que se suspenda ninguna de las funciones del Estado de Derecho, especialmente las que corresponden al Fiscal General del Estado y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, ni que pierda su vigencia la Ley de Partidos Políticos, en consecuencia Batasuna no podrá presentarse a las elecciones mientras no cumpla los requisitos establecidos en la Ley.  
 
Señorías: 
He escuchado con mucha atención el discurso del señor Rodríguez Zapatero de esta mañana. No diré que me ha sorprendido su satisfacción porque conocida es la complacencia del señor Presidente con sus propios actos. No me sorprende, pero me cuesta trabajo compartirla. Si he de ser sincero, no se me alcanza el motivo de esta satisfacción.  
 
Al contrario. Una mayoría de españoles, incluida la clase política piensa que desde 1977 no ha habido un gobierno menos preparado y más ufano de su ineficiencia. 
 
No diré yo que todo esté mal. Hay algunas cosas que se salvan, especialmente en la economía. 
 
Es cierto, como se nos ha dicho esta mañana, que algunos aspectos de la economía van bien e incluso muy bien en términos relativos. Me refiero al crecimiento económico, la creación de puestos de trabajo, el equilibrio en las cuentas públicas, el superávit de la seguridad social, etc.  
 
Pero la moneda tiene dos caras. La economía española inició hace diez años un ciclo de crecimiento sostenido y estable cuya inercia aún nos dura. Debemos todos felicitarnos por ello, pero corresponde principalmente al Gobierno conseguir que no se frene. El déficit del sector exterior, las pérdidas de competitividad y el crecimiento de los precios hacen cada vez más difícil la continuidad del actual modelo de crecimiento. Su gobierno da la impresión de estar cruzado de brazos, encantado con la herencia recibida y sin tomar una sola medida destacable en política económica que sirva para afrontar un futuro que se asoma ya cargado de nubarrones en palabras del Comisario de Economía, Sr. Almunia, porque no lo es la insuficiente reforma laboral que hemos conocido estos días.  
 
Si descendemos a la renta de las familias, descubriremos una curiosa paradoja: el crecimiento va bien pero no llega a los españoles. Según el último barómetro del CIS, hay solo un 12 % de españoles que opinan, como el señor Rodríguez Zapatero, que la situación es mejor que la de hace un año.  
 
Ocurre que nuestra economía crece por encima del 3% al año, pero como la población está aumentando, como consecuencia de la inmigración por encima del 2 %, toca menos a la hora de repartir y la renta per cápita crece con más parsimonia. 
 
Si a esto añadimos el efecto del crecimiento de los precios por encima del incremento de los salarios y el repunte —aunque todavía leve— de las hipotecas, comprenderemos mejor que los españoles que afirman que la situación económica en su hogar se ha deteriorado en los últimos meses, sean tres veces más  que los que opinan que ha mejorado. 
 
El gobierno tendría que explicar por qué no se contienen lo precios; por qué perdemos competitividad; por qué algunas empresas cierran y se trasladan a otros países, por qué hemos perdido atractivo para las inversiones extranjeras, por qué hemos dejado de acercarnos a los niveles de bienestar y riqueza de los países más prósperos de Europa al animoso ritmo que seguíamos los pasados años. Debiera explicarlo y, sobre todo, debiera explicar qué piensa hacer para corregirlo. 
 
Tenemos por delante retos y desafíos importantes. Podemos afrontarlos con éxito. Los españoles ya lo hemos demostrado. Es necesario que el gobierno del Señor Rodríguez Zapatero abandone la pasividad y la política «de parches». En caso contrario, los «nubarrones» que nos anuncian desde Bruselas se pueden convertir en la «tormenta perfecta». 
 
El problema que más inquieta en este momento a los españoles es, sin duda, la inmigración. No faltan motivos. El Gobierno está objetivamente desbordado por la inmigración ilegal. ¿A qué negarlo? Ahora se mueve con prisas y agita todos los brazos de la administración, moviliza una patrullera, distribuye diplomáticos por las costas africanas y reclama la colaboración europea. ¡A buenas horas! Llega tarde y, además, pone los parches donde menos falta hacen. 
 
Por cada inmigrante que se juega la vida en un cayuco, entran cien por el Pirineo. El año pasado llegaron unos 7.000 inmigrantes a las costas canarias y entraron 700.000 por la frontera francesa. Con una diferencia: por el sur nos llegan víctimas de las mafias, pero por el norte, mezclados con la gente que viene a resolver su vida, se nos cuelan placidamente las mafias y los delincuentes. Conviene no confundir las tareas. Es necesario que el Gobierno solucione la agobiante situación que las Islas Canarias padecen como consecuencia de la llegada de inmigrantes subsaharianos que se acogen a la generosidad de este Gobierno. Pero hay que combatir la inmigración ilegal en su conjunto, la que llega a Canarias sin que nadie se lo impida, la que llega a Barajas y la que desborda cada mañana todas las fronteras de Gerona.  
 
Este Gobierno —que adora los experimentos y es tan suficiente que no hace caso de las advertencias de la Unión Europea y ni siquiera del sentido común—, pensó haber descubierto una varita mágica con aquella ley que ofrecía papeles para todos. Se nos dijo que España era la envidia de Europa por la regularización masiva de inmigrantes.  
 
El resultado ha sido, como advertimos, una gran convocatoria, un efecto llamada ecuménico, una entrada de inmigrantes anárquica, incontrolada e insostenible. En este momento hay en España más de 1.300.000 personas en situación irregular,  buscándose la vida. Esos que la señora Vicepresidenta dice eufemísticamente que están en fase de repatriación.  
 
Señorías mejor será que abordemos este drama en serio y con eficacia. Necesitamos a los inmigrantes pero es preciso que lleguen de manera ordenada y legal. Esta situación es insostenible y cuanto más se tarde en actuar más costoso resultará para todos. Nosotros estamos dispuestos a prestar toda nuestra colaboración pero ha de mejorar la manera de hacer las cosas. Ni siquiera se sabe, por ejemplo, cuántos ministerios llevan al alimón este problema y a quién le corresponde la responsabilidad de esta tarea: ¿al señor Moratinos, al señor Rubalcaba, al señor Caldera, a la señora de La Vega? ¿Hay alguien al mando tan siquiera?  
 
Me he entretenido en este apartado algo más de lo que el debate permite porque la historia de este fracaso me parece el mejor ejemplo de cómo actúa este Gobierno y que se resume en cuatro rasgos. Primero: no se acuerda de las goteras hasta que se inunda la casa. Segundo: alborota mucho con sus grandiosas disposiciones huecas, sus planes especiales, sus viajes, sus fotos, sus comisiones de expertos y sus presupuestos extraordinarios, pero no aplica más que parches. Tercero: se echa la siesta, es decir abandona el problema porque tiene que atender otras cosas, tales como enredar con la Constitución o perseguir al PP. Cuarto: al final deja todo mucho peor de lo que estaba. Cada vez que el Gobierno tiene una inspiración, se repite esta secuencia. 
 
En materia de seguridad ciudadana, no sólo ocurre que con este Gobierno aumentan los delitos, incluido el espantoso número de mujeres asesinadas en lo que llevamos de año, es que nos estamos enfrentando a unos tipos de delincuencia que no conocíamos. Una delincuencia importada, organizada y salvaje de secuestros express, bandas callejeras y asaltos a domicilios, que se ha colado de rondón entre nosotros sin que nada ni nadie se lo impida. Por Barajas nos entran mafias de la droga y por el Pirineo los delincuentes más agresivos que hemos conocido jamás. Algunos delincuentes que proceden de lo que fue la Europa del Este, llegan encuadrados en sus antiguas unidades militares con su oficial a la cabeza y actúan con armas y estrategias castrenses que aplican al asalto de domicilios y empresas. Pues bien todos ellos entran sin dificultad por las fronteras de Gerona mientras el señor Rubalcaba otea las playas africanas. 
 
No son inmigrantes que vengan a ganarse la vida. Son criminales que acuden atraídos por nuestro nivel de bienestar y por que según ellos mismos dicen en España no tienen mayores problemas. Necesitamos algo más que buenas palabras, señorías. El Gobierno ha dejado crecer insensatamente este problema y debiera apresurarse a presentarnos un programa de acción convincente. Y esto no es lo peor, señorías. Lo peor es que el Gobierno no ha tomado ni una sola medida eficaz para atajarlo.  Lamento confesarlo pero no estoy seguro de que se vaya a tomar ninguna medida eficaz. Esta tenía que ser la preocupación prioritaria  del señor Rodríguez Zapatero y del señor Rubalcaba, la preocupación preferente, pero me temo que tienen la cabeza en otras cosas. 
 
En cualquier caso yo le exijo que no arraiguen en España los secuestros express, las bandas callejeras y los asaltos a domicilio y que tome las medidas para ello. 
 
En materia educativa, lo más destacado de la gestión del Gobierno consistió en derogar la Ley de Calidad de la Enseñanza y sustituirla dos años después por una Ley que tuvo menos consenso que la anterior, echó a la calle a millones de personas y terminó con la Ministra cesada al día siguiente de su aprobación. Fue un clamoroso regreso al pasado.  
 
Si queremos una educación de calidad que los datos del conocido Informe Pisa hace imprescindible, debiéramos poner más empeño en fomentar la cultura del esfuerzo, recuperar la disciplina en las aulas y hacer cuanto esté en nuestras manos para que los profesionales de la enseñanza sientan el apoyo de la sociedad y de las instituciones educativas. Éste es el mejor camino para fomentar su motivación pedagógica. 
 
Y desde luego, la vertebración del sistema educativo y la libertad de enseñanza es algo a lo que no estamos dispuestos a renunciar.  
 
Señor Rodríguez Zapatero, la nueva Ley no está a la altura de lo que los españoles demandan y los intereses generales exigen para afrontar los retos de un mundo cada vez más competitivo. Merece la pena tomarse en serio esta tarea y reformar la Ley.  
 
Llegaron ustedes al Gobierno con una gran trompetería sobre la vivienda, los insoportables precios de los pisos y la escandalosa especulación del ladrillo. Venían a salvarnos y, para demostrarlo,  crearon un Ministerio de la Vivienda. Pues bien, dejando a un lado las soluciones habitacionales, además de perder el dinero que nos ha costado el ministerio, ¿qué más hemos conseguido los españoles? ¿Han bajado los precios de los pisos? No por cierto: han subido cerca del 30 % (29,1% para ser exactos). ¿Cómo hacen para poner las cosas peor?  ¿Será por las zapatillas? 
 
Además del ministerio, han creado con gran pompa una Sociedad Pública de Alquiler que moviliza a 22 funcionarios y 3000 profesionales de la intermediación para fomentar los alquileres. ¿Han logrado algo? Ya lo creo: han firmado la portentosa cifra de 1.208 contratos de alquiler en toda España. ¡1.208! Para que nos hagamos una idea: sólo en la ciudad de Madrid, en el mismo tiempo, la Agencia de Alquiler del Ayuntamiento ha firmado  2.408, es decir, el doble.  
 
Sr. Presidente, el Ministerio de la Vivienda no tiene más utilidad como todos, incluido Usted, sabemos que proporcionar algún que otro titular tragicómico a los medios de comunicación.  
 
Las tribulaciones de nuestra alicaída política exterior se resumen en que España ha desaparecido del mapa. Las relaciones con los que han sido nuestros aliados políticos y nuestros socios económicos, es decir, los países europeos, más los Estados Unidos, son pobres y no ofrecen señales de mejora efectiva. A unos los irritamos con nuestras frivolidades revolucionarias e indigenistas en Hispanoamérica; a otros, por nuestras arbitrariedades contra la OPA de Eon y los procesos de regularización masivas de inmigrantes Nuestro Presidente apostó por Schöeder y éste ya no manda. Apostó por Chirac  y nos ha costado miles de millones en la negociación de los Fondos Europeos. Apostó por Morales y han nacionalizado nuestras empresas. Menos mal que conservamos el buen talante y al señor Moratinos. 
 
Como es sabido, nuestra nueva doctrina diplomática defiende  un multilateralismo ecumenista, el populismo revolucionario y la Alianza de Civilizaciones. A nadie se le oculta que estas amenidades retratan a un gobierno que se considera absolutamente prescindible en el plano internacional. Ese es nuestro caso. Somos ya tan prescindibles que, a poco que el señor Zapatero se esfuerce, logrará que nadie cuente con nosotros. Señorías, puedo asegurar que lo he intentado con mi mejor voluntad, pero no consigo descubrir rasgos positivos en esta política internacional cabizbaja y errabunda, que por primera vez, desde que nació esta democracia no recibe del Gobierno el respeto que merece una tarea de Estado.  
 
Y ahora, Señorías, me van a permitir que deje ya a un lado todos estos aspectos parciales de la actividad del Gobierno para situar el debate en lo que a mí me parece que es el genuino “estado de la Nación”. 
 
Sea porque el señor Zapatero vive cautivo de los nacionalistas, sea porque piense que así perjudica más al PP, sea por lo que fuere, que no hace ahora al caso, lleva dos años intentado desbordar el dique de la Constitución y desfigurar eso de lo que ahora estamos hablando: la Nación. 
 
No nos ha explicado qué se propone,  no sé si porque no lo tiene claro o porque lo tiene tan claro que no se atreve a confesarlo. 
 
El caso es que llevamos dos años percibiendo los guiños que nos hace el Gobierno sobre lo discutible del concepto nación, de la forma del Estado, de la idea de España, del consenso constitucional y aún de la propia Constitución. Todo se ha vuelto elástico de repente, todo está en revisión, como si todo se pudiera cambiar. ¿Por qué hay que cambiarlo? ¿Quién ha dado permiso?  ¿Qué vamos a ganar?... No se sabe.  
 
Lo único que confiesa el señor Zapatero es que ha propiciado una nueva forma de autogobierno sin tener que emplear ninguna cirugía constitucional. Esto, en román paladino significa que está desguazando la Constitución disimuladamente. Eso ya lo sabíamos. Que no quiere consultarlo con los españoles también lo sabemos porque se lo hemos pedido con el aval de cuatro millones de firmas y se niega. Pero no sabemos nada más porque el abanderado del talante se refugia en las oscuridades. 
 
De que se está haciendo algo no hay duda. Hemos visto cómo el señor Zapatero rescataba un estatuto que los catalanes no consideraban prioritario, pero que él consideraba indispensable. Era su primera oportunidad para desbordar la Constitución y cambiar el modelo de Estado. No quiso perderla. Por eso no ha parado hasta imponer a los catalanes el estatuto que a él le resultaba más conveniente para sus fines particulares. 
 
¿Desea el Señor Rodríguez Zapatero modificar la España Constitucional? Está en su derecho al desearlo, pero no puede hacerlo por su cuenta. Le recuerdo que Usted, no se ha presentado a las elecciones con un programa para cambiar lo que los españoles quisimos ser cuando lo decidimos en el año 1978.  Tendrá que convencer a los españoles, que son los propietarios en esta materia. Para ello, lo que conviene es que juegue limpio y que hable claro para que todos sepamos a qué atenernos.  
 
Mientras los españoles no decidan cambiar las cosas —y todavía no han decidido cambiarlas-, lo que cuenta es que España no es una nación de naciones, ni de realidades nacionales, ni de culturas ni de territorios. España es una nación de ciudadanos. Lo repito: España es una nación de ciudadanos, es decir, de voluntades individuales. Solamente votan los ciudadanos. Solamente participan y definen el proyecto común de convivencia los ciudadanos. Ni las tierras ni las comunidades ni las lenguas ni las historias particulares: los ciudadanos y punto. 
 
No voy a repetir lo que sobre este asunto ya he dicho en esta tribuna en otras ocasiones. Pero su responsabilidad es histórica. Ningún Presidente del Gobierno ha actuado como Usted. Ninguno en el futuro lo hará. 
 
Así llegamos Señorías a lo que yo estimo como el principal logro del señor Zapatero. Me refiero a la incertidumbre. Llamo así, a lo que el diccionario llama incertidumbre: a la pérdida de certezas.  
 
A nadie puede extrañarle  que cuando se gobierna en las sombras, se ocultan las intenciones, se juega con las palabras, se derriban valores convenidos, se menosprecian las creencias, se alteran las reglas del juego y, sobre todo, cuando se quebrantan los consensos que sustentan la confianza de los ciudadanos, la gente se desconcierte. ¿Cómo no? 
 
Expresiones como no saber a qué atenerse, a dónde vamos, en qué manos estamos, qué va a pasar con este país... son ya moneda corriente en España y expresan eso que he llamado, con propiedad, incertidumbre. Así está la Nación, Señorías. Los españoles no saben a qué atenerse, no están seguros del terreno que pisan, no ven con claridad cómo se van a desenvolver las cosas. Este es el resultado más significativo de de la gestión del señor Rodríguez Zapatero: incertidumbre sobre nuestra situación, incertidumbre sobre nuestro futuro político y económico; laboral y empresarial; nacional e internacional. 
 
Esto no tiene nada que ver con la buena o mala marcha de la economía, del empleo o de las relaciones internacionales. Responde, sencillamente, a que el Gobierno carece de rumbo conocido. 
 
A la gente le alarma que no se conozca ningún plan de gobierno propiamente dicho. Se perciben ocurrencias sueltas para salir del paso, hacer que se hace para no estar quietos, pero nada serio. Hoy se le ocurre al Señor Rodríguez Zapatero hablar con Carod, mañana pactar con Mas, pasado cargarse a Maragall, el siguiente  quiere colocar a las víctimas en el preámbulo de la Constitución. Y todo eso, según va saliendo, según se le ocurre, sin que las cosas vengan a cuento, si hasta nos habla de los monos, y sin medir nunca las consecuencias de sus ímpetus.  
 
¿Quién puede poner la mano en el fuego por lo que ocurrirá o no ocurrirá en España? Nadie se atreve, ni dentro ni fuera de España, porque tanto los españoles como los extranjeros piensan que en España, en este momento, casi todo es posible, que no existe ningún límite que no pudiera ser transgredido, que la política española es imprevisible. Ni siquiera los socialistas viven tranquilos. Tampoco ellos saben a dónde se les lleva o cómo acabará todo esto. También entre ellos brotan voces de alarma. Lo digo porque las oigo. 
 
Este es el principal logro del señor Zapatero, el cambio más significativo en el estado de nuestra nación. El Presidente del Gobierno ha fracasado en su principal responsabilidad que es sembrar certezas, seguridad y confianza que estimulen las iniciativas de los ciudadanos en vez de paralizarlas.
 
Sin duda, Señorías, hemos conocido tiempos mejores, más armoniosos, más fructíferos, más esperanzados. 
 
Y con esto Señores pasamos a la que considero segunda conquista del señor Zapatero: haber sembrado la discordia entre los españoles. Una actividad en la que ha puesto todo su empeño. 
 
No lo sé con seguridad. No sé si es su nostalgia de la Segunda República o una simple pose de quien, tras la quiebra del paraíso socialista del futuro se refugia en el pasado. No lo sé. El caso es que se ha empeñado en resucitar tensiones que no existían antes de su llegada al Gobierno. Son mérito suyo. 
 
Yo creo con firmeza que ni el PSOE de hoy ni el PP, ni ninguno de los grupos que hoy se sientan en esta Cámara, tenemos nada que ver con lo que fueron los bandos contendientes en una guerra de hace 70 años. Nada que ver, afortunadamente. La nuestra no es una sociedad de grupos estancos, incomunicados, impermeables, sino todo lo contrario. Estamos todos muy mezclados, Señorías, muy mezclados. Esa es mi convicción. Por eso pienso que sería estúpido hacer un concurso para ver de qué bando procede la familia de cada uno de los aquí presentes. No seré yo quien fomente esa frivolidad irresponsable. No me interesa. Los españoles no me han puesto aquí para sembrar cizaña y yo ni la voy a sembrar ni consentiré en silencio que la siembre nadie. Lo único que me interesa es que, en 1978, toda España tomó la senda de la reconciliación, selló las puertas del pasado y decidió caminar hacia un futuro de convivencia solidaria y en paz. Hasta ahora, Señorías, lo habíamos logrado. ¿Qué quiere decir hasta ahora? Exactamente: hasta que llegó al Gobierno el Señor Rodríguez Zapatero. 
 
Señorías, la democracia española de 1978 se asentaba en un gran consenso fundacional: consenso en la reconciliación, consenso en las reglas de juego, consenso en la defensa de los valores del nuevo Estado. Pues bien, el señor Rodríguez Zapatero, por razones nunca explicadas, ha decidido, unilateralmente, que las cosas no se hicieron bien en 1978, y que como todo se ha hecho mal es preciso corregirlo todo.   
 
El primer fruto de esta actitud que pretende expulsar de la vida política a la mitad de las personas es que España, que estaba unida, se muestra hoy más dividida que nunca. Ahora nos han inventado españoles de dos clases: los buenos y los malos Y no se refieren a los de ETA. Es otro tipo de buenos y malos. Ahora hay catalanes y anticatalanes, andaluces y antiandaluces, vascos y antivascos. Es una división sectaria entre propios y ajenos, los que me aplauden y los que me estorban, los indispensables y los prescindibles. 
 
El sectarismo tiene muchas ventajas para quien lo practica. Por ejemplo, permite firmar el Pacto del Tinell contra el Partido Popular. Hacer y consentir lemas como el del Partido Socialista en el referéndum de Cataluña. Es llamativo que se considere deseable gobernar bajo la tutela del señor Carod Rovira, que se considere la posibilidad de llegar a gobernar en el futuro con el señor Otegui,  pero que se rechace cualquier asociación con el Partido Popular. 
 
El mayor ideal del sectario es que sus adversarios desaparezcan del escenario. Tienen razón: la mejor manera de evitar el incordio de la oposición es procurar que no haya oposición. 
 
¿Qué no harían Ustedes si no tuvieran una oposición como la nuestra?  
 
A nadie le choca que estas agresiones broten de intolerantes confesos como puedan ser los nacionalistas radicales del País Vasco o de Cataluña. Todos los que no comparten sus delirios están expuestos a los abusos, los insultos e incluso a la agresión. Lo que choca, lo lamentable es que Ustedes hayan permitido que el sectarismo contamine sus filas.
 
Este es el Estado de la Nación a fecha de hoy Señorías. No me extenderé más en este desagradable asunto pero quiero dejar algunas cosas claras. 
 
Señorías, los españoles, piensen como piensen, no necesitan el reconocimiento de nadie para saber si tienen sitio en la democracia o no se les consiente. Los españoles somos españoles, todos iguales, todos legítimos, todos en plenitud de nuestros derechos. 
 
Todos somos conciudadanos. ¡Hermosa palabra, Señorías! Llamamos conciudadanos a los miembros de nuestra sociedad en plenitud de derechos. Llamamos conciudadano a quien merece que se respete su libertad.
       
La esencia de la democracia no es la cintura, Señorías. Los principios distintivos de la democracia son la libertad y la igualdad. Especialmente la libertad y la igualdad de los demás. La libertad y la igualdad de quienes no piensan como nosotros.
 
Esta es la misión primordial del Estado: proteger la libertad y la igualdad. Esto es lo que debe garantizarnos el Gobierno: la libertad y la igualdad de las personas, de modo que por encima de nuestras ideas, de nuestra raza, de nuestra religión o de nuestra lengua, todos podamos sentirnos conciudadanos. 
 
En resumen, señorías, y con esto termino.  
 
Es evidente que, salvo en algunos detalles aislados, no comparto de ninguna manera el entusiasmo del señor Rodríguez Zapatero por el estado de la Nación ni por la salud de nuestra democracia. 
 
Estamos ante un Gobierno que carece de plan y de rumbo; que no sabe qué hacer con España y que se equivoca al escoger las prioridades. 
 
El señor Rodríguez Zapatero concentra sus afanes en los nuevos estatutos, la dispersión del Estado y la reforma taimada de la Constitución, como si de ello dependiera el bienestar de los españoles. Siembra cizaña y extiende la discordia como si de ello dependiera exclusivamente la supervivencia de su Gobierno. En fin, no es capaz de inyectar  ánimo ni confianza en la sociedad española porque ha disuelto las certidumbres.  
 
Así está la Nación, señorías. Así llevamos dos años. Afortunadamente dos años son tiempo suficiente para que los españoles caigan en la cuenta de muchas cosas.  
 
Tengo pocas convicciones, Señorías, pero esas pocas son muy firmes. Una de ellas es que esta España del siglo XXI, estos cuarenta millones largos de personas que madrugan cada mañana, que se afanan por salir adelante, por mejorar su situación, por abrir camino a sus hijos..., este enjambre laborioso que es España, tiene uno de los mejores equipos humanos del planeta. Dispone también de todos los instrumentos materiales que necesita. Y no le faltan las oportunidades. Sin embargo, se nos muestra perpleja y desconcertada, como si le hubieran amputado las ambiciones y la alegría.   
 
Ocurre que España está en unas manos que se aferran con ardor al timón de gobierno pero que, a la hora de la verdad, no quieren o no pueden o, simplemente, no saben gobernar y desgobiernan.  Por fortuna, esta situación es meramente temporal. Ni siquiera será larga.  
 
Necesitamos un Gobierno que haga las cosas como es debido – lo cual no es tan difícil como algunos parecen entender- , encierre la discordia, se tome en serio las cosas serias, y nos haga recuperar la confianza. 
 
Entonces España ocupará el puesto que le corresponde entre los más grandes. Que nadie lo dude, señorías. Ocupará el puesto que le corresponde entre los más grandes porque lo quiere, porque está en su derecho y porque de eso, además, nos encargaremos nosotros. 
 
Muchas gracias, señor Presidente.

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