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DISCURSO DE ZAPLANA: "COMPROMISO CON MÁS LIBERTAD"

A continuación reproducimos la intervención íntegra de Eduardo Zaplana en la Conferencia del PP sobre el Modelo Territorial.

Queridos amigos:
 
Quien nos hubiera dicho, que una de las conferencias más importantes de las que celebramos, para elaborar propuestas que ofrecemos a la sociedad, destinadas a resolver los problemas de los españoles, tuviera que ver con el Modelo Territorial, que todos creíamos felizmente resuelto y para siempre, con la Constitución de 1.978.
 
Tenemos la  Nación  más antigua de Europa.
 
Una Nación plural, diversa y moderna.
 
Una Nación Europea que, ni en sus peores momentos de convulsión y confrontación, que los hemos tenido, ni  siquiera cuando los políticos más han fallado, ha perdido el sentimiento nacional. Nunca ha dejado de existir ese sentimiento nacional.
 
Y llevábamos mucho tiempo buscando un traje a medida de esa Nación plural y diversa que somos, que finalmente encontramos de forma adecuada en la Transición.
 
Yo estoy profundamente convencido de que la Constitución de 1978 y, dentro de ella, el Estado de las Autonomías son el mayor acierto del constitucionalismo español.
 
Y  un acierto del conjunto de la sociedad española.
 
Y un éxito del que, afortunadamente, todavía seguimos disfrutando.
 
Por eso es tan grave que hoy tengamos que estar de nuevo planteando este debate y es tan grave  la responsabilidad del Presidente del Gobierno, de Rodríguez Zapatero.
 
Porque está  arrojando  por la borda este gran éxito colectivo.
 
El éxito que representa la Constitución y, como decía, dentro de ella, el Estado de las Autonomías.
 
Yo he sido siempre un defensor del Estado de las Autonomías . Y además lo he sido cuando más incomprensiones levantaba. Ahí están, tanto que les gustan a algunos rescatar hemerotecas, ahí están las hemerotecas para saber lo que todos hemos dicho al respecto.
 
Sin el Estado de las Autonomías, España no podría haber progresado ni se habría modernizado  como lo ha hecho en estos últimos años.
 
Y yo lo sé bien. He tenido la fortuna de ser Presidente de una Comunidad Autónoma, la Comunidad Valenciana, y he comprobado, y modestamente creo que demostrado, que, con los muchos instrumentos de que dispone en España en estos momentos un Gobierno autónomo, se puede transformar la realidad de una tierra, como está haciendo Esperanza y están haciendo todos nuestros presidentes en las Comunidades Autónomas que tienen la responsabilidad de gobernar.
 
El Estado Autonómico, por tanto, constituye un gran acierto. Y además fuimos nosotros los que culminamos prácticamente el proceso de descentralización con la transferencia de la Sanidad, y resolvimos además, no hay que olvidarlo, de forma satisfactoria, la financiación de las comunidades autónomas, por cierto a satisfacción de los nacionalistas –CiU la negoció y la votó a favor-, que eran el  principal escollo (la financiación) pendiente para el desarrollo de este Estado de las Autonomías.
 
¿Se puede avanzar más? Seguro. Siempre. ¿Se puede ir más lejos? También. Pero desde la lealtad. Siempre desde la lealtad.
 
Porque no es menos cierto  que sin un Estado fuerte no puede haber 17 Comunidades Autónomas fuertes.
 
Sin un proyecto común no pueden prosperar los proyectos de cada uno.
 
Por eso es fundamental la necesidad en España de partidos e instituciones nacionales fuertes que sean capaces de concertar los intereses de todos.
 
¡Claro que habrá diferencias! Las ha habido siempre. El otro día había una polémica interna dentro del propio Partido Popular sobre el agua. Mariano Rajoy y Ángel Acebes hicieron de partido nacional, concertaron las posiciones, establecieron un discurso único. Los partidos nacionales, el partido nacional, es vital precisamente para este Estado viable. Ya nos gustaría que el Partido Socialista no hubiera abandonado esa senda.
 
Y el problema que tenemos en este momento, el problema de este Gobierno es que no tiene ni proyecto, ni modelo nacional.
 
¿Cómo se puede en el futuro resolver la financiación de las Comunidades Autónomas si cada una elige un modelo?
 
¿Cómo se puede hablar de agua o de infraestructuras sin una política común?
 
¿Cómo se pueden afrontar situaciones de crisis si cada Comunidad intenta resolverlas por su cuenta?
 
¿Cómo podemos afrontar la inmigración ilegal si cada Comunidad decide su política?
 
¿Cómo podemos garantizar sin el Estado que todos los españoles sean iguales?
 
¿O cómo se pueden defender nuestros intereses en el exterior si no somos capaces de ponernos de acuerdo nosotros mismos?
 
En estos dos últimos años hemos asistido al retorno de la peor costumbre de la historia política española: la de revisar permanentemente el modelo de Estado para adaptarlo a la conveniencia partidista.
 
Yo me considero liberal, y desde esa posición política comparto la creencia de que cualquier marco de convivencia es mejorable, pero también estoy convencido de que su estabilidad es un importante valor añadido. Por eso, aunque necesarias, las reformas pueden convertirse en fuente de incertidumbre y de conflicto si se acude a ellas de modo partidista, sin saber para qué y sin evaluar las consecuencias  de dichas reformas.
 
Con Rodríguez Zapatero Zapatero, se ha vuelto a hablar mucho de España como problema. De nuevo ha vuelto a la agenda política. Pero se ha hablado muy poco de los problemas de los españoles, que era de lo que nos veníamos ocupando en los últimos años.
 
Tenemos  un Presidente de Gobierno ciertamente singular. Un Presidente él mismo ha dicho que ignora lo que significa la palabra nación, porque para él es un concepto discutido y discutible.  Y quizás lo haya dicho porque él crea que todo en la vida es tan discutido y discutible como su capacidad para ser el Presidente del Gobierno de todos los españoles.
 
Y que nadie se equivoque. No estamos ante un debate de moderación o radicalidad. Es absolutamente falso. El problema es que el Gobierno nos dicen que las definiciones son una cuestión semántica y no es verdad.
 
Zapatero fue el primer Presidente del Gobierno que llegaba a La Moncloa con la economía funcionando a pleno rendimiento, con el desarrollo del Estado Autonómico prácticamente culminado y con la banda terrorista ETA tremendamente debilitada y en el peor momento de su historia.
 
Sin proyecto, sin ideas, sin programa de Gobierno, pronto se descubrió que Zapatero era incapaz de llevar adelante una política de Estado.
 
Pero también muy pronto, y a causa de sus necesidades parlamentarias y de las exigencias de sus socios radicales, Zapatero se dio cuenta de que hacer política con el Estado podía ser su único asidero para permanecer  el mayor tiempo posible en el poder.
 
Desde ese momento, puso en marcha la quiebra de uno de los pilares fundamentales de la España constitucional, que había sido el pacto de las dos grandes formaciones políticas nacionales para decidir por consenso las cuestiones clave sobre el modelo de Estado.
 
Con esta ruptura, lo que hace Zapatero es enterrar al Partido Socialista que había hecho posible la Transición democrática.
 
Porque a partir de entonces, el PSOE deja de tener un proyecto nacional y se decanta claramente por la deslealtad a la España constitucional. 
 
Con su apuesta personal, Zapatero ha hecho que su partido se dejara en el camino su histórico carácter nacional.
 
El debate sobre las reformas estatutarias ha dado lugar a un insólito desplazamiento ideológico de la izquierda de este país, sin que, por cierto, ninguno de sus ideólogos y propagandistas  se haya echado las manos a la cabeza.
 
Los socialistas apoyan la desarticulación del Estado como garante de la solidaridad entre las regiones ricas y las menos ricas, pero todavía, aún así, se siguen llamando “progresistas”. Y en cambio nos etiquetan de «reaccionarios» a los que nos oponemos que se institucionalicen por ley las desigualdades entre personas y territorios.
 
Quieren pasar por modernos los socialistas por defender que los poderes públicos puedan invadir la esfera privada de las personas, obligándolas bajo pena de multa a rotular sus negocios en una determinada lengua o imponiéndolas que sus hijos aprendan en el colegio en la lengua que no quieren.
 
Y nos insultan y agreden a nosotros, por reclamar que el espacio privado es inviolable y exige el máximo respeto del poder político.
 
Son incapaces de entender que no es más control ni más intervencionismo lo que necesita la sociedad española del siglo XXI, sino más libertad y más autonomía frente al poder público y frente a los delirios colectivistas.
 
Si trasladáramos, por un momento, estos debates a Europa, nuestros aliados y amigos de la Unión se preguntarían con razón si los socialistas están en sus cabales.
 
Sería todo un espectáculo oír a nuestros socialistas llamar extremistas, radicales, reaccionarios y carcas a sus socios en la Internacional Socialista por defender, como defiende el Partido Popular, un Estado sólido y viable, y no un Estado residual e inviable.
 
¿Son reaccionarios acaso, o carcas los italianos, gobernados por una coalición de izquierdas, que se opuso en un referéndum a que las regiones asumieran más competencias del Estado, cuando tienen bien pocas?
 
¿Son los franceses reaccionarios, que están orgullosos del Estado centralista napoleónico? ¿O los alemanes, que están enfrascados en una reforma para reordenar, precisamente, todas las competencias de los landers?
 
Por eso, una cosa que me gustaría dejar bien clara esta mañana, es que no tenemos que tener ningún complejo, ningún complejo, en la defensa de nuestras convicciones.
 
Ninguno absolutamente.
 
Y no comparto los discursos que hablan de centrar el partido, porque no tenemos que ir a donde ya estamos, por nuestras ideas, por nuestra Historia y además con nuestros socios internacionales.
 
Si otros se mueven, yo quiero estar donde siempre he estado y donde siempre he estado cómodo. Donde estoy y donde estaré. Y mantener lo que he dicho siempre. Que, en política, ya llevo bastantes años, y una de las cosas que más orgullo me produce es poder defender las mismas ideas o los mismos principios que defendía en coyunturas distintas, bien distintas, hace algunos años.
 
Esos discursos hay que darse cuenta que son producto de la manipulación de nuestros rivales, con un interés claro por confundirnos.
 
El PSOE ha propiciado un debate falsario y manipulado con el cambio de modelo de Estado. Como hemos visto en el caso de Cataluña, lo único que ha perseguido es convertir una sociedad plural y dinámica en una sociedad uniformada, de pensamiento único, donde quiere que haya exclusiones, y no solamente la nuestra. No sé si a estas alturas ya los representantes de CiU se habrán dado cuenta de que han sido sujetos del “timo” de la reforma.
 
Pero en cualquier caso, cada vez se hace más evidente que, en estos dos años y medio de legislatura, Zapatero se ha ocupado demasiado tiempo de poner en cuestión las reglas del juego, y se ha olvidado de gobernar.
 
Zapatero ha pensado mucho en alianzas universales y en naciones virtuales, y se ha olvidado de la nación real, de la España de aquí y ahora, no la de hace setenta años. La España de cada día, en la que viven personas y no abstracciones. Personas con problemas y con ilusiones, que deberían ser el centro de la actividad política de cualquier Gobierno.
 
Y por eso la necesidad de esta Conferencia, la necesidad de esta iniciativa y por eso, desde mi punto de vista, la necesidad de una forma distinta de hacer política.
 
El Partido Popular es el único en condiciones de recuperar desde hoy mismo una AGENDA NACIONAL, que no esté reñida de ningún modo con el ejercicio del autogobierno por parte de las Comunidades Autónomas, sino muy al contrario.
 
Esta tarea no es sólo la más importante y la más necesaria. Es, además, la que nos reclaman con más urgencia los españoles porque saben que el Partido Popular es, ha sido, sigue siendo y va a seguir siendo siempre un partido nacional.
 
Somos el único partido de todo el arco político español que tiene ambición de España. Los únicos que tenemos sentido de Estado, que hoy más que nunca coincide con el sentido de lo común.
 
Es urgente recuperar el espacio del consenso entre los dos grandes partidos, que es el espacio donde se ha construido lo mejor de nuestra Historia reciente.
 
Y nosotros tenemos, lo hemos dicho hasta la saciedad, firme voluntad de reconstruir el consenso. Pero que nadie se engañe. Con este Partido Socialista, con este Gobierno,  es imposible.
 
¿Qué se necesita entonces para recuperar el consenso consenso? Que gane el Partido Popular las próximas elecciones y que el Partido Socialista renueve en la oposición a su actual dirección y recupere su histórica lealtad al proyecto nacional.
 
Solamente así, podremos retomar el PP y el PSOE la senda del acuerdo en los grandes temas de Estado, en las cuestiones nacionales clave. Intentando, como ha ocurrido, que se sumen cuantos quieran.
 
Bajo esta exigencia de lealtad, el Partido Popular podrá abordar las políticas de una auténtica AGENDA NACIONAL.
 
Una agenda nacional para hacer de la derrota de ETA un horizonte común en la defensa de las libertades y de la democracia.
 
Para pactar leyes orgánicas que recompongan el modelo que garantiza un Estado solidario, cohesionado y viable, sin españoles de primera y de segunda.
 
Para alcanzar un gran pacto social que permita, por ejemplo, la consecución del pleno empleo estable y de calidad antes de que acabe esta década.
 
Para conseguir un gran pacto que permita al Estado realizar políticas comunes que se nos reclaman de urbanismo, vivienda o infraestructuras.
 
Para lograr un amplio acuerdo sobre la segunda descentralización, para permitir que los ciudadanos, a través de los Ayuntamientos, dispongan de unos servicios más próximos y más eficaces.
 
Una agenda nacional para conseguir que la próxima pérdida de fondos europeos impida que algunas regiones tengan menos oportunidades que las demás.
 
Para poner en marcha un ambicioso plan nacional de I+D+i, que nos permita engancharnos de nuevo al tren del futuro de la investigación científica, tecnológica y biomédica.
 
O para firmar un pacto nacional a favor de un urgente modelo de desarrollo sostenible, con políticas efectivas que conjuguen nuestro crecimiento económico con las necesidades de nuestro medio ambiente.
 
Todo eso y muchas más cosas tiene que formar parte de esa agenda nacional, hoy olvidada por el Gobierno.
 
Queridos amigos:
 
España está llamada, desde mi punto de vista, en estos momentos, a la apertura de una nueva etapa, llámenle si quieren una “Nueva Transición”, si quieren, por desgracia, a empezar de nuevo, en donde la prioridad política no sea dejar fuera de juego a nadie, como sucedió en las más tristes etapas de nuestra Historia, sino que el objetivo de todos y para todos debe ser el de renovar nuestro compromiso como ciudadanos de una España con más libertad, más prosperidad y más solidaridad.
 
Los españoles fueron capaces una vez de sumar su esfuerzo para afrontar los retos de una situación tan delicada como fue el paso de la dictadura a la democracia. Lo hicieron volcando su confianza en un partido de centro y moderado, que supo concitar el consenso para que los españoles se dieran una Constitución de todos y para todos.
 
Después de catorce años de gobierno del PSOE, cuando la credibilidad del sistema democrático estaba en sus horas más bajas, los ciudadanos volcaron de nuevo su confianza en un partido de centro y la moderado, en el principal heredero de la Transición, en nuestro partido. El Partido Popular supo restaurar el prestigio de las instituciones y hacerse impulsor de las reformas y de las políticas liberales que necesitaba una España en quiebra económica y social. 
 
Ahora tenemos una nueva situación de incertidumbre, tremendamente delicada, que está, en cierta medida, asfixiando a nuestro sistema constitucional. Y creo que los españoles están buscando ya un referente político de seguridad y de estabilidad que les permita mirar al futuro con confianza.
 
El Partido Popular y Mariano Rajoy son sin duda de nuevo ese referente, que se hace necesario para acabar idea de la España provisional, desorientada y, lo que es peor, cada vez más irritada consigo mismo.
 
Ya lo hicimos una vez, y lo volveremos a hacer.
 
Muchas gracias.

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