L D (EFE) La emoción, el fervor y la pasión dominaron a miles de seguidores de Augusto Pinochet que asistieron este martes al funeral con honores militares que ofreció el Ejército al dictador chileno.
Los asistentes agitaban pañuelos blancos para despedir al ex dictador y aprovechaban cualquier oportunidad para insultar a los periodistas con términos como "mentirosos" o "vendidos", más aún cuando veían credenciales de prensa española. La inquina de los partidarios de Pinochet contra los españoles se remonta al 16 de octubre de 1998, cuando el ex dictador fue detenido en Londres a petición del juez Baltasar Garzón, que buscaba enjuiciarlo por crímenes de lesa humanidad.
El trabajo de los periodistas se complicó más porque los seguidores de Pinochet se infiltraron en las áreas habilitadas para la prensa, y entorpecían y trataban de impedir la labor de los informadores, especialmente de fotógrafos y camarógrafos. Aparentemente, les sirvieron de acicate las palabras de Lucía Pinochet, la hija mayor del ex dictador, que en su discurso durante la misa acusó a "la prensa internacional" de haber perseguido a su padre. "La prensa internacional lo ha calificado en los peores términos que alguien pueda proferir a un ser humano", afirmó Lucía Pinochet.
Así, con vítores como "¡Viva Chile Pinochet!" y "¡Presidente Pinochet, aquí estamos otra vez!", pañuelos blancos en alto, los adherentes interrumpían una y otra vez la ceremonia. Mientras todo esto sucedía en el patio de la Escuela Militar, en las afueras del recinto militar los pinochetistas que no pudieron ingresar a la ceremonia se hacían notar con cantos y gritos.
Los únicos felices en el funeral de Pinochet eran los numerosos vendedores ambulantes que se apostaron en las afueras del recinto militar, para vender insignias con la cara de Pinochet, banderas chilenas y paraguas para aplacar el incesante calor que imperaba en la capital chilena.
Incluso los residentes en edificios cercanos al recinto, de muchos de los cuales colgaban banderas chilenas, alquilaban sus balcones a quienes querían tener una mejor visión del funeral. La gente de pie podía pagar 10.000 pesos (19 dólares) por un puesto en un balcón, pero la cifra podía hasta multiplicarse por diez si el interesado era un fotógrafo o camarógrafo.
La masa humana obligó a los carabineros a cerrar momentáneamente las calles aledañas. La gran interrogante para los periodistas es de dónde salieron los miles de simpatizantes del ex dictador, que en los últimos años jamás se vieron, pues cuando salían a la calle a manifestarse o incluso cuando saludaban al ex dictador en su cumpleaños no llegaban al centenar.
La única parte del funeral a la que tuvieron acceso todos los seguidores de Pinochet fue a los honores que le brindó el Ejército en el frontis de la Escuela Militar, donde, como ordena el reglamento, una cureña, seguida de un caballo sin jinete, trasladó el féretro. En esa etapa, la familia Pinochet-Hiriart sucumbió al llanto, mientras los simpatizantes seguían con sus epítetos contra la prensa y sólo se callaron cuando despegó el helicóptero que trasladó el cadáver hasta la localidad costera de Concón, a 140 kilómetros al noroeste de Santiago, para ser incinerado.
El trabajo de los periodistas se complicó más porque los seguidores de Pinochet se infiltraron en las áreas habilitadas para la prensa, y entorpecían y trataban de impedir la labor de los informadores, especialmente de fotógrafos y camarógrafos. Aparentemente, les sirvieron de acicate las palabras de Lucía Pinochet, la hija mayor del ex dictador, que en su discurso durante la misa acusó a "la prensa internacional" de haber perseguido a su padre. "La prensa internacional lo ha calificado en los peores términos que alguien pueda proferir a un ser humano", afirmó Lucía Pinochet.
Así, con vítores como "¡Viva Chile Pinochet!" y "¡Presidente Pinochet, aquí estamos otra vez!", pañuelos blancos en alto, los adherentes interrumpían una y otra vez la ceremonia. Mientras todo esto sucedía en el patio de la Escuela Militar, en las afueras del recinto militar los pinochetistas que no pudieron ingresar a la ceremonia se hacían notar con cantos y gritos.
Los únicos felices en el funeral de Pinochet eran los numerosos vendedores ambulantes que se apostaron en las afueras del recinto militar, para vender insignias con la cara de Pinochet, banderas chilenas y paraguas para aplacar el incesante calor que imperaba en la capital chilena.
Incluso los residentes en edificios cercanos al recinto, de muchos de los cuales colgaban banderas chilenas, alquilaban sus balcones a quienes querían tener una mejor visión del funeral. La gente de pie podía pagar 10.000 pesos (19 dólares) por un puesto en un balcón, pero la cifra podía hasta multiplicarse por diez si el interesado era un fotógrafo o camarógrafo.
La masa humana obligó a los carabineros a cerrar momentáneamente las calles aledañas. La gran interrogante para los periodistas es de dónde salieron los miles de simpatizantes del ex dictador, que en los últimos años jamás se vieron, pues cuando salían a la calle a manifestarse o incluso cuando saludaban al ex dictador en su cumpleaños no llegaban al centenar.
La única parte del funeral a la que tuvieron acceso todos los seguidores de Pinochet fue a los honores que le brindó el Ejército en el frontis de la Escuela Militar, donde, como ordena el reglamento, una cureña, seguida de un caballo sin jinete, trasladó el féretro. En esa etapa, la familia Pinochet-Hiriart sucumbió al llanto, mientras los simpatizantes seguían con sus epítetos contra la prensa y sólo se callaron cuando despegó el helicóptero que trasladó el cadáver hasta la localidad costera de Concón, a 140 kilómetros al noroeste de Santiago, para ser incinerado.