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ACTO POR LAS PRIMERAS ELECCIONES DEMOCRÁTICAS

DISCURSO ÍNTEGRO DE RAJOY

Queridas amigas, queridos amigos.
 
Conmemoramos hoy los treinta años de la fundación de nuestra democracia. El 15 de junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones libres tras cuarenta años sin ellas. Ninguno de vosotros había nacido en aquella fecha y por eso me parece especialmente indicado que dediquemos unos minutos a reflexionar sobre la importancia de aquella jornada, no sólo para la transición política, sino para el presente y el futuro de España.
 
Yo lo puedo hacer con la objetividad que me otorga el no haber sido actor, ni principal ni secundario, en aquella obra, porque, era entonces más joven de lo que sois, a día de hoy, la mayoría de vosotros. Participé, como la inmensa mayoría de los españoles del entusiasmo del momento y aún me recuerdo pegando carteles electorales de aquella primera campaña. Pero fue otra generación a la que le correspondió protagonizar los papeles centrales de la obra.
 
No es fácil explicar qué sentíamos los españoles en 1977. Yo destacaría la unidad, el sentido de pueblo, el nacimiento de la conciencia de ser una nación soberana.
 
En los treinta años que ahora celebramos hemos conocido tres situaciones en las que los españoles se han mostrado como un solo hombre, imbuidos de un sueño, convencidos de su fuerza y arrastrados por una ilusión que barría todas las diferencias.
 
La primera fue en junio de 1977, cuando estrenamos la democracia.
 
La segunda fue en febrero de 1981 cuando vimos la democracia en peligro por un golpe de Estado.
 
La tercera fue en julio de 1997,  cuando todos los españoles nos cogimos de la mano para formar una barrera de voluntades que se enfrentara al terrorismo. A eso se le llamó, y se le llama, el Espíritu de Ermua.
 
En las tres ocasiones, ocurrió lo mismo. Nos sentimos españoles, nos sentimos propietarios de nuestro destino, de nuestras reglas de convivencia, de nuestra soberanía, y reaccionamos todos juntos, casi al unísono, para dar un gran paso al frente en la construcción de la democracia, en la defensa de la libertad, en el combate contra los enemigos de la vida.
 
Esta es la principal razón por la que yo conservo una gran fe en la capacidad del pueblo español. Ahora, a veces, lo vemos dividido, erizado de discordias, como un equipo de fútbol mal dirigido y peor entrenado.
 
Pero sé que cuando se les convoque para algo que comprometa a España, a la democracia, a la libertad, al futuro de todos como españoles, volverá la ilusión por avanzar de nuevo juntos.
 
Nunca van a faltar en España quienes se empeñen en dividir a la gente, en fomentar el egoísmo, o en menospreciar su condición de españoles. Nunca faltarán, pero serán pocos.
 
La inmensa mayoría lleva a España en su corazón, se preocupa por el futuro de los españoles y sabe responder cuando se la convoca para que demuestre su valor, su patriotismo y su generosidad.
 
Estamos celebrando una fecha que se caracteriza porque alumbró un gran espíritu de entendimiento, un afán incontenible por  ejercer la democracia, un gran orgullo por ser dueños de nuestras decisiones, y un deseo sin límites de dejar atrás la historia y vivir en paz.
 
Supimos salir adelante. Creamos un marco de convivencia plural que nos reconciliaba a los españoles y nos permitía construir juntos el futuro. Establecimos unas reglas, escritas o sin escribir, lo que se llaman los consensos, que eran el reconocimiento explícito de que España no era propiedad de nadie, sino patrimonio de todos y que las decisiones que afectaban a ese bien común debían tomarse por acuerdo entre todos.
 
Este espíritu representó para los españoles poco menos que encontrar un tesoro. A los extranjeros les pareció un milagro, pero era real. Y lo ha seguido siendo hasta hace unos pocos años en que, lamentablemente, el Gobierno ha puesto todo su empeño en destruirlo: destruir los consensos, encizañar la convivencia, desenterrar los enfrentamientos y sembrar cuñas de insolidaridad.
 
Por eso es tan conveniente recordar aquella fecha y lo que en ella se produjo.
 
La Transición a la democracia tiene un eslabón fundamental en aquellas elecciones que hoy conmemoramos. Os recuerdo que los antecedentes no permitían ser demasiado optimistas. La historia política de España desde comienzos del siglo XIX hasta la restauración democrática de 1977 tiene, como todas, luces y sombras, pero más de las segundas que de las primeras. Sobre todo una sombra especialmente alargada se proyectaba sobre nuestro futuro colectivo: la dificultad, casi siempre insalvable, que habían encontrado los españoles de esos tiempos para construir un marco político habitable por todos, construido desde la voluntad de integrar y compartir y no la de excluir y aplastar al adversario.
 
A las elecciones de 1977 se llega después de superar, en poco tiempo, muchos escollos. Se ha hablado –y se ha escrito- mucho de la “ingeniería política de la Transición” para explicar cómo se pusieron a punto los mecanismos que permitieron construir la democracia. Yo prefiero hablar de las personas, no de la ingeniería sino de los ingenieros, de los artífices de aquel proceso. Prefiero hablar del caudal de compromiso, sentido del pacto, esfuerzo, dedicación y talento que unos y otros aportaron al establecimiento de ese sistema de convivencia.
 
Lo esencial es que nadie se empeñó en tener toda la razón y todos se esforzaron en reconocerle alguna razón al contrario. Lo esencial es que todos pensaron que era preciso encontrar un punto que no excluyera a nadie y que incluyera a todos los que quisieran embarcarse en la tarea de construir la democracia. Lo esencial es que todos entendieron que era mucho mejor mirar hacia delante que volver la mirada atrás y seguir recreándonos en la parte menos ejemplar de nuestra historia plena de enfrentamientos.
 
No se obró ningún milagro, ni tuvo lugar ninguna conjunción favorable que diera lugar al éxito de la operación. Más bien al contrario: las circunstancias ambientales fueron más bien adversas y dos  de ellas especialmente negativas. De un lado, una situación económica llena de problemas y una elevada conflictividad social. De otro lado, una actividad terrorista de ETA que se intensificó mucho en aquellas fechas, y a la que se añadía el terrorismo del GRAPO, capaz entonces de acciones muy dañinas.
 
Pero frente a las dificultades propias de la empresa y las que además proporcionaba el entorno hostil en que aquella se había de desarrollar, se alzó la determinación de los hombres y mujeres que no dudaron en dar lo mejor de sí mismos, que incluso en muchos casos no dudaron en  sacrificar sus propias carreras profesionales al servicio de un empeño en el que nos jugábamos la suerte del país para varias generaciones. Gente que no sólo sacrificó su vida profesional, incluso su vida personal y familiar, sino que también tuvo a veces que “quemarse” políticamente para que avanzara la democracia.
 
Por tanto, no penséis que aquello fue un paseo campestre o un camino de rosas. Fue un camino difícil, erizado de riesgos, amenazado por todo tipo de dificultades, en el que hubo que tomar muchas decisiones difíciles sobre la marcha, en el que el propio desenlace pareció a menudo imposible, en el que la marcha atrás parecía estar siempre acechando a la vuelta de la esquina.
 
Pero lo cierto es que tras esas elecciones se pusieron los cimientos de una democracia cuya solidez acredita directamente el hecho de que hoy cumpla ya treinta años y se muestre lozana y vigorosa.
 
No creo que sea una exageración decir que, en conjunto, estos han sido los treinta mejores años de nuestra historia reciente. Lo han sido desde luego en el campo político –nunca España había disfrutado de un período comparable de democracia plena en el sentido actual de la expresión- pero lo han sido también en el campo económico, en el social, en el internacional y hasta en el cultural.
 
Sin duda tenemos problemas y cuestiones por resolver. La peor de todas, porque nos acompaña desde antes de estas elecciones que hoy se conmemoran, la del terrorismo de ETA, que sigue amenazándonos a todos, pero que, entre todos derrotaremos.
 
No podemos olvidar que el sistema de la Transición reposa en un entendimiento básico en las grandes cuestiones que condicionan la arquitectura política del país entre el centro izquierda y el centro derecha. Así fue al principio entre UCD y PSOE y así ha sido también hasta estos últimos años entre el PP y el PSOE. Hay que preguntarse por qué esto se ha roto de la forma que lo ha hecho en los tres últimos años, quién es el responsable y cómo lo podemos arreglar. Esa es la contribución más importante que cabe hacer hoy en homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que tal día como hoy, hace treinta años, echaron sobre sus hombros la tarea de construir la democracia.
 
Un día en el que se instaló en España la democracia representativa. Que situó a España done siempre debió estar y de donde nunca debió apartarse: en el grupo de países libres y avanzados del mundo occidental. Un día que cambió el curso de nuestra historia y que nos puso en camino de poder incorporarnos a lo que hoy llamamos Unión Europea.
 
Las Cortes elegidas aquel día elaboraron una Constitución que mereció, más tarde, el apoyo de una inmensa mayoría de los españoles. Y todo eso se hizo con un método de decisión desconocido hasta entonces en la historia política de España, al que hemos llamado consenso.
 
Este consenso, este conjunto de acuerdos básicos, se aplicó a todo lo que cabía definir como esencial. Desde la elaboración de un texto constitucional que fuera de todos y para todos hasta la superación de las secuelas de la Guerra Civil, y previamente los pactos de La Moncloa. El objetivo no fue otro que el evitar, ya para siempre, una situación que pudiese conducir a un enfrentamiento violento entre los españoles.
 
El espíritu de esas elecciones constituyentes se proyectó políticamente en las siguientes legislaturas, para continuar decidiendo por consenso todo lo esencial: desde los estatutos de las Autonomías a las principales leyes orgánicas (Electoral, de Referéndum, del Tribunal Constitucional, del Poder Judicial, de financiación de las Comunidades Autónomas, de reformas del Código Penal…); desde los Pactos Autonómicos y Locales al Pacto de Toledo. No puedo dejar de citar, de forma especial en estos momentos, el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo firmado entre el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español el año 2001.
 
Ese acuerdo en las cosas fundamentales, ese consenso, ha permitido un gran progreso y una sólida estabilidad democrática e institucional, ha quitado conflictividad a cuestiones muy delicadas y ha permitido resolver graves problemas. El acuerdo entre los dos grandes partidos nacionales ha dado, por decirlo en pocas palabras, certidumbre a la vida política española.
 
¿Es hora de dejar atrás este sistema y pasarlo a los libros de Historia, o puede darnos todavía grandes rendimientos? Yo soy de los que creo que nuestra vida política debería recuperar amplios niveles de acuerdo. Por ejemplo, en la estructura del Estado, en el ser de España, en nuestro sistema de ordenación territorial. Estos días se habla de pactos electorales. En Navarra siempre gobernó el más votado de los partidos que defienden la existencia de Navarra y el texto constitucional. Sería de una enorme gravedad y yo no lo haría nunca que por puros intereses partidistas el Partido Socialista se uniera a aquellos que quieren que Navarra deje de ser Navarra.
 
En la misma línea, las reformas estatutarias que acaban de entrar en vigor van a requerir consenso para su viabilidad porque, entre otras cosas, suponen un nuevo sistema de financiación en el que será difícil poner de acuerdo a unas regiones con otras.
 
También por  vía de ejemplo, el papel de los órganos reguladores (Banco de España, Comisión Nacional del Mercado de Valores, Comisión Nacional de la Energía, Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, etc) deben ser también objeto de acuerdo permanente para garantizar su buen funcionamiento y su crédito, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
 
Algo parecido ocurre con nuestra política exterior. Conviene restaurar el acuerdo en lo que afecta a nuestros grandes ejes de actuación en el mundo: Europa, el mundo atlántico y el Norte de África. La política exterior ha dejado ya de ser sólo una protección de la política interior; nuestra integración en organizaciones multinacionales hace que muchas cuestiones cruciales para nuestro futuro nos vengan dictadas desde el exterior y hay que estar presentes, con una política consensuada y duradera, allí donde se toman las decisiones.
 
O qué decir de la política antiterrorista. La expresión más palpable del consenso en esta materia ha sido el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo; sobre ese fundamento se aplicó durante unos años una política que consiguió colocar a los terroristas a la defensiva y en trance de extinción. Sería urgente volver a un método que tan buenos resultados ha demostrado.
 
Como veis, el 15 de junio de 1977 no fue sólo una fecha inicial; también representó un espíritu, una manera peculiar de hacer las cosas, que ha contribuido a la mayor etapa de estabilidad democrática y desarrollo de la sociedad española.
 
Y es bueno que vosotros, jóvenes con vocación de responsabilidad política, no olvidéis la lección de aquellos hombres y mujeres que con su generosidad, dedicación, esfuerzo e inteligencia, nos entregaron una España mejor. Ésa es su historia, pero algo más que su historia; es un legado del que ni debemos ni podemos prescindir.

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