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EDITORIAL

Sadam Husein, un caso clínico

Todos los diarios han denunciado la poca credibilidad que hay que otorgar a Sadam Hussein y a su propuesta de readmitir sin condiciones a los inspectores de armamento de la ONU. Sin embargo casi todos están dispuestos a volver a fiarse de él. Ya es poco consecuente denunciar el nulo valor de la palabra de un dictador para, a continuación, volver a concedérsela. En cualquier caso las resoluciones de la ONU que ese genocida ha violado sistemáticamente no se referieren exclusivamente a la vuelta de los inspectores a los que durante años su régimen estuvo toreando y dificultando su labor para finalmente expulsarlos en 1998. También hacen referencia, como Bush recordó el otro día ante la Asamblea General de la ONU, al desarme efectivo de su régimen y al final de la represión que desde hace décadas sufre el pueblo iraquí.

Sadam debería haber sido derrocado hace más de una década tras su invasión de Kuwait. Se permitió, errada e injustamente, concederle la impunidad a cambio de cumplir unas resoluciones cuya voluntad de incumplimiento por su parte ha sido tan incuestionable como demuestra el hecho de utilizar los fondos del Plan Petróleo por Alimentos para llevar a cado su designio –inquebrantable desde el inicio de su dictadura– de hacerse con armamento de destrucción masiva. Eso por no hablar de la violación de los derechos humanos en el interior del país, donde gaseó a millares de kurdos y donde ha seguido ejecutando una criminal represión de todos los opositores.

Como recordaba este martes La Vanguardia, Hussein no es sólo un mentiroso compulsivo frente a la Comunidad Internacional, sino con los allegados a su propio poder: "A los tres meses de hacerse con la presidencia, ordenó asesinar a más de 400 correligionarios de su propio partido baassista y esa ha sido esencialmente su fórmula para perpetuarse a lo largo del tiempo”.

Pero conviene recordar asimismo un hecho, muy poco conocido, que demuestra lo caro que puede resultar fiarse de Hussein. Lo recordaba el profesor de Psicología Criminal, Vicente Garrido, en su obra El Psicópata (Algar editorial, 2000) al tratar el “caso clínico” de Sadam Husein: En agosto de 1995 escaparon a Jordania dos de las hijas del dictador, Raghad y Rana, con sus respectivos maridos. Ambas familias regresaron a Irak en febrero de 1996, tras jurarles Sadam que les había perdonado. Al día siguiente de su regreso, el dictador asesinó a sus yernos, juntamente con otro hermano y el padre de todos ellos.

Los editorialistas de El País podrían recordar un relato que, según Garrido, publicaba este mismo diario el 8 de noviembre de 1982. Se trata de lo que le contestó el dictador a su entonces responsable de investigaciones nucleares, Hossein Sharistani, tras señalarle este que los proyectos nucleares de su Gobierno ya contravenían los acuerdos internacionales de entonces: “Usted es un científico y yo soy un político. ¿Sabe lo que es la política, doctor Sharistani? Se lo voy a decir. Cuando me levanto por la mañana, pienso una cosa. Luego, en público, anuncio lo contrario. Después por la tarde, hago otra cosa muy distinta, que me sorprende incluso a mi mismo”.

Como venía a decir esa conocida máxima norteamericana, "se puede engañar a alguien todo el tiempo y a todos alguna vez, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Vista algunas reacciones en Europa, parecería que esta máxima sólo tiene validez en EE UU. Claro que aquí ya no sabemos qué opera, si la capacidad de engañar de Sadam o la voluntad de la ONU de ser engañada. Esta puede mantenerse a perpetuidad.

Los que desde el primer momento han criticado a Bush y han apostado por la continuidad del regimen totalitario y genocida iraquí, ya lo hacian antes de la última maniobra dilatoria de Sadam. Ahorra se aferran a su palabra. Que se busquen otra excusa. Esta canta demasiado.

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