Parece sensato el anuncio de Bush diciendo que serán los iraquíes los encargados de juzgar a Sadam Husein, aunque en un proceso público y abierto a todo el mundo. Los iraquíes tienen una cualidad política extraordinaria y es que no se presentan a las elecciones norteamericanas, ni siquiera a las británicas, las francesas o las españolas. Eso les da una autonomía de criterio y unas ganas de hacer justicia, es decir, de hacérsela a Sadam, que no tendría, por ejemplo, la Audiencia Nacional o cualquiera de nuestros jueces-estrella, léase Garzón, encaramado a un Tribunal Penal Internacional.
Vamos, Garzón se pone a juzgar a Sadam y lo mismo decide darle garrote vil en la celda con sus propias manos que –hipótesis más probable– huir con el preso y pasar ambos a la clandestinidad para convertirse en el Neocomandante Marcos del siglo XXI, con Sadam de Neofidel Castro y Kakoffi Annan de Neokakoffi Annan. Y, encima, llegaría inevitablemente la biografía de Pilar Urbano sobre Sadam. Temible perspectiva.
Pero lo propio de los terroristas y revolucionarios de todos los tiempos –sean nazis, bolcheviques, fundamentalistas islámicos o ceilandeses– es convertir sus juicios en plataformas de proyección publicitaria, escaparate de excusas políticas y castillo de papel desde el que hostigar a sus enemigos, empezando naturalmente por los jueces a los que declaran "ilegítimos". Mucho tendrán que despabilarse los iraquíes y no poco los norteamericanos si quieren quitarse de encima a la plaga garantista que de súbito va a aparecer en el horizonte, interesadísima en que la justicia iraquí resplandezca como la de Nueva York. Que, sin duda, serán los mismos que han defendido hasta ahora que la soberanía de Irak y de su pueblo suponían que nadie le tocara un pelo a Sadam Husein. De momento, se los han tocado todos, pero a su bigote le van a llover barberos y estilistas. No hace falta ser Nostradamus, ni siquiera Rappel, para adivinarlo.