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Entre la comisión del 11-M con las peligrosas improvisaciones del killer Ekaizer, la patética decadencia de Tussellone y La Momia, la crisis de Cinco Días y la paranoia pedrojotil, está el Imperio que da pena verlo. Pero no recuerdo una pifia y un pescozón tan monumentales como los recibidos a cuenta de la subida salarial de los funcionarios, que El País promulgó anteayer con rango de decreto-Ley y que el vicepresidente económico, Pedro Solbes, desmintió ayer cuando le preguntaron si confirmaba la noticia. Semejante rasgo de soberbia no se veía en la política española desde tiempos de Boyer, y eso en el apogeo de su privanza con González, antes de que éste decidiera seguir casado con Guerra y no con el expropiador de Rumasa, que ya andaba con la Preysler. Pero Boyer, sobre soberbio, era brillante; y Solbes, ninguna de las dos cosas. Creíamos.
 
Es verdad que en los últimos días parece existir una conspiración de necedades por parte de los miembros del Gobierno adelantando el déficit de los presupuestos del 2005, que es el primer paso para que ese déficit se produzca si no se iba a producir y, si se iba a producir, se multiplique. Si ya es difícil sujetar la propensión al gasto de un ministro y no digamos de un ministro socialista, no hay forma de limitar ese déficit cuando se da por hecho. Total, se dicen los magdalenos y montillas, si hemos de tener déficit, qué más da un punto más o menos. Y en vez de uno son cuatro. Eso es lo que teme Solbes y de ahí que haya puesto pies en pared. Recuérdese que lo primero que hizo Aznar fue congelar el sueldo de los funcionarios. Si lo primero que hace Solbes es subirlo, no sólo actualizarlo, el ejemplo será desastroso, hacia dentro y hacia fuera. Pero si una medida tan importante, para bien o para mal, no es capaz de acertarla, adelantarla y defenderla el diario gubernamental, ¿en qué país vivimos? ¿Cómo se atreve Solbes a desmentir a la autoridad competente, por incompetente que sea? Mejor dicho: ¡Cómo se atreve!
 

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