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Es lamentable que las relaciones entre Aznar y Rajoy o viceversa no sean todo lo fluidas que querría la Derecha sociológica, los muchos militantes y votantes del PP, aunque por suerte no son tan malas como parecen desear sus respectivos secretariados faraónicos. La naturaleza piramidal de los partidos políticos lleva a un culto idolátrico al líder, sea quien sea, y uno de los signos más eficaces para mostrar sumisión al líder de hoy es atacar al líder de ayer. Eso forma parte de la naturaleza humana, que es bastante vil, y suele ser favorecido por el mutismo del líder, que en Aznar consiguió un blindaje egipcio y que en Rajoy podría llegar a ser mesopotámico.
 
Mala cosa. No hay sino ver lo que quieren Polanco (véase “El País” de ayer) y el PSOE (véase al Gobierno todos los días), que es destruir la herencia de Aznar, para saber lo más valioso que debe proteger el PP, que es la continuidad de esa línea política, la coherencia doctrinal y la lógica de sumar y no restar, multiplicar y no dividir. Una imagen vale más que mil palabras, suele decirse, pero cuando son diez mil las palabras y todas manipuladas, la cosa cambia. Y si la imagen no tiene buruagas para repetirla mil veces en todos los telediarios y tampoco hay empresas audiovisuales de comunicación que se identifiquen con los postulados liberal-conservadores de media España, la imagen no pasa de estampa. No es que la estampita de ayer fuera un timo pero hace falta algo más, bastante más para conseguir que en el PP sea indiscutible la continuidad o, lo que es lo mismo, la colaboración.

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