Lo peor que se puede decir de Bernardino León, secretario de Estado de Asuntos Exteriores, es que está a la altura de su ministro, el incomparable, inconmensurable y exorbitante Moratinos. No es de extrañar que uno haya elegido al otro ni que el otro se haya encontrado con el uno. No puede sorprender que el abogado de Arafat se haya sentido paternalmente atraído por el abogadillo de Fidel Castro. Son tal para cual.
Tampoco puede, pues, sorprendernos que después de que Moratinos respondiera a las revelaciones de García Abadillo sobre la más que aparente complicidad de Marruecos en el después y en el antes del 11-M diciendo que teníamos que mantener el diálogo con el régimen alauí, salga su segundo casi amenazando a los empresarios españoles para que inviertan en Marruecos "especialmente después del 11-M", es decir, dándonos a entender, porque Bernardino no es muy sutil, que si Mojamé no recibe dinero español podríamos padecer otra masacre. O lo que es lo mismo, que también el fámulo de Desatinos cree que Marruecos pudo estar detrás del 11-M, aunque el que luego se pusiera delante del árbol caído y se apresurase a recoger las nueces fuera el PSOE.