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Federico Jiménez Losantos

No premiar la deslealtad

si Aznar no hubiera cometido uno de sus graves errores de última hora resucitando al que era un cadáver político y encima dejándole de enfermera a su señora, eso que nos habríamos ahorrado

La derrota de Gallardón en su pulso a Rajoy ha sido mucho más rápida y aplastante de lo que se esperaba, quizás porque la endeblez política del alcalde de Madrid, su mascota y su equipito de gastadores es inversamente proporcional a la fuerza de que presumen. Gallardón, después de tantos años en la Comunidad y ahora en el Ayuntamiento, no tiene a nadie detrás, salvo a los que él paga sueldos estratosféricos, y de esos, ni siquiera a todos. Por algo será. O por algo es: porque hace ya demasiado tiempo que su partido no es el PP. Y si Aznar no hubiera cometido uno de sus graves errores de última hora resucitando al que era un cadáver político y encima dejándole de enfermera a su señora, eso que nos habríamos ahorrado. De sabios es escarmentar.
 
La victoria de Rajoy se ha debido a tres factores: el desprecio que Gallardón le merece a la mayor parte del PP, el valor que le han echado Esperanza Aguirre y Angel Acebes al enfrentarse a la chulería del alcalde y que nadie en la derecha quiere poner en peligro el liderazgo de Rajoy, porque eso supondría poner al PP patas arriba, y esa extraordinaria organización es la gran fuerza de la derecha española, con la que ni se puede ni se debe jugar. Y mucho menos jugar a cargársela desde fuera, apoyado en sus peores enemigos.
 
Estas cosas deben quedar claras ahora que los que hasta ayer mismo insultaban a Aguirre y a Acebes se han tirado de cabeza al callejón en cuanto han visto venir al toro. Esperemos que Rajoy y su equipo hayan escarmentado también de cualquier pasteleo con Gallardón. Le dieron toda la cancha posible y aun la imposible en el XV Congreso, pero no tardó un minuto en atacarlos en su discurso y no ha tardado ni una semana en apuñalarlos por la espalda. El fracaso es lo único que ha estado a la altura de su ambición. Pero como los “cobordones” no son los únicos ambiciosos de España, Rajoy y Acebes tienen la ocasión perfecta para afirmar su autoridad –la han demostrado– y adelantarse a apagar los muchos fuegos y los rescoldos de ambición que aguardan los congresos regionales para ver si jugando a la contra acaban ganando lo que lealmente no podrían ni empatar. En Madrid no se puede premiar la deslealtad, porque sería tanto como proclamar que el mejor negocio en el PP actual es sabotear a la nueva dirección.
 

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