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Federico Jiménez Losantos

Perpiñán, el pecado original del zapaterismo

No puede ser que el aliado de la ETA sea el aliado del PSOE. O, al menos, no debería ser. Pero es.

Si hubiera que resumir en una sola palabra el origen de todos los males que la llegada del PSOE al Gobierno ha traído a España, esa palabra sería Perpiñán. Ahí, en la ciudad que sirvió como lugar de cita de ETA y Carod Rovira, o lo que viene a ser lo mismo, del terrorismo separatista vasco y del separatismo catalán dispuesto a aliarse con el terrorismo y con quien sea contra España, se demostró la verdadera condición del aliado esencial de Maragall para llegar al Gobierno. Una alianza que, tras el 11-M y la cosecha sangrienta del 14-M, dejó de ser regional para convertirse en nacional, es decir, antinacional.
 
Si el PSOE no hubiera estado convencido de que la autoría etarra del 11-M no tendría en las urnas el castigo que para la opinión merecía el pacto de Perpiñán, quizás, siempre nos quedará esa duda, no habría llevado hasta extremos golpistas la culpabilización del PP por la masacre, tanto por la guerra de Irak como por decir que era ETA la autora previsible de la matanza. Que mentía el PP, decía el PSOE. Que mentía el PSOE, sabemos hoy. Y que no quiere saber quién fue la X del 11-M, una vez que ya le ha servido para llegar al Gobierno.
 
Sin embargo, lo mismo que a Zapatero las cosas se le pusieron de cara el 14-M, hasta llevarlo a la Moncloa, pueden torcérsele mientras mantenga esa alianza antidemocrática y antinacional con los que, como subraya la propia ETA en su último boletín, se prestaron a colaborar con ella en “la profundización de la crisis y el resquebrajamiento del estado”. No puede ser que el aliado de la ETA sea el aliado del PSOE. O, al menos, no debería ser. Pero es. Y mientras la sombra de Perpiñán arroje sobre el Tripartito y la Moncloa sus tintes siniestros, Zapatero tendrá que seguir huyendo hacia delante, cada vez más deprisa, a ver si así pierde el miedo que lleva dentro. Y con razón.

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