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José García Domínguez

14 de abril

El plan Ibarreche de Maura acababa de triunfar. El problema metafísico de cómo arrasar a la nada quedaba definitivamente resulto. Y de paso, también el de las reales risitas. Fue así. Será así.

Lo cuenta el maestro Pla. En uno de los más renombrados caseríos del País Vasco coinciden Ortega y el Rey. Una vez presentados, Alfonso XIII se dirige al filósofo y le pregunta qué asignatura imparte en la Universidad Central.
 
- Metafísica, señor –responde el autor de La rebelión de las masas, al tiempo que inclina la cerviz en ceremoniosa reverencia.
- Eso debe ser muy complicado –replica entonces el monarca, antes de soltar una muy borbónica risita.
 
Así, con aquellas risitas, se fabricaría la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República. Y con idéntica mueca, los Zetapé de la época contemplarían cómo se derrumbaba el régimen ante a un simple farol de póker. Porque cuando no se tiene delante otra cosa que risas y trajes vacíos, hasta el más descabellado plan Ibarreche puede colarse en los libros de Historia llevándose la timba por la mano.
 
Transcurre un día como el de hoy, hace setenta y cuatro años. Acaban de dar las tres de la tarde, los comensales apuran sus cafés. De repente, el anfitrión, Miguel Maura, se pone en pie y, con los ojos enrojecidos, se dirige a Azaña:
 
- Ha llegado la hora de echarse a la calle. Vámonos, Azaña.
 
Ya en la acera, la pareja detiene el primer taxi que pasa. Don Manuel, súbitamente pálido, descompuesto, comienza a comprender lo que ocurre. Maura tiene prisa:
 
- ¡A Gobernación!
- ¡Pero, Maura, es usted un insensato! Nos van a ametrallar. Nos acribillarán a balazos. Esto es una locura…
- No se preocupe. Pronto habremos salido de dudas.
- Pero Maura…
- Si nos ametrallan, nos ametrallan.
 
Durante todo el trayecto, la misma cantinela, hasta llegar a la Puerta del Sol. Luego, frente al portal del ministerio, el hombre audaz que sabe cómo tratar a los tajes vacíos y el hombre cobarde que se sabe ante la gran oportunidad de su vida, bajan del coche. De inmediato, el oficial de la Guardia Civil que manda la fuerza que escolta el edificio se dirige a ellos:
 
- ¿Desean los señores…?– pregunta.
- Somos el Gobierno provisional de la República –contesta Maura, seco, grave, estirando el cuello lo más que puede.
 
La vacilación dura dos segundos, interminables para Azaña. Pero al caer el tercero, el militar lanza el grito de rigor y la guarnición en pleno se coloca en posición de firmes; rinde honores al hombre audaz que sabe tratar a los trajes vacíos y al hombre cobarde que acaba de descubrir que existen otros aún más inanes que él. No obstante, el sudor frío se sigue abriendo paso por todos los poros del cuerpo de Azaña, cuando comienzan a subir los escalones que conducen a la primera planta del edificio. Y aún persiste al empujar Maura la manecilla de la puerta, justo antes de que don Miguel grite al hombrecillo que se sienta tras la mesa:
 
- ¡Señor subsecretario! Soy el ministro de Gobernación del Gobierno de la República. Deseo que se ausente en el acto.
-Me doy por enterado… – responde, raudo, el hombrín, y sale huyendo de la habitación.
 
Elplan Ibarrechede Maura acababa de triunfar. El problema metafísico de cómo arrasar a la nada quedaba definitivamente resuelto. Y de paso, también el de las reales risitas. Fue así. Será así. 

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