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Eduardo Pedreño

Delincuente, a mucha honra

La ley que los obedientes e ignorantes políticos están a punto de aprobar servirá para dar unos años más de vida a una industria que se muere irremisiblemente, pero creará hordas de "delincuentes" que nos declararemos insumisos a sus preceptos.

Guerra abierta. La propiedad intelectual vuelve al campo de batalla y las peleas entre defensores del establishment y buena parte de la sociedad llegan a los juzgados, a las comisarías, y a los medios de la Red, una vez más. En las últimas semanas, en el recorrido final de la nueva Ley de Propiedad Intelectual está subiendo la temperatura de declaraciones y acciones. La detención -ficticia- de 15 personas que se fueron a casa a las pocas horas y el cierre de una docena de páginas web que servían enlaces para el legítimo intercambio de ficheros no ha sido sino un golpe de efecto más (operado por los poderes fácticos) para alimentar argumentos para la criminalización de los consumidores y medidas de represión cada vez más duras. En medio de este estado policial, yo quiero declararme delincuente.

Porque lo que se está perpetrando no es una ley para defender la cultura, sino para atacar a los consumidores de ésta. La ley que los obedientes e ignorantes políticos están a punto de aprobar servirá para dar unos años más de vida a una industria que se muere irremisiblemente, pero creará hordas de "delincuentes" que nos declararemos insumisos a sus preceptos y objetores a sus disposiciones. La nueva norma, en definitiva, es un poco de suero inyectado en el brazo de un enfermo terminal. El plan maestro de la SGAE avanza incólume de victoria en victoria hasta la derrota final. Buena suerte en el empeño.

En el siglo XIX una romántica teoría del Derecho afirmaba que las leyes eran expresión del espíritu del pueblo (volksgeist). Tal vez los legisladores deberían tomar nota de esa teoría, porque el espíritu del pueblo, en este caso, dice que hay que empezar a separar la cultura de la extorsión, y la cuenta de resultados de multinacionales voraces de las simples notas musicales que el talento, eso que nunca matarán las discográficas por mucho que se estén empeñando, siempre creará mientras haya seres humanos.

De un lado tenemos, por ejemplo, 15 asociaciones, empresariales o de usuarios, que se unen para reclamar que se terminen las extorsiones y los cánones indiscriminados (que pronto llegarán incluso a las bibliotecas por el simple préstamo de libros). Incluso otras organizaciones represoras y usuarias de tácticas terriblemente mafiosas como la BSA coinciden con este lógico análisis. O los millones de usuarios que utilizan el P2P para compartir su información, sus canciones o sus vídeos, y que ya reconocen ese acto como algo natural, como algo que el sentido común les dicta como lógico, humano, enriquecedor y bueno. Por mucho Pedro Farré que califique abiertamente de delincuentes a quienes cometen este acto, todavía no declarado ilegal por ningún tribunal español, por la sencilla razón de que no lo es. Extorsionar, robar, calumniar, traficar con la influencia a los políticos, incitar a la prevaricación, prometer favores a los poderes públicos (cohecho), e incluso invadir la intimidad de ciudadanos respetables (colándose en bodas y comuniones), eso son todos delitos, y muy graves, que los ciudadanos de a pie no estamos cometiendo. Los están cometiendo otros ciudadanos, que no sólo andan impunes por la vida, sino que se permiten el lujazo de dictar leyes y criminalizar a quienes, por culpa de todos los chanchullos mencionados, les dan de comer. Maravilloso ejemplo de sociedad justa, sí señores.

De otro lado tenemos a la SGAE y la ACAM, entidades cuyos representantes se hartan en insultar a los consumidores, criminalizar a los ciudadanos, y practicar un victimismo estomacante mientras se pasean en sus coches de lujo. Estas entidades han montado, en respuesta, dos páginas donde se pueden leer sofismas de todo tipo y condición que no enmascaran el divorcio de ambas entidades con la sociedad y su conjunto (excluyendo a los políticos, que en esto no son expresión ni de la voluntad popular ni de la suya propia).

Así que si ser delincuente es amar la cultura y esperar que sea universal y para todos, soy delincuente. Si ser delincuente es compartir mis creaciones con otros sin pagar peaje a los parásitos de las sociedades de gestión, soy delincuente. Si delincuente soy por creer que la muerte del modelo discográfico, del negocio de vender plástico, puede ser incluso un buen hecho para el futuro de la música, sea. Si soy delincuente por utilizar las redes P2P, por publicar enlaces a redes P2P, y por compartir legítimamente cultura, información y conocimiento, soy sin duda un delincuente. Y si soy delincuente por creer que quienes están orquestando la criminalización de la sociedad son los verdaderos delincuentes, deténganme y espósenme, porque soy delincuente.

Les espero a ustedes en mi casa con mi carnet de abogado en una mano, el código penal en la otra y varios millones de usuarios observándoles, juzgándoles y diciendo que si descargar música o rechazar el canon es un delito de la mayor gravedad, vaya asco de sociedad y vaya asco de políticos. Aquí os espero. Pero no olvidéis que sin nosotros, no sois nada. Firma un delincuente. A mucha honra.

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