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Parece ser que el irremediable Cebrián ha decidido que Internet es malo, malísimo. Pero no porque la utilicen los compadres de Ben Laden para sus fechorías, ni porque individuos más o menos degenerados la empleen para contemplar niñas en situaciones degradantes. A eso ya le dedicó el infumable y tecnofóbico libro La red. No, ahora parece que le molesta que en Internet se escriban y se lean cosas no autorizadas. No autorizadas por él, se entiende.

Parece que poder escribir lo que sea con un costo mínimo, al alcance de cualquiera, supone para el insigne académico una "censura insidiosa". La Red "no deja seleccionar la información de interés, honesta o verdadera". Es de suponer que la única información honesta y verdadera es el halago impenitente al totalitarismo vasco al que tan bellas e interesantes páginas ha dedicado la voz de Polanco. En esto es, al menos, coherente, pues se manifiesta partidario del monopolio de la información. De su monopolio, ese monopolio ejercido arriba y con prisa.

Supongo que, para este gran profesional, el que un informático joven sin formación periodística alguna disponga de este espacio en el que expresar su opinión representa un hecho gravísimo, que afecta a la esencia misma del periodismo que él, y sólo él, representa. Qué más quisiera yo que ser tan importante. Por ahora, me conformo con recordar desde aquí al señor Cebrián lo que fue y lo que es. Un fascista. Un felipista. Un arzallista. No ha cambiado mucho en estos años.

Como para venir a darnos lecciones de libertad.


Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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