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A Thomas Davy le echaron de Banesto por gordo. Prometió que iba a quedarse como una sílfide y llegó con ocho kilos más; al no poderle realizar una liposucción de urgencia, Echávarri no tuvo más remedio que ponerle de patitas en la calle. Pero el turrón y el cava fuera de tiempo no fue el único problema de Davy que, poco antes, daba positivo por efedrina en la Vuelta a Aragón de 1996. La sanción le impidió estar en el Tour, y los 8.000 gramos acumulados le impidieron estar a la altura de las circunstancias (sólo se esperaba de él que fuera un digno lugarteniente de Miguel Induráin, y tampoco pudo).

Ahora Davy, que fue un ciclista mediocre, ha puesto el ventilador de la "merdé" frente al inigualable Miguel Induráin. Sin pruebas (porque no ha aportado ninguna), pero tirando con bala ajena en lo que supone clara y nítidamente una estrategia judicial para salvar el trasero. Huele a venganza ruin, a camelo, suena a triquiñuela, aunque Davy y sus abogados se han equivocado de objetivo.

Miguel Induráin fue una máquina, un portento físico. En el pelotón ciclista le conocían como el "extraterrestre"; con doping, el navarro no habría aguantado tanto tiempo al máximo nivel, habría masacrado su cuerpo y hoy sería un anciano de treinta y cinco años. No es el caso.

Ahora sólo me queda por conocer el enfoque que va a darle la prensa francesa a la injuria de Davy. Es una buena ocasión -por ejemplo para los compañeros de "L'Equipe"- de demostrar su altura de miras. No se puede hacer añicos el prestigio de un campeonísimo por la desesperación de un neo-profesional.

Davy me recuerda a "Patán", el perro que reía (sin ton ni son) las gracias de su amo, el desgraciado Pierre Nodoyuna. Lo que ocurre es que el dibujo animado no hacía daño, casi daba lástima, mientras que el patán del coulotte parece dispuesto a morir matando. No lo logrará.

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