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Desafortunadamente, las noticias relacionadas con la piratería musical suelen quedarse en la superficie. Las pérdidas millonarias de las compañías, la vida de los inmigrantes en el “top-manta”, las demandas contra los sistemas de intercambio en la red, inútiles pseudohuelgas de una hora.... pero no se suele recordar la razón última por la que aparecen estos fenómenos.

Si dejamos de lado momentáneamente el aspecto ético y legal del tema, debemos contemplar las distintas mafias que pululan por el mundo y observar que aparecen cuando existe la posibilidad de obtener dinero a través de la ilegalidad. Su fortaleza aumenta con el beneficio que producen. Sí, lo sé, es una obviedad. Pero conviene acordarse de lo obvio, cuando su consecuencia lógica es que el mercado actual de la música ofrece la posibilidad de forrarse.

Algo extraño sucede cuando la música se vende legalmente por 18 euros en las tiendas, en la calle se encuentra por tres, y en la red gratis. Sucede con la música lo que pasa con el tabaco, que cuando aumenta en exceso su precio por los impuestos, el contrabando crece. Y aunque es evidente que los costes que suponen la producción, distribución, impuestos y el escasísimo porcentaje que se llevan los autores encarece el producto legal, todo comprador se pregunta antes o después si realmente es para tanto.

Y cuando generalmente llega a la conclusión de que no, empieza a piratear. Al principio con algún resquemor y cierto sentimiento de culpabilidad. Pero, poco a poco, como ve que no pasa nada, que todo el mundo hace lo mismo y que los precios no bajan, aumenta el porcentaje de música ilegal en sus oídos y disminuye el dinero empleado en discos compactos. Y esos sentimientos que lo retraían se reducen con la costumbre.

Las discográficas, tal y como las conocemos, van a desaparecer. Como desaparecieron los monjes copistas en sus monasterios ante la Biblia de Gutenberg. Pero aún tienen la posibilidad de reconvertirse si reaccionan antes de que la mayoría de sus compradores pase por esa evolución. Y sin embargo, entre denuncias y días idiotas, pasan sus últimos días, agonizando como dinosaurios que se niegan a reconocer su extinción.

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