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De nuevo, varios colectivos internautas han montado en cólera por una enmienda a la LSSI aprobada a la luz de una reciente directiva europea. Esta enmienda conmina a los ya famosos "prestadores de servicios de la sociedad de la información" (es decir, todas las empresas que hacen algo en la Red, dada la amplitud del término) a conservar los datos de tráfico de sus usuarios durante un año.

Los datos de tráfico permiten averiguar (con cierto trabajo, eso si) qué hizo un usuario particular en Internet: que páginas visitó, etcétera. Es algo similar a que guardaran nuestros datos de facturación telefónica para saber a quien llamamos y cuando. Y es que una vez que los datos salen de nuestro ordenador, siempre pueden ser observados por ojos ajenos. Podemos cifrar los contenidos para que se conozcan, pero no ocultar a quien se lo enviamos o de quien los recibimos. Y no cabe duda de que, en ocasiones, estos datos pueden resultar de valor en una investigación.

Debido a las protestas, se ha cambiado la enmienda para que el uso de dichos datos esté limitado a las autoridades judiciales que estén realizando una investigación. Es decir, no autoriza a bucear en los datos a ver si sale algo, o a averiguar si un periodista conocido visita páginas pornográficas. Parece que la amenaza a las libertades civiles, que era la presencia de otra "autoridad competente", la policial, desaparece en su actual redacción.

El mayor problema real de la enmienda es económico y no se ha solucionado. Los pequeños proveedores de espacio web deberán ahora afrontar unos costes adicionales, con los que no contaban, para salvaguardar dicha información. Es cierto que la mayoría de ellos guardan parte de los mismos con fines estadísticos o, por poner un ejemplo, como medio de detección de usuarios que se dedican a poner ficheros pirateados en sus páginas web personales. Pero no los almacenan con carácter perpetuo, principalmente porque no les sirven para nada.

En realidad, la mayoría de nosotros ya está dando sus datos de tráfico a compañías como Gator, lo que permite –que se sepa– personalizar la publicidad que recibimos en Internet. Lo peor es que, en la mayoría de los casos, ni nos enteramos que lo estamos haciendo, pues instalamos programas como Audiogalaxy sin mirar a los mensajitos que indican este hecho. Viendo la popularidad de dichas aplicaciones, uno se pregunta si realmente preocupa tanto a los internautas de a pie su derecho a la intimidad, dado que están dispuestos a sacrificarlos por unas cuantas canciones en MP3.


Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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