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Pío Moa

Entre la palabrería y la deslealtad, 2

Este artículo está relacionado con otro publicado por el autor:
Entre la palabrería y la deslealtad, 1

En su artículo conmemorativo de la proclamación de la II República, señor Rodríguez Piñero sostiene que “la consolidación de nuestra democracia parlamentaria debe mucho a los valores republicanos, entendidos (...) (como) principios éticos, políticos y jurídicos, sobre los que se edifica el Estado social y democrático de derecho que conocemos”, valores cuyo “precedente y modelo inmediato está en la Constitución de 1931, al margen de cuál fuera (su) funcionamiento efectivo”. Como señalé en el artículo anterior, desvincular los principios de su funcionamiento significa entrar en el reino de la palabrería, que en la izquierda española ha sustituido casi siempre el esfuerzo intelectual. El enorme contraste entre los principios y los hechos en la república debiera de plantearle a esa izquierda española algún problema, pero al parecer su único problema consiste en colar la idea de que la actual democracia continúa, en lo esencial, a la república, y establecer una falsa legitimidad.

Los principios supuestamente defendidos por la república no vienen de ella, sino de una larga elaboración teórica y práctica que nada debe a los republicanos españoles. Los republicanos y la izquierda revolucionaria, al tiempo que invocaban esos principios, fueron los mayores obstáculos a su aplicación, por su sectarismo, violencia e intolerancia hacia ideas y sentimientos muy extendidos. El empleo de los derechos humanos para aplastar los derechos efectivos de los ciudadanos fue denunciado ya a principios del siglo XIX, aunque el ilustre ex presidente del Tribunal Constitucional prefiera pasarlo por alto dos siglos más tarde.

La Constitución de 1931 fue ciertamente sectaria y parlotera, empezando por aquella declaración de “República de los trabajadores de todas clases”, que tantas carcajadas levantó en toda Europa, y siguiendo por sus disposiciones antirreligiosas, que el propio Azaña reconoció contrarias a los derechos humanos. Si la actual democracia se hubiera inspirado en “los valores republicanos”, con seguridad ya habría perecido.

Acierta el señor Rodríguez Piñero al relativizar el enlace entre la Restauración y la monarquía de hoy. La Restauración fue un régimen liberal susceptible de evolucionar a una democracia estable, pero fracasado por debilidades propias y por el acoso brutal de las izquierdas antiliberales. Ahora la debilidad no es tan grande, y el acoso es menor. Menor, pero no desdeñable. Piénsese en la corrupción, la degradación del poder judicial y el terrorismo nacionalista o la complicidad con él. Y en el origen de esos peligros.

De la Restauración pervive, aparte de principios liberales, el afán de integrar y armonizar en paz las tendencias de la sociedad española. Afán ausente en la II República, y mucho más esencial que la invocación retórica y desleal de principios biensonantes.

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