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La apresurada lectura en la primera semana de los resultados vascos en términos de catástrofe muestra hasta qué punto los sentimientos pueden imponerse sobre la razón, pues si la insistencia en el desastre ha sido fruto en algunos casos de un resentimiento contra Aznar, también se ha debido a una ausencia de mesura para estudiar los resultados a la luz de la fría objetividad, quizás porque en el trasfondo a unos interesa un desfonde moral para ir a la independencia y a otros coadyuva la esperanza de un acceso a La Moncloa de la mano de los nacionalistas con España en almoneda.

De hecho, el conjunto del nacionalismo pierde terreno, amén de un diputado. Pasa del 54,5 % en las elecciones de 1998, al 52,8 en las de 2001 (en la última década ha bajado seis puntos); mientras los constitucionalistas ascienden del 38,9 al 40,8, siendo mayoritarios en las ciudades de más de cincuenta mil habitantes.

La primera obviedad que viene desconociéndose en los análisis “de Madrid” es que el primer coste pagado por el PNV es el balón de oxígeno y la misma supervivencia de EA, con cinco diputados y grupo parlamentario propio. Eso entraña mantener un competidor electoral y un pacto de legislatura previo a cualquier otro. Se quiera ver o no, tal acuerdo está establecido sobre la autodeterminación, es decir, avanzar en el proceso de independencia. Como partido minoritario, con riesgo de extinción o fagocitación, EA precisa situarse como detentadora de las esencias, como dinamizador radical del cambio en frontera con EH. Begoña Errazki ha dado patentes muestras en la misma noche electoral con su reclamación de “independencia” o saliendo a favor de Otegi. Ibarretxe necesita un “cuatripartito” para gobernar, pero por mucho entreguismo de Zapatero resulta difícil pensar en un acuerdo con Begoña Errazki.

Notorio es el trasvase de votos desde el brazo político de ETA, tanto como el compromiso de Ibarretxe de no gobernar con ese partido. Mas la atención a tal clientela ha de pesar a lo largo de la legislatura. Y está el imponderable de la banda terrorista que puede intentar situarse como garante de su exelectorado intensificando la latente confrontación interna del nacionalismo, sin que pueda descartarse que PNV y la Ertzaintza terminen en el punto de mira, pues a pesar de los intentos de Arzalluz de apuntar al resto la obviedad es que el PNV es el “enemigo” de EH, quien ha entrado en su gallinero.

Para poder salir de esta victoria pírrica –aquella en la que los costes la hacen indeseable– el PNV precisa imperiosamente de un pacto con el PSE y una tregua de ETA, en una doble etapa, para intensificar el imprudente síndrome de Estocolmo actual. Puesto que en el lenguaje nacionalista paz es sinónimo de independencia, la especie de Ibarretxe de que necesita al PSOE para la paz implica ese doble sentido.

Los datos, por tanto, hacen previsible la existencia de una primera etapa de moderación y diálogo retórico para debilitar las posiciones constitucionalistas (la desmovilización), que prepare y conduzca a una segunda etapa de radicalización para concluir en un referéndum de independencia. Para llegar ahí, el PNV precisa desestabilizar a Nicolás Redondo Terreros y desalojar al PP o al aznarismo de La Moncloa. Es el PNV el que necesita al PSE, y no a la inversa, por lo que Redondo está en disposición de poner condiciones y exigir seguridades, al margen del guirigay de su partido.

Para el segundo, se ha configurado un amplio lobby nacionalista en Madrid, pero ¿podrán éste o Zapatero soportar las contradicciones y el relativismo moral de un horizonte con toda la transición, el marco constitucional y la convivencia común en entredicho? ¿Puede aceptarse el todo vale contra Aznar como mensaje político, aún a riesgo de entrar en la subasta de España o el desestabilizador conflicto institucional? Por ahora el secretario general del PSOE (el líder ha vuelto a ser Felipe González, si bien quizás nunca ha dejado de serlo) ha dado muestras de inconsistencia a las convicciones pues a la mínima ha embestido contra la Constitución y ha convertido en objetivo propio el compromiso de Ibarretxe de no gobernar con Otegi. ¿Alguien se acuerda de que el pacto PP-PSOE lo propuso insistente Rodríguez Zapatero y lo celebró Rodríguez Ibarra como un triunfo de la democracia? Han bastado unos meses para que los socialistas huyan de “su” pacto como “de la peste”, según la afirmación de Pasqual Maragall. ¿Qué fiabilidad espera obtener el equipo del cambio tranquilo con tales vaivenes?.

El PNV precisa de altas dosis de entreguismo en los otros para convertir en victoria real la pírrica que le han dado las urnas. El escenario ha introducido variables y circunstancias que harían quizás aconsejable una revisión de José María Aznar a su decisión personal de no concurrir a las urnas, porque, como decía Ignacio de Loyola, “en tiempos de tormenta, no hacer mudanza”, y en estos últimos Aznar ha sido el único en mantener un discurso nacional.

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