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Pedro Calero

La pregunta, episodio 2

Quienes hayan leído el artículo “La pregunta” recordarán, me hago la ilusión, que terminaba diciendo más o menos esto: podemos deducir ya que la guerra de Irak no va a ser la cuestión clave de la inminente campaña de las elecciones locales y autonómicas, pero sólo Julián Santamaría y algún iniciado más sabrán (para mí que lo saben ya) cual sí va a ser. Me reafirmo en lo dicho. Saberlo, lo que se dice saberlo, con los datos detrás, sólo ellos. Pero los vulgares mortales, a la vista de ciertas conexiones y determinadas declaraciones, podemos empezar a suponer, intuir y deducir.

Antes de seguir, y para una mejor compresión, creo que es conveniente aburrirles un poco con cuestiones teórico-metodológicas. Desde los años 50, en que Lazarsfeld et. al. publicaron sus famosos The people’s choice y Voting, se vienen haciendo estudios tipo panel (varias encuestas seguidas realizadas a una misma muestra) para averiguar cómo evoluciona la intención de voto durante las campañas electorales. También en España, bien que más recientemente, se han realizado trabajos de ese tipo. Algunas de las conclusiones son las siguientes. Una gran parte de los electores son del Betis. Me explico. Viva mi partido, el que sea, manque mienta, manque robe y manque todo, y le voto y le voto y le vuelvo a votar. Consecuencia: a estos electores no hay que convencerlos de nada. Pero hay otra parte, también importante que, aun teniendo una tendencia política más o menos definida, de elección a elección puede cambiar su comportamiento. Estos son los destinatarios de las campañas electorales. Y se sabe también que el votante no da saltos en el vacío. Vamos, que no es normal, estadísticamente hablando, votar a IU en unos comicios y al PP en los siguientes. En general, este tipo de elector sólo hace dos movimientos: o votar a “su” partido o no votar. Puede que termine votando a algún otro, casi siempre el más cercano ideológicamente al “suyo”, pero eso es a largo plazo. Y en una campaña no interesa el largo plazo. Lo que interesa, lo que da concejales y diputados autonómicos, es movilizar lo más posible a los propios y desmovilizar a los del contrario.

Y aquí confluimos con el artículo anterior. Desde el punto de vista de los partidos, importa saber cuál es la cuestión central de la campaña para dirigir los mensajes en esa dirección y no perder tiempo ni recursos en otras que al final no dan votos. Desde el punto de vista de las empresas demoscópicas, interesa saberlo, como veíamos, para poder adjudicar lo más ajustadamente posible los votos de los que no contestan. Hay, por tanto, una confluencia de intereses y no parece descabellado pensar que si alguien de un gremio tiene simpatías por alguien del otro y averigua cuál es el tema clave, pues que vaya y se lo diga.

Es conocida la afinidad del profesor Santamaría con el Partido Socialista. Y es conocida también la dispersión en la argumentación del Secretario de Organización del PSOE. Sin embargo, en una entrevista concedida por José Blanco a “La Mañana de la COPE” el lunes, 21 de abril, nada de dispersión. Al contrario. Le preguntaran lo que le preguntaran, él a lo suyo. Y lo suyo, no recuerdo las palabras exactas pero sí el sentido, era más o menos esto: sí, muy mal los ataques a sedes del PP, pero la culpa de la crispación que lleva a esos extremos la tiene Aznar, el PP, por apoyar una guerra ilegal, ilegítima y bla bla bla. Y sí, muy mal lo del PNV, nunca estaremos con ellos si no cambian de posición, pero la culpa de la crispación en el País Vasco la tiene Aznar, el PP, por su radicalización, su falta de flexibilidad para con los nacionalistas y bla bla bla.

No entro en la moralidad (inmoralidad) de la conocida técnica de culpabilizar a las víctimas, sea del terrorismo nacionalista, sea de los ataques a sedes, pero sabemos –tenemos ejemplos por Centroeuropa años 30 o por el golfo de Vizcaya más recientemente– que funciona muy bien. Evita la desmovilización, permite a los afines autojustificarse, en resumen, da votos.

Estamos al principio de la campaña electoral (al escribir estas líneas todavía no había empezado oficialmente), y durante la misma pueden darse circunstancias excepcionales que desvíen el interés hacia otros asuntos, pero hasta ahora todos los indicios llevan a pensar que la famosa pregunta, esa con la que llevo dándoles la murga varios días, no diferirá mucho de la siguiente: ¿Quién tiene la culpa de la crispación? Ya saben, el que la tenga, y no hablo en términos jurídicos ni morales, sino demoscópicos, pierde.

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