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Alberto Míguez

Marear la perdiz

Sería complicado y un tanto tedioso enumerar las veces que la UE, el Mercado Común, la UEO (Unión Europea Occidental) y otras instituciones y organizaciones europeas han intentado definir o elaborar un concepto de defensa y seguridad para Europa.

El número de proyectos elaborados y textos redactados sobre este particular sólo es comparable con las veces que los europeos han proclamado el nacimiento de esa “Europa de la Defensa” tan inédita como, por ahora, invisible. Hubo múltiples maniobras para que el “pilar europeo de la OTAN” fuera algo más que un recurso retórico de algunos países miembros. También las hubo para que la UEO (Unión Europea Occidental) se convirtiese en el “brazo armado” de la UE. Existe una estructura relativamente útil, el “Eurocuerpo” y la UE se ha hecho cargo recientemente de las tareas de seguridad, defensa y policía en Macedonia tras relevar a las tropas de la OTAN. Algo es algo pero todos estos esfuerzos carecen de importancia y consistencia. Son, a lo sumo, tentativas, tientos, ensayos.

Los europeos no tienen una defensa propia, medios genuinos para apuntalar su seguridad —y, por tanto su política exterior— simple y sencillamente porque no quieren poner los recursos necesarios y prefieren —preferimos— dedicar sus recursos para mantener una sociedad próspera, socialmente estable y avanzada, Estados despilfarradores, y actividades productivas (en primer lugar, la agricultura) protegidas. Está, estamos acostumbrados a que en el momento de la verdad —Bosnia, Kósovo, Somalia, etc— sea el “amigo americano”, o el primo de Zumosol como dicen ahora, quien ponga los medios, la tecnología e incluso las tropas para sacarnos del apuro. Es una dependencia infame y cínica que no puede eternizarse.

Esta dependencia todo el mundo la conoce pero los dirigentes europeos, los diplomáticos, los militares y los ciudadanos en general simulan a veces ignorarla y miran hacia otro lado. La simple lectura del “Balance Militar y Estratégico” del Instituto Estratégico de Londres que aparece anualmente (el último está recién salido) o del también muy reciente “Manual de la OTAN” demuestra que Europa dedica mucho menos recursos a su defensa que Estados Unidos y Canadá pese a la permanente prédica de la OTAN para que el “pilar europeo” supere el fatídico 2,4 por ciento del PIB en sus presupuestos de Defensa. Muy pocos de los ahora 25 miembros de la UE lo hacen y los mismo cabe decir de los países europeos miembros antiguos o recientes de la Alianza Atlántica.

Pero no se trata solamente de dinero y de voluntad política. Europa gasta mucho dinero en defensa pero lo gasta mal, y los resultados son mediocres. La política de fabricación y compra de material militar carece de coordinación y cohesión. Y hasta ahora, ni el “pilar europeo-atlántico”, ni la UE, ni la UEO ni ninguna de las siglas solapadas y repetidas han hecho mucho para evitar que los errores se eternicen.

Hace unas horas la presidencia griega ha promovido que Europa se dote de un “auténtico concepto de seguridad” y de “una doctrina de defensa europea” probablemente para que se olvide la patochada del presidente Chirac inventándose una OTAN de bolsillo para su uso y disfrute con la inapreciable colaboración de Bélgica y Luxemburgo. Volvemos a marear la perdiz: sobran definiciones y conceptos de ese arcano que parece ser la “defensa y seguridad europeas”. Podrían escribirse decenas de libros y recopilaciones con la huera retórica generada a partir de tales conceptos en los últimos veinte años.

Ahora, los ministros de Asuntos Exteriores han pedido a Mr. Pesc, Javier Solana, que elabore un nuevo documento sobre tales asuntos. Y Solana, que es un laborioso y competente “funcionario internacional” (como lo calificó atinadamente su correligionario Jesús Caldera) lo presentará en la cumbre europea de Salónica. ¿Más de lo mismo? Todo indica que sí. La tentación de sustituir las soluciones por papeles más o menos inspirados es una vieja tentación de políticos, burócratas y “eurócratas”. Volvemos a las andadas.

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