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Pío Moa

No entienden cómo cayó todo aquello

El marxismo tuvo en España bastantes seguidores y muchos más simpatizantes y respetuosos, particularmente entre los cristianos “progresistas”, que siguen sin entender la caída del muro de Berlín. Uno queda pasmado cuando el filósofo Eugenio Trías señala la teoría de Marx sobre la plusvalía como la mejor explicación del capitalismo, cuando la falsedad de dicha teoría encierra la clave más aclaratoria, precisamente, del fracaso marxista. Se preguntaba Fernando Serra cuál habría sido nuestra trayectoria si en los años 60 hubieran estado en los escaparates de las librerías algunas obras de Böhm Bawerk, en lugar de resúmenes de El Capital. ¡Pues cualquiera sabe! Porque las motivaciones para la acción no dependen sólo, y a veces casi nada, de conocimientos y análisis racionales.

Así, con la caída del tinglado comunista simbolizada en la del muro, cabría esperar en los miles de marxistas y simpatizantes una penosa crisis de conciencia y un esfuerzo por aclarar lo ocurrido… Pero nada de eso. Salvo excepciones, aquellas bravas huestes dueñas del futuro aplicaron sus entusiasmos a la menos trabajosa disciplina del cambio de chaqueta. Para ellos toda la dificultad se redujo a cómo hacerse los suecos sobre las ideas que habían defendido durante años, o a presentar su nunca explicado “cambio” como una muestra de espíritu abierto y talante democrático. Y ahí siguen tan campantes, en la política y en la cátedra, parloteando con la desenvoltura y autoridad de siempre. Después de todo, si habían profesado el marxismo socialista o comunista había sido por servir al pueblo, y esa buena intención seguía intacta. El pueblo podía respirar tranquilo: no le abandonarían. Ha sido un espectáculo de caradura política y personal difícilmente superable.

Pero no solo no han creído necesario explicar nada, tampoco se lo han explicado a sí mismos. En realidad nunca han entendido qué había fallado. Por supuesto, conocían perfectamente el carácter tiránico, sanguinario y económicamente desastroso de los regímenes marxistas, pero eso jamás les alteró el sueño. ¿Por qué, entonces, les atraían tales sistemas? Justamente porque permitían que gentes como ellos tuvieran poder omnímodo sobre grandes poblaciones, con las cuales podían experimentar sin trabas sus enfermizos sueños de poder y “emancipación”, sin tener que rendir cuentas por sus vesanias y fracasos.

Esta actitud se percibe nítidamente en la admiración, abierta a veces, soterrada otras, pero inequívoca siempre, por la residual dictadura comunista de Castro. Nadie puede ignorar hoy día la crueldad y miseria del régimen que ha convertido a Cuba en una cárcel de la que casi todo el mundo quiere huir, pero a muchos de nuestros izquierdistas —y nacionalistas vascos— eso no les preocupa lo más mínimo. Pronuncian ocasionales condenas hipócritas, a fin de no perder votos, pero en el fondo siguen hechizados por la tiranía castrista. Conviene recordar que esas gentes, si las condiciones les favoreciesen, harían de España una cárcel semejante. Es lo que siguen teniendo en la cabeza.

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