Si se aplicara la lógica política convencional a los nacionalistas vascos, PNV y EA deberían estar muy contentos con la perspectiva de que, con toda probabilidad, la pantalla política de ETA no podrá ya presentarse a las elecciones. El sector del PNV liderado por Egibar, artífice de Estella e interlocutor habitual de los etarras y sus simpatizantes, apenas se diferencia en sus planteamientos de la ilegalizada Batasuna; y otro tanto cabría decir de Eusko Alkartasuna. Por ello, lo lógico sería que el voto de Batasuna se recondujera hacia estas dos formaciones nacionalistas que actualmente forman coalición.
Esta es, precisamente, la conclusión a la que llegan algunos analistas, quienes intentan explicar el descarado apoyo que las pantallas de ETA reciben de los nacionalistas “moderados” como un guiño necesario hacia el mundo “radical” con el objeto de sumar sus votos. Sin embargo, tal tesis carece de fundamento, vistas la estrategia y las tácticas tradicionales del PNV. A nadie se le oculta que, sin ETA, el PNV –e indirectamente CiU– no hubiera sido más que un partido regionalista con escaso peso en la vida política nacional. Ha sido gracias a la existencia de ETA que el PNV, hasta Estella, se ha podido presentar como la clave de la solución pacífica y democrática al “conflicto vasco”, como árbitro con derecho a veto en todas las cuestiones relacionadas con el País Vasco, especialmente en lo que toca a la lucha contra el terrorismo. Y como premio a su papel “moderador”, al PNV se le han consentido y se le han tomado en serio políticas y declaraciones que, en otro caso y si no hubieran existido los asesinatos de ETA, habrían supuesto la irrisión y el desprestigio del partido y de sus líderes. La obsesión de Arzalluz con el Rh, la entelequia “imperialista” de Euskalherria o la manía de reinventar la Historia son ejemplos paradigmáticos de esas necedades racistas de los nacionalistas que moverían a risa a todas las personas de bien si no fuera porque las pistolas de ETA han obligado a tomarlas en serio.
El PNV decidió en Estella que la fase “moderada”, destinada a desarrollar un estado embrionario sirviéndose de las posibilidades del Estatuto, había llegado a su fin; y que era el momento de plantear sin ambages ni titubeos la “superación” del marco legal vigente. Pero, en contra de lo que pudiera parecer, para tal fin es más necesario que nunca el concurso de ETA-Batasuna, cuya desaparición de la escena desplaza al PNV-EA hacia el espectro “radical” de la política vasca, algo que sus votantes más moderados no ven precisamente con buenos ojos. El Euskorrico de Ibarretxe sólo tiene sentido en el marco de un “conflicto irresoluble” entre el “estado español” y Euskalherria; o, traducido al lenguaje corriente, mientras los pistoleros de ETA puedan compatibilizar el escaño con el coche-bomba. Es decir, mientras el terrorismo etarra reciba la consideración de problema político y no de orden público. Sólo desde este punto de vista puede entenderse que unos partidos que se dicen democráticos como el PNV y EA estén dispuestos a colaborar con una formación política de la que la Justicia ya ha demostrado ser parte de ETA y a incluir en sus listas electorales a miembros de una organización terrorista. Naturalmente, con la hipócrita excusa de la defensa de la libertad y el plurarismo político.
La posibilidad –casi la certeza– de que EEUU incluya a Batasuna en su lista de organizaciones terroristas, así como la ofensiva diplomática contra el terrorismo que el Gobierno desarrollará en la ONU con el apoyo norteamericano, como corolario del apoyo de España a la Coalición, explican muy bien la oposición del PNV a la guerra de Irak. Todo lo que contribuya a sacar a España de la marginalidad internacional y colocarla en “primera división” es, evidentemente, muy perjudicial para los objetivos nacionalistas.
Y también se entiende que la advertencia del Papa contra los nacionalismos exacerbados haya puesto tan nerviosos a los líderes del PNV, que como no pueden tachar al Santo Padre de “españolista”, arremeten contra Rouco para desahogar su frustración ante la negativa del Pontífice a recibirles y su sorpresa por no ver ikurriñas ni banderas republicanas entre los fieles que acudieron a la convocatoria de Juan Pablo II. Afortunadamente, el Santo Padre está muy bien informado de cuáles son los motivos, las intenciones y los aliados de los nacionalistas que, como complemento a su delirante proyecto secesionista, desean una Conferencia Episcopal vasca basada en los planteamientos del manifiesto de esos quinientos sacerdotes vascos cuya prioridad no es, precisamente, la condena moral del terrorismo. Si no fuera por la tradicional confesionalidad del PNV, no habría que descartar que los nacionalistas quisieran también crear la “Iglesia Reformada Vasca”. Aunque, vista su trayectoria en los últimos años, es una posibilidad que no hay que excluir del todo.
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