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Me sorprende que todavía haya quien se sorprenda porque Luis Aragonés no vaya a seguir en el Atlético de Madrid la próxima temporada. Lo digo porque ayer volvieron a convertirlo en noticia de primera página. "¡Luis no sigue!", como si no se supiera ya que el entrenador madrileño emigrará a otro equipo. ¿Por qué se lo ha comunicado a sus jugadores antes que a la propia dirección del club?... Porque el portugués Dani le puso entre la espada y la pared: "¿Es cierto, como sale publicado en algunos periódicos, que no cuenta usted conmigo?"... A Luis no le quedó otra que reconocer que él no estaba diseñando la plantilla de la temporada 2003-2004 porque no iba a seguir en el club rojiblanco. Si el señor Aragonés amagó hace cuatro meses y volvió a amagar hace sólo diez días fue únicamente porque no quería renunciar al otro año que le queda de contrato. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Es muy posible que otro club les haya solucionado la papeleta a Jesús Gil y el propio Luis mejorando el contrato que éste último tiene firmado con el Atlético de Madrid. Todos contentos...

No hacía falta ser Sherlock Holmes para saber que Luis saldría del Atlético de Madrid en cuanto tuviera la más mínima ocasión. No le gusta Gil, ni le gustaba tampoco tener por encima de él a Paulo Futre. Por no gustarle, ni siquiera le ha gustado nunca su plantilla. Es, por lo tanto, un hombre profundamente disgustado, incómodo con las condiciones en las que le ha tocado trabajar. Y ese disgusto suyo se ha trasladado al terreno de juego y ha sido transmitido también a los futbolistas. Luis ha cambiado demasiadas veces de alineación titular y ha acabado por volver locos a los jugadores. ¿Qué Luis se va?... ¡Elemental, querido Watson!

Tan rocambolesca historia no podía acabar más que como lo ha hecho. Con Luis confirmando un miércoles su adiós en el vestuario sin conocimiento del dueño del club, y filtrando él mismo el jueves que esa podía ser una táctica para motivar a los futbolistas. El caso es que el señor Aragonés tenía muy claro que su conversación con los jugadores se sabría en todo Madrid a las veinticuatro horas de producirse. Erró en veintitrés, porque a la media hora ya era de dominio público. ¿Acaso pretendía motivarnos también a los periodistas? No hacía falta ser Holmes para darse cuenta de que, tarde o temprano, Gil y Luis chocarían. Era elemental. Y por eso no comprendo bien a santo de qué tanta sorpresa.


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