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EDITORIAL

Pacto, tregua y referéndum

Como ya anunciábamos en el pasado editorial, el descarado apoyo del PNV-EA a ETA y sus pantallas, especialmente la, a primera vista, absurda negativa de Atutxa a disolver SA, tiene una clara razón de ser que ETA ha confirmado el domingo a través su cauce habitual, el diario Gara. Aun a pesar de las acusaciones de la banda de oportunismo electoral hacia el PNV, a cuenta de la ilegalización de su pantalla política –poco más que mera retórica–, el nacionalismo “moderado” y el “radical” han hallado un punto de encuentro en torno al plan de Ibarretxe. Ese “plante al Estado Español” ofrecido por Egibar, el embajador del PNV ante ETA, a Otegi tomará la forma de una nueva “tregua” que, aprovechando la práctica inoperatividad criminal de la banda forzada por la eficacia policial, proveerá ese ambiente de falsa paz que Ibarretxe necesita como cobertura política para convocar su referéndum.

Se trata de una reedición del Pacto de Estella, aunque esta vez el entendimiento entre las familias nacionalistas va mucho más allá. El PNV está dispuesto a asumir una ruptura abierta del marco legal e institucional –una exigencia tradicional de ETA–, convencido de que ha llegado la hora de que el embrión de estado euskaldún vea la luz. Bien por agotamiento de las posibilidades que les ofrecía el Estatuto y la Constitución para su estrategia secesionista, o bien porque el nacionalismo vasco está alcanzado las máximas cotas de desprestigio político –no sólo en España, donde hace ya algún tiempo que nadie puede engañarse respecto de las intenciones de los nacionalistas, sino también en el extranjero– los nacionalistas se han lanzado, al grito de ‘ahora o nunca’, a una loca huida hacia delante cuyo éxito a corto plazo vendrá determinado en muy gran medida por los resultados de las elecciones municipales, probablemente las más importantes y más cargadas de significado político de toda la democracia y, asimismo, las más decisivas de los últimos años para los nacionalistas “moderados”, que en esta convocatoria se juegan muchísimo.

Si el PNV aumenta su representación municipal en los ayuntamientos con presencia de concejales batasunos, su evolución futura quedará hipotecada por los dictados de ETA. Si, en cambio, los nacionalistas “moderados” pierden concejales, lo más probable es que tengan que buscar alguna excusa para no celebrar el ansiado referéndum, la cual vendría, una vez más, de la mano de ETA, que suspendería acto seguido la anunciada tregua pretextando, probablemente, la incapacidad del PNV para liderar el proceso de “construcción nacional”. Paradójicamente, el resultado más favorable para el PNV-EA sería mantener más o menos el mismo número de concejales –habida cuenta de que no es probable que los votantes del PP y del PSE decidan cambiar el sentido de su voto a favor del PNV. Ello les permitiría, por una parte, mantener la convocatoria del referéndum; por otra, conservar el entendimiento con ETA; y, al mismo tiempo verse libres de la contaminación de los votos de Batasuna y de la hipoteca que ETA se cobraría sobre ellos.


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