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Alberto Míguez

Los enanos gigantes

Por si faltase algo para agravar aún más la delicada situación que atraviesa Argelia desde hace más de diez años, el país debe afrontar ahora una catástrofe natural cuyas consecuencias podrán calibrarse en los próximos días, aunque todo indica que las evaluaciones de víctimas y daños están muy por debajo de la realidad, como suele suceder generalmente en las dictaduras africanas y árabes.

Al presidente Abdelaziz Buteflika le crecen los enanos hasta convertirse en gigantes. Por mucho que se esfuerce en disimularlo, el caos está garantizado incluso con la ayuda internacional que empieza a llegar con toda urgencia. El terremoto está poniendo de relieve el desmadre institucional, la corrupción generalizada, el despilfarro de un Estado irresponsable y las condiciones espantosas en que sobrevive la población de la capital y zonas periféricas.

Y esto sucede en uno de los países más ricos de África, con recursos energéticos para dar y tomar, una agricultura que antaño fue feraz y rentable, una población alfabetizada y una incipiente clase media dependiente de “papá Estado”, ese Leviatán de caricatura contra el que se han levantado islamistas, “kabiles” bereberes, jóvenes desempleados y militares descontentos: amarga herencia de aquella economía “autogestionada” que tanta ilusión hacía a los progres españoles de los años sesenta y setenta, recuerdo de la dictadura de partido único que preparó el triunfo electoral de los islamistas, un golpe de Estado militar posterior y una guerra civil que todavía dura.

Las catástrofes y desgracias colectivas sirven como catalizador del estado de la nación o, en este caso, del mal estado, porque ponen a prueba la capacidad de los gobernantes para remediar los males infligidos. Y eso en el tiempo más breve posible. Cuando hace tres años, Argel, la capital, debió enfrentarse a lluvias torrenciales que provocaron inundaciones en los barrios populares, la catástrofe produjo varios centenares de muertos debidos esencialmente a las deficiencias de los servicios públicos (alcantarillado, calzadas, infraestructuras eléctricas y saneamiento), a la falta de mantenimiento y a la lentitud de los socorros.

Todo indica que el desastre se está repitiendo ahora y que la cólera de los ciudadanos aumentará a medida que las autoridades sean incapaces de socorrer a las víctimas, reparar los daños e indemnizar a los damnificados. A medio camino entre un Estado todopoderoso, una sociedad atemorizada y un poder militarizado (los generales siguen haciendo su ley), Argelia navega ahora entre la desgracia y el escepticismo. La nueva catástrofe servirá apenas para revelar sus dramáticas carencias.

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