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Germán Yanke

Día de descanso

No será el sábado el último día de campaña (ni disfrazado de ese absurdo “día de reflexión”), sino uno de descanso en una campaña que me temo no terminará hasta las elecciones generales del año próximo. Si no sirve para reflexionar sobre el voto del domingo –estoy convencido de que los indecisos son personas que no quieren pronunciarse sobre lo que ya han decidido–, podemos, sin embargo, reflexionar sobre lo que ha ocurrido hasta ahora.

Algunos dirigentes del PP se han quejado, más o menos veladamente, de una campaña centrada en el presidente del Gobierno, que sólo es, en estos comicios, el último de la lista de Antonio Basagoiti al Ayuntamiento de Bilbao. Se quejan por complejo crónico, que es la mayor enfermedad del partido gubernamental en estos momentos. O, lo que es lo mismo, para que sea Aznar el que pague el pato si las cosas no salen bien. Sin embargo, Aznar ha sido el único revulsivo de un PP asustado por la guerra, que ya le dejó sólo en el debate sobre Irak (hasta el punto de que Rato parecía el ministro de Economía de Alemania y Trillo el de Defensa de Francia), y atolondrado ante el resurgimiento callejero de la izquierda. Estaban al comienzo de la campaña bajo mínimos por su propia debilidad y, en vez de quejarse, tendrían que alegrarse de lo que estas elecciones locales tengan de “plebiscito” sobre Aznar porque ha sido él el que les ha sacado del agujero. Seguramente no es el único “activo” del PP, pero, por el momento, parece el único “motor” de la derecha.

En un breve periodo de tiempo, el PP se ha recompuesto, las sonrisas han aparecido y las encuestas han ido ratificando que la desafección de los ciudadanos no era tanta como las algaradas antiguerra querían dar la impresión. El PP tiene mejores votantes que dirigentes y las razones profundas de la desazón que se ha venido viviendo en los últimos meses tienen más causa en esa constatación que en la posición occidental y moderna de su presidente en la lucha contra el terrorismo internacional. Pero el caso es que, aunque haya hoy todavía opciones varias, y aunque no se pueda profetizar un triunfo o su contrario, la campaña, lejos de hundir a un PP acomplejado, le ha sacado de la sima.

Paradójicamente, el desarrollo de la campaña socialista ha sido el contrario. Quizá algunas cosas todavía le salgan bien el PSOE el domingo 25 pero, durante la campaña, se ha venido abajo. De la superioridad absoluta de quien, con el recurso a la calle y a un presidente que daba la espalda a los ciudadanos, se veía ya preparando el futuro Gobierno el día 26, hemos terminado con un Rodríguez Zapatero crispado y unos colaboradores que se deslizan rabiosos a señalar lo que harán si están en la oposición de los gobiernos municipales o autonómicos. Quizá tenga algo que ver en ese desánimo precisamente el hecho de que unos comicios locales se hayan planteado como un juicio al presidente, incluso un juicio de su política exterior. En ese escenario, Aznar es el PP y los candidatos sus acompañantes ocasionales. Y, en ese mismo escenario, Zapatero no ha sido el PSOE, sino el acompañante de Bono, Maragall, Odón Elorza, Rodríguez Ibarra, etc. Confiar la política general y la exterior en el acompañante de Maragall es más complicado que hacerlo en Aznar.

Como muestra de estas campañas cruzadas, el periodo ha terminado con un Aznar con aire sobrado y hasta descarado, bromeando sobre el tamaño y la colocación de sus órganos genitales, y un Rodríguez Zapatero metiendo la pata tras el atentado de Casablanca y aprovechando el asesinato de una candidata popular por su marido para criticar la política gubernamental sobre la violencia doméstica. Ha habido algún candidato socialista que ha subido a la tribuna un tanto beodo, pero el PP no ha tenido necesidad de criticar la posición del PSOE sobre el botellón.

Anoto todo esto, no para prejuzgar los resultados del domingo, sino como criterio para analizar la evolución política reciente. No sé a ciencia cierta qué votarán los más jóvenes, o si lo harán, ni el resultado final de algunas votaciones que tienen, como es el caso de Madrid, un importante valor simbólico. Aventuro que no habrá muchos cambios, pero, claro, no sé ahora los resultados. Lo que me interesa, en este día de descanso de una campaña que habrá de seguir hasta las generales, es que no estamos, como se ha dicho desde filas socialistas, al final de un ciclo. Para empezar, no parece que vaya a haber debacle de la derecha. Y, aunque el resultado sea uno u otro, después de la huelga del 20-J y de la rectificación gubernamental sobre el empleo, después del Prestige y después de la guerra de Irak, el triunfo de Zapatero no es seguro, sino sólo posible. Como antes de todo esto. Deberá pensarlo el PSOE para arbitrar una alternativa que aún no se ha visto. Y deberá pensarlo el PP para buscar una alternativa a lo que se ha visto.

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