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Robert A. Sirico

¿Una nueva Teología de la Liberación?

La vieja izquierda está renaciendo con muchos bríos en América Latina, pero casi nadie se preocupa. En Brasil gobierna el socialista y anticapitalista Luiz “Lula” da Silva, quien inició su mandato con una fiesta donde sus principales invitados fueron Fidel Castro y Hugo Chávez.

En Venezuela, el presidente Chávez utiliza sus frecuentes e interminables discursos en cadena de radio y televisión para amenazar a “terroristas” y “traidores”, términos que utiliza para referirse a la oposición. La violencia es constante en las calles de Caracas y la confrontación política le ha dado un severo golpe a la economía, a la vez que el gobierno desmantela a PDVSA, la empresa estatal petrolera, con el despido de más de la mitad de sus técnicos, gerente e ingenieros.

En Ecuador, el presidente Lucio Gutiérrez, un coronel golpista igual que Chávez, promete utilizar el poder estatal para redistribuir la riqueza, mientras los robos y el crimen van en aumento en un país tradicionalmente pacífico.

América Latina parece estar regresando a los años 80, cuando una deformada versión del Evangelio se utilizaba en la agenda política redistribucionista y violenta, utilizando el antiamericanismo para alcanzar y consolidar el poder. Esto ahora tiene una dosis adicional de resentimiento antiglobalización, con lo cual sólo se logrará mayor pobreza y miseria para la gente.

En los años 80, durante la popularidad de la Teología de la Liberación, ese movimiento religioso y los intelectuales recibían apoyo de la Unión Soviética en su llamado a la revolución contra el capitalismo y la expropiación de los expropiadores. Entonces el Papa Juan Pablo II inició una campaña contra esa desviación teológica y confrontó a quienes trataban de utilizar la religión con fines políticos y para lograr el poder.

Hoy notamos ciertas diferencias. La consigna es redistribución más que revolución y el resentimiento está siendo dirigido contra el comercio internacional –la globalización– más que contra los empresarios locales. Esta nueva teología es ahora más populista y nacionalista que comunista y apunta al control de las industrias y del bienestar más que concentrarse en el saqueo y la expropiación. Y como tienden a ser conflictos locales, el resto del mundo no le presta mucha atención a América Latina.

En cierto sentido, el peligro es ahora mayor porque afectará aún más el nivel de vida de los latinoamericanos. Está claro que la redistribución de la riqueza, la centralización del poder y la expropiación no aumenta el nivel de vida de la gente. Eso sólo se consigue bajo una economía abierta de mercado, respeto a la propiedad privada que promueve el ahorro y la inversión, a la vez que monedas duras y confiables. Los nuevos gobiernos de izquierda en América Latina sólo están logrando empobrecer más a la población, fomentando la emigración y la dependencia. Ninguna economía ha logrado jamás crecer con estatismo sino con libertad individual.

El desastre argentino es otra muestra del fracaso de la politiquería estatista que promueve el colectivismo y la centralización de las decisiones en manos de los políticos y gobernantes.

Es importante que Washington se dé cuenta del alcance de este nuevo resurgimiento de la izquierda latinoamericana. La mejor prescripción no es la intervención sino fomentar la apertura y el libre comercio. Pero primero que todo, la clase política de Estados Unidos debe comprender las amenazas a la democracia y a la libertad que esta nueva ola izquierdista significa para todo el hemisferio.

Robert A. Sirico es sacerdote católico y presidente del Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad.

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