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Si viviera en China y estuviera hasta las narices del falseamiento de la realidad que impone el sistema comunista, habría visto Matrix, la primera, desde otro prisma. Pero la vi aquí y recomendada por un artista de la onda “antisistema” como si fuera una película de tesis, de esas que iluminan la oscura trastienda de la realidad. Así que lo que encontré en ella, aparte de no poco entretenimiento, fue la enésima reencarnación de una vieja idea, hoy muy cara al mundillo llamado alternativo: la idea de que estamos controlados. Física, ideológica y psíquicamente.

En Matrix, las máquinas, a fin de aprovechar la energía de los seres humanos para su propia alimentación, han creado una realidad virtual para que la gente crea que vive si no en un mundo feliz –eso no se lo tragaba nadie– al menos en un mundo normalito, en el que se hace uno la ilusión de que lleva una vida autónoma. En la idea, reciclada de la teoría marxista de la alineación, tan difundida entre rebeldes de buen vivir, unos pocos, ya sean las multinacionales u otros sucesores de los Sabios de Sión –ojo, que en Matrix esa es la única ciudad libre– mantienen esclavizados a los humanos sin que estos se percaten, gracias al opio del consumo y de la cultura de masas y a la ocultación de la cara brutal del “sistema”, como la explotación del Tercer Mundo y otras marranadas (la penúltima de ellas, abróchense los cinturones, ha sido el uso de armas nucleares en la guerra de Irak para liquidar a la Guardia Republicana. Hay densos análisis circulando por la red y personas de carne y hueso lo mantienen).

Según esas gentes, el sistema en el que vivimos, el del capitalismo y la democracia, genera una especie de realidad virtual para que el individuo piense que goza de libertad cuando resulta que está sometido en todas y cada una de las facetas de su pobre vida. Y no deja de ser paradójico que esto se lo crean a pies juntillas personas que se consideran muy libres, no se atienen a convenciones ni pendejadas sociales y suelen hacer lo que les da la gana. Claro que esta creencia o superstición, tan afín a los delirios paranoicos que a veces se confunde con ellos, produce ciertos beneficios.

Para empezar, los amigos clarividentes se sitúan por encima de todos los demás mortales, que estarían presos en las redes del Matrix capitalista. Sólo ellos saben lo que los demás no saben. Sólo ellos son conscientes del engaño, de la gran conspiración de los poderosos. El resto es masa borreguil, que se deja arrastrar al consumo desenfrenados de los opiáceos. En Matrix película, el opio es la realidad virtual. En El mundo feliz, de Huxley, era el soma, una droga. En El Congreso de Futurología, de Stanislav Lem, tambien son los alucinógenos, los maskones, los que se encargan de velar los sentidos. Por cierto, que hay escenas de Matrix que parecen inspiradas en la divertida obra de Lem, escrita en la Polonia comunista, dicho sea de paso. En fin, que los que han tomado la píldora desenmascaradora son más listos y por ello son los guías que sacarán al rebaño de su torpor. Protagonistas, que es lo suyo.

La superchería en cuestión tambien les instala en el rol de “malditos” que tan buena prensa y venta tiene desde hace décadas. Claro que el genuino “maldito” lo pasaba mal de verdad y estos de ahora viven estupendamente, gracias en parte a su pose malditista, y sólo corren peligro, si acaso, por alguna sobredosis de opiáceos nada virtuales. No se han enterado de que “Lucifer tambien murió con Dios”, que escribió Albert Camus y al final muchos engrosan “la cohorte socarrona de esos pequeños rebeldes, simiente de esclavos, que acaban ofreciéndose actualmente en todos los mercados de Europa para cualquier servidumbre”, como dice el citado en El hombre rebelde. Y esa es la cuestión. La servidumbre.

Porque muchos de estos “anti” suelen ser conformistas cuando se trata de su propia realidad. Lanzan denuestos contra el sistema y se pliegan a las condiciones de los que controlan y venden su trabajo. Hablando de artistas, ¿cuántos hemos visto rebelándose contra el tributo que ha de pagarse a la SGAE y que tanto sube el precio de los discos y da lugar al top manta? Una. Dos, quizá. En privado, más. Pero ahí están, aguantando mecha como cualquier oveja "matrixtizada". Y uno sospecha que su cacareo contra el poderoso Sistema les sirve de coartada consciente o inconsciente de su sumisión al real sistema que les da la pitanza.

La idea de que vivimos bajo un sistema omnipotente y castrador puede resultar muy atractiva para cualquiera que prefiera eludir la responsabilidad de su propia vida. Si uno no hace lo que quiere, si no consigue lo que se propone, no será por falta de mérito, sino porque el diabólico sistema se lo impide o le castiga. Es lo que Ludwig von Mises, en La mentalidad anticapitalista, llama “la ansiosa búsqueda de un chivo expiatorio”. Es el modo en el que la gente del cine español explica su fracaso. Pero que no se autoengañen nuestros cineastas: no iremos a ver Matrix Reloaded porque el sistema nos obligue. La iremos a ver porque no se puede vivir sólo de Blade runner.

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