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El novelista argentino Mempo Giardinelli declaró a propósito de los últimos asesinatos perpetrados por la dictadura castrista: “Condeno los fusilamientos, pero no quiero que Cuba caiga en manos de los Estados Unidos”. O sea, que no termina de condenarlos. No comentó sobre la posibilidad de que Cuba no cayera en manos de nadie, ni sobre que, incluso si fuera fagocitada por los odiosos yanquis, difícilmente estaría peor que con Castro. En cambio, presentó dos diagnósticos económicos sobre la isla: ya no hay hambre, aseguró, y las dificultades derivan exclusivamente del embargo.

Confesó Giardinelli que “tengo admiración a esta isla” porque ya no hay hambre. Olvidó el pequeño detalle de que no había hambre en 1959, o sea que si la tiranía comunista “resolvió” el problema del hambre, lo que hizo fue resolver un problema que ella misma había creado, algo difícilmente admirable.

La obviedad de que aún hay males económicos en Cuba, pobreza y escasez generalizadas, no puede ser asignada sólo a “un embargo salvaje”, como hace don Mempo. Curiosamente, no se le ocurre que pueda anidar ni un poco de salvajismo en la dictadura. Por supuesto, la anulación de la propiedad privada, del capitalismo y del mercado no tiene nada que ver con la miseria de los cubanos. En Cuba hay un régimen socialista, y el socialismo, por definición, es bueno para el pueblo trabajador. ¿O no?

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