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EDITORIAL

Apenas un ligero desgaste

El PP vence en 35 de las 52 capitales de provincia y en 9 de las trece comunidades autónomas que el domingo eligieron a sus representantes autonómicos. En este ámbito, los populares recuperan Baleares, aumentan su representación en Murcia, Navarra (UPN), Canarias y La Rioja, y conservan también la mayoría absoluta en Valencia y Castilla-León. En Madrid, unos escasos miles de votos apartarán a Esperanza Aguirre de la mayoría absoluta en la Comunidad; la cual, previsiblemente, gobernarán PSOE e IU conjuntamente, lo que de cara a las próximas elecciones es un arma de doble filo para los socialistas.

Sólo en los resultados autonómicos de Castilla-La Mancha y Aragón puede hablarse en propiedad de un relativo descalabro del partido del Gobierno, y en ambos casos las causas son imputables exclusivamente a factores políticos regionales ajenos a la guerra o al Prestige. En lo que concierne a Castilla-La Mancha, es evidente que el error, responsabilidad completa de Aznar, estuvo en la elección del candidato. Era previsible que el glamour político de Suárez Illana, hijo del ex presidente del Gobierno, no iba a ser suficiente para batir la veteranía y la, en términos generales, razonable gestión de José Bono en la comunidad que gobierna desde hace ya veinte años, cuyo triunfo aplastante empaña el muy menguado de Zapatero. Por lo que hace a Aragón, parece claro que las grandes dosis de demagogia desplegadas por la izquierda y los nacionalistas de la CHA a cuenta del Plan Hidrológico Nacional, así como la poca personalidad de los candidatos –esa batalla la tendría que haber librado Arrudi– han acabado pasando factura al PP.

Casi otro tanto puede decirse del ámbito municipal. Es de destacar que apenas habrá cambios en los ayuntamientos de la Costa de la Muerte, la zona más afectada por la catástrofe del Prestige, aunque la pérdida de votos municipales en Galicia (3,88 puntos porcentuales) haya tenido cierta entidad. Sin embargo, apenas 200.000 votos separan al PP del PSOE en el cómputo total, e Izquierda Unida disminuye su participación en el porcentaje de votos emitidos. Además, el PP amplía de la mano de Ruiz Gallardón la mayoría absoluta en el consistorio de la capital, lo que le coloca en la pole position para la sucesión.

Cabe concluir, por tanto, que la guerra y el Prestige, las palancas de las que el PSOE e IU pretendían servirse para convertir estas elecciones municipales en un severo voto de censura a Aznar y al PP, se han revelado ineficaces. En circunstancias normales, la ligerísima merma de apoyo popular que ha sufrido el partido del Gobierno en esta convocatoria habría que atribuirla al mero desgaste habitual provocado por el ejercicio del poder. Y si no hubiera sido por la ajustadísima victoria de la “coalición” PSOE-IU en la Comunidad de Madrid –que, junto con el Ayuntamiento de la capital, era el principal objetivo de Zapatero y Llamazares en estas elecciones–, el fracaso de la izquierda en su tentativa asamblearia, con las pancartas y las banderas del nunca mais o del “no a la guerra”, habría sido realmente clamoroso.

A eso hay que añadir la considerable pérdida de apoyo popular que Clos ha sufrido en el Ayuntamiento de Barcelona, con nefastos augurios para Maragall en la próxima cita en las urnas. Tampoco cabe felicitarle por el buen resultado de Elorza en San Sebastián. Su gestión del ayuntamiento donostiarra será a buen seguro fuente de quedraderos de cabeza para los socialistas españoles que se sienten identificados con lo que seguirá representando, felizmente, Vázquez en La Coruña.

Lo mejor de los resultados en el País Vasco es lo ocurrido en Álava. Lo peor, lo de Bilbao. Ibarreche no lo tiene más fácil para proseguir con su radicalización, a pesar de los votos ensangrentados que incorporan las candidaturas del PNV, pero tampoco lo tiene tan difícil como para impedírselo. Como en las previsiones meteorológicas, aunque disminuye el riesgo de catástrofe, negras nubes seguirán cubriendo el cielo del País Vasco.

Así pues, quienes pretendían convertir automáticamente en legitimidad política las manifestaciones callejeras y las agresiones físicas y verbales a los cargos y candidatos del partido del Gobierno han quedado en evidencia. Una vez más, los hechos demuestran que son las urnas, y no las pancartas y las manifestaciones callejeras, las que otorgan la legitimidad política que da derecho a gobernar. Por ello, la pírrica victoria de la izquierda en estos comicios debería ser motivo de reflexión para Zapatero y Llamazares, quienes sería de desear que no tuvieran en 2004 la ocasión de una guerra u otra marea negra para utilizarlas contra el Gobierno.

Nadie puede negarle a José María Aznar el éxito defensivo obtenido por un partido que, hace apenas dos meses, ante el feroz ataque de la oposición, estaba descoyuntado, sin esperanzas y contra las cuerdas. Sólo un grave desacierto –no descartable– en la elección de sucesor podría dar alguna esperanza a Zapatero y Llamazares de conquistar La Moncloa. Salvada la nave popular de la tempestad política provocada por la izquierda, en la mano del presidente está también procurar que no vuelva a encallar en los mismos bajíos del miedo, la desidia y la incomunicación que a punto estuvieron de provocar su naufragio.

En España

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