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Pedro Schwartz

Destrucción creadora

Los enemigos de la sociedad abierta suelen comparar la competencia económica con la guerra. En contraste con un idílico socialismo democrático, en el que las decisiones se toman por acuerdo y para bien de todos, el capitalismo salvaje progresa por medio de la lucha de todos contra todos, en la cual sobrevive el más fuerte o el que mejor se adapta al medio. Es posible que la libre competencia favorezca al consumidor durante algún tiempo, aunque al final lo deje alienado, o enajenado como se dice en castellano, imponiéndole productos innecesarios. Pero en el lado de la producción la lucha es sin cuartel. San Agustín lo resumió con una frase que ha resonado a lo largo de los siglos: en la ciudad terrenal, “el pez grande siempre se come al chico”.

Joseph Schumpeter (1883-1950) era un gran economista a quien gustaba chocar y sorprender. En cierta ocasión dijo que él era dos de estas tres cosas: el mejor jinete, el mejor amante o el mejor economista del Imperio Austro-húngaro. Su gran aportación fue refinar la idea de que el capitalismo es como la guerra, proponiendo la teoría de la “destrucción creadora”. Partió Schumpeter de la idea de que “el capitalismo, por su propia naturaleza, es una forma o método de cambio económico y ni es estacionario ni puede serlo”. El sistema se mueve empujado por “los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción y de transporte, los nuevos mercados, las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista”. Schumpeter subrayó la diferencia entre el mero refinamiento de tecnologías existentes y el movimiento lateral de procesos totalmente nuevos: un sistema que utilizara sus recursos óptimamente podría con el paso del tiempo resultar inferior a otro sistema subóptimo que sin embargo fuera más innovador. El premio Nobel Theodore Schultz añadió en 1964 que una economía en proceso de cambio y crecimiento se encuentra normalmente lejos del margen de eficiencia óptima, mientras que las economías estáticas y subdesarrolladas son las que están en equilibrio de perfecta competencia. Era empresario para Schultz el que mostraba “capacidad para enfrentarse con el desequilibrio”.

Sin embargo, Schumpeter puso demasiado énfasis en que la competencia que destruye estructuras productivas existentes para sustituirlas por estructuras innovadoras. No supo subrayar uno de los aspectos positivos de la innovación, a saber, que ésta puede surgir sin necesariamente destruir la capacidad de ganarse la vida de los acostumbrados al modo antiguo de hacer las cosas, si muestran adaptabilidad al cambio. Los humanos, antes que desaparecer, somos capaces de cambiar y adaptarnos de una manera que no está al alcance de otros mamíferos. Los numerosos animales de tiro del siglo XIX no pudieron aprender a conducir y por eso se han visto reducidos a servicios de salto y paseo. Los hombres no somos mulas ni caballos.

La competencia tiene además un aspecto cooperativo que aclararé con un símil deportivo. Si el Barça y el Real Madrid se enfrentan en un partido de fútbol de la Liga, no pueden ganarlo los dos, pues incluso un empate favorece al equipo visitante. En este nivel se trata de un juego de suma cero de eliminación del contrario. Pero en un nivel superior el juego se hace de suma positiva: cuando ambos emocionan con un fútbol de calidad, eso favorece a los dos clubes y a los jugadores mismos; los ingresos de todos aumentarán, no tanto por conseguir una mayor cuota de mercado, sino por crear un mercado más amplio. Además, es precisamente esa lucha la que espolea los jugadores a superarse, los entrenadores a imaginar nuevas tácticas, los presidentes a fichar grandes estrellas. La libre competencia comercial no tiene sólo el efecto de eliminación por “destrucción creadora” que señaló Schumpeter, sino sobre todo el cooperativo de ampliación del mercado y de superación de los contendientes.

© AIPE

Pedro Schwartz es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente del Instituto de Estudios del Libre Comercio.

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