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EDITORIAL

PSOE: ¿Qué victoria?

Como ya señalamos en la Revista de prensa del día 26, el PP y el PSOE, junto a los demás partidos, compitieron, no en unas, sino en centenares de elecciones municipales y en trece elecciones autonómicas que se celebraron de forma simultanea. Por tanto, designar ganadores o perdedores en función de la suma total de votos que han obtenido las listas de los distintos partidos es un ejercicio arriesgado que sólo tiene sentido cuando realmente existe un “vuelco” electoral en todas o la gran mayoría de las circunscripciones.

Hablar pues de “victoria”, como hace Zapatero, cuando apenas 100.000 votos de diferencia separan las candidaturas del PSOE y del PP en las municipales –el PP “ganó” las municipales de 1999 por sólo 40.000 y un año después obtuvo su primera mayoría absoluta– es cuando menos una exageración. Sobre todo cuando las listas más votadas han sido las del PP, que tendrá mayor número de concejales que el PSOE, que gobernará por mayoría absoluta en más ayuntamientos que el PSOE e IU juntos y que, además, vence en 35 de las 52 capitales de provincia.

La exageración de Zapatero es aún más patente en el ámbito autonómico. Los populares recuperan Baleares y aumentan su representación en Murcia, Navarra (UPN) y La Rioja, donde ya gobernaban con mayoría absoluta. Crecen también en Asturias y Canarias, conservan la mayoría absoluta en Valencia y Castilla-León y podrán seguir gobernando en Cantabria con los regionalistas cántabros. Sólo en Aragón –a causa de la demagogia de la izquierda y la CHA en torno al PNH–, en Castilla-La Mancha –la veteranía de José Bono y su aceptable gestión se impusieron a un candidato que sólo aportaba un supuesto glamour político– y en Extremadura, comunidades donde ya gobernaba el PSOE, puede hablarse propiamente de un descalabro del PP. Un descalabro que quedaría parcialmente compensado por el de los candidatos municipales del PSC de Maragall en Cataluña, especialmente en el Ayuntamiento de Barcelona, en favor de los nacionalistas de izquierda de ERC.

Por consiguiente, un examen atento de los resultados electorales no permite hablar de una victoria del PSOE. Antes al contrario: después de seis meses de constante movilización política y de alianza con los partidos antisistema para tumbar al Gobierno mediante pancartas, manifestaciones y agresiones a cuenta del Prestige y de la guerra de Irak, los resultados que han obtenido PSOE e IU –que ha perdido concejales en el cómputo nacional– son decepcionantes. En condiciones normales, habría que atribuir la pírrica “victoria” en las municipales –que debe considerarse empate o incluso derrota en las autonómicas– al desgaste provocado por el ejercicio del poder; por lo que hay que dar por fracasada la estrategia de la pancarta y la manifestación. Así lo reconocen directa o indirectamente destacados socialistas como José Bono –quien recordó a Zapatero que el PSOE debe ganar votos a su derecha, no a su izquierda– Joaquín Leguina –que reprochó a Zapatero la imposición de Trinidad Jiménez para Madrid–, Juan Alberto Belloch –que se quejó de la excesiva preponderancia de las cuestiones de política nacional en detrimento de las propuestas de política local y regional– y el guerrista José Félix Tezanos –quien expresamente pide “más propuestas y menos protestas”.

Ni siquiera en la Comunidad de Madrid puede presumir el PSOE de victoria, por mucho que Zapatero afirmara en el acto organizado por la Federación Socialista de Madrid en el invernadero de Arganzuela, para celebrar el “triunfo” de Simancas, que “hemos ganado las elecciones en la Comunidad de Madrid y las hemos ganado en España”. No es necesario recordar que quien las ganó en Madrid fue Esperanza Aguirre, a la que apenas 10.000 votos separaron de la mayoría absoluta. La “victoria” de la coalición PSOE-IU en la autonomía madrileña puede salirle muy cara al PSOE en las generales, como de hecho ha ocurrido en Baleares, el modelo que quiere para Madrid Simancas. Un candidato guerrista este último a quien, por cierto, Zapatero ninguneó sistemáticamente en favor de su protegida, Trinidad Jiménez, que fue arrollada por Ruiz Gallardón en el Ayuntamiento de Madrid.

Si el anticipo de lo que tiene que ofrecer Zapatero a España es lo que suceda en el gobierno de Madrid en los próximos diez meses –la dependencia de Izquierda Unida, que exige la mitad del presupuesto como precio a su apoyo, amén de un fuerte viraje hacia políticas jacobinas e intervencionistas trasnochadas y ya fracasadas en Europa–, no cabe augurar, ciertamente, un rotundo triunfo del PSOE en las próximas Elecciones Generales. Antes al contrario, si no se hunde otro petrolero o no se desata una nueva guerra, cabe esperar que la buena gestión del PP –especialmente en materia económica y en política nacional, los aspectos más importantes– se imponga a los experimentos y las contradicciones del PSOE.

Zapatero puede consolarse si quiere recordando que una victoria en las municipales ha anticipado tradicionalmente, desde 1982, una victoria en las generales. Es más, necesita convencerse a sí mismo de que él no será la excepción que confirme la regla; porque si el PP reedita la mayoría absoluta o una mayoría suficiente para formar gobierno, el leonés puede despedirse del liderazgo del PSOE: los barones socialistas no podrían soportar otra “victoria” como esta.

En España

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