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Alberto Míguez

Más de lo mismo

La irreprimible tendencia de este gobierno y de su presidente al triunfalismo y a la autosatisfacción se reflejó este jueves con intensidad inigualable en la conferencia de prensa ofrecida por los primeros ministros de España y Marruecos en el marco incomparable de Quintos de Mora, convertido en rancho tejano y escaparate de paellas y otras virguerías culinarias.

Como era de esperar, tras reunión tan señalada ambos interlocutores salieron literalmente eufóricos, dispuestos a “refundar” (sic) las relaciones mutuas aunque se entienda mal el proyecto, dado que son inmejorables, cordialísimas, fraternales e intensísimas. Lo que pasó antes (de Perejil y después) fue apenas la consecuencia de malentendidos (Yetú) ahora totalmente superados. El porvenir es radiante.

Tres asuntos condicionaban la reunión –emigración clandestina, lucha contra el terrorismo y Sahara– y deberían protagonizarla, pero la cháchara triunfal con que los dos jefes de Gobierno los presentaron ante la prensa en su encuentro impidió saber si hubo o no avance alguno en tales terrenos, aunque todo indica que no: las cosas quedaron como estaban, es decir, mal.

Cuando las relaciones refundadas permitan en octubre la celebración de la RAN (Reunión de Alto Nivel), pendiente desde 1999, tal vez la opinión pública de ambos países pueda saber algo más. Lo que sabemos es lo siguiente:

- Marruecos sigue negándose a readmitir a los emigrantes subsaharianos que llegan a territorio español procedentes de sus costas en pateras armadas por las mafias locales. También se niega a repatriar a los menores que accedieron en parecidas condiciones a España y que llenan instalaciones de fortuna en varias ciudades, especialmente Ceuta y Melilla, pero no sólo.

- El Gobierno marroquí se comprometió mil y una veces a impedir el criminal flujo de pateras desde sus costas. Las pateras siguen llegando, sus tripulantes siguen ahogándose y las mafias siguen lucrándose con este comercio infame. De la paella de Quintos no emanó la más mínima indicación sobre si la incuria marroquí fuese a terminar. Este verano será, como los anteriores, una temporada caliente en el tráfico de seres humanos a través del Estrecho y el canal sahariano-canario: eso lo sabe todo el mundo en Rabat, Tánger y El Aiun, pero al parecer no entra en el proyecto de refundación de relaciones.

- El Gobierno español ha repetido hasta la saciedad que la batalla contra el terrorismo es global y la cooperación internacional, clave para esta batalla. Obviamente hay que aplicar esta doctrina al caso marroquí. La cooperación española resulta, pues, necesaria pero, ¿es posible? ¿Será eficaz? Una de las obsesiones del poder marroquí cuando se produjeron los atentados de Casablanca (en los que murieron cuatro españoles) fue resaltar que todos los kamikazes eran originarios del reino cherifiano y que la participación de Al Qaeda fue por inducción, pero no directa. ¿Pueden los servicios españoles –policiales y de inteligencia– hacer algo en este terreno y, sobre todo, lo permitirán los servicios marroquíes?

Son asuntos graves que exigen cierta reserva, pero tampoco de la reunión salió nada que ayudase a entender en qué consistirá la cooperación entre los dos países. Lo importante es que funcione pero, ¿existe? Sería bueno saber algo más.

- En cuanto al Sahara, las palabras del primer ministro marroquí en Quintos de Mora, advirtiendo que su país no está dispuesto a ceder ante una solución que no sea la de la integridad territorial y la soberanía absoluta sobre el territorio, dejan poco margen para la esperanza en un arreglo a través de Naciones Unidas. El Plan Baker en su última versión exige concesiones importante a las dos partes. Pero ninguna de las dos partes parece decidida a tales concesiones. Los independentistas saharauis exigen la celebración de un referéndum de autodeterminación sin autonomías previas. A los marroquíes, el tal referéndum les da repelús.

La situación está bloqueada en el contencioso sahariano y poco podrá España hacer en el Consejo de Seguridad durante su presidencia (todo el mes de julio) si no hay voluntad de transacción por ambas partes. Precisamente por eso las buenas palabras de Aznar ante su huésped (queremos contribuir a una solución política siempre que las partes estén de acuerdo) son apenas la expresión cortés de la impotencia. Si las cosas sigue así, no hay solución viable ni probable.

Así pues, la “refundación” de las relaciones hispano-marroquíes tiene un insoportable olor a rancio. Nada se ha hecho para promover el diálogo entre las dos sociedades ni hay voluntad alguna de crear estructuras para evitar que estas relaciones pasen de la exaltación a la explosión. Cualquier incidente, por leve que sea, puede enconarlas: no hay cortafuegos previstos y adecuados. Sobra, eso sí, retórica. Estamos como estábamos: más de lo mismo.

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