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Pío Moa

Un hombre de su tiempo

Cuando varias asociaciones democráticas catalanas propusieron suprimir el nombre de Sabino Arana de una calle de Barcelona, los nacionalistas locales rehusaron, alegando que Arana “fue un hombre de su tiempo”, y debía ser entendido en su contexto. Lo mismo responde el PNV a las acusaciones de racismo a su fundador, pues, aseguran, en aquella época “todo el mundo era racista”. Es más, Arana habría sido menos racista que otros, como lo probaría al denunciar “la inhumana crueldad con que los blancos han tratado siempre y dondequiera a las razas de color”, o cómo los holandeses en Suráfrica consideraban a los cafres “como animales”.

Pero esas frases de Arana, muy infrecuentes, aludían a sucesos distantes miles de kilómetros de España. Lo que cuenta para definir sus ideas no son palabras excepcionales, sino las comunes y referidas a su entorno. Y aquí encontramos a un exaltado empeñado en crear un sentimiento racista donde no existía, despotricando contra sus paisanos por sentirse hermanos y compatriotas de los maketos. Sabino podía pasar por un español corriente en cualquier región, y su hermano Luis, que le había iluminado sobre las cualidades inenarrables de la raza vasca, poseía un físico algo desdichado, muy distante del ideal descrito por él mismo, pero eso no les impedía describir a los inmigrantes como “simios poco menos bestias que el gorila”, cuyos rostros carecían de “expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad”. Sabino cantaba incansablemente la absoluta superioridad moral de los vascos, pero su propia calidad moral brilla en su absoluta falta de compasión o simpatía por los inmigrantes que en durísimas condiciones trabajaban y contribuían a la prosperidad de Vizcaya, y contra quienes intentaba azuzar los peores instintos de los vizcaínos. No hará falta citarle aquí, porque sus escritos son bastante conocidos.

El contraste entre sus repentinos y excepcionales transportes de simpatía por las razas de color, y su actitud real y constante en su tierra, indica un posible desequilibrio psíquico, visible también en sus lamentaciones ocasionales por “la bandera de bestias”, “la era del odio” predominante en Europa, a su juicio, a principios del siglo XX … cuando él no hizo otra cosa que predicar el odio, literal y textualmente, a sus compatriotas no vascos, así como a los vascos maketófilos.

Arana no fue racista “como todo el mundo”. No todo el mundo lo era, y Arana lo fue más que nadie en España. Y su creación, el PNV, continúa en la misma línea, como muestra su intento de camuflar la historia. Por otra parte, si el PNV prescindiera sinceramente del racismo solapado, pero intensísimo y verdadera sustancia de su política, ¿qué le quedaría? Se convertiría en un partido regional, solución razonable que no aceptará a ningún precio. ¡Debe de ser duro renunciar a creerse parte de “la raza más noble de la tierra”, “sin ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, ni con raza alguna del mundo”!


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