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La primera vez que los aficionados españoles tuvimos noticias de Drazen Petrovic fue en las semifinales de los Juegos Olímpicos de Los Angeles-84 que enfrentaron a España y Yugoslavia. Tuve que madrugar pero todavía conservo en vídeo (Beta, ¡qué le vamos a hacer!) aquel histórico partido porque esa fue nuestra verdadera final y no la que disputamos después con el equipazo de Michael Jordan. Hasta la fecha sabíamos sólo de la existencia de Alexander, el hermano mayor, pero el inolvidable Héctor Quiroga advirtió a todos los telespectadores del peligro que podría llegar a representar en el futuro aquel chavalito de pelo negro ensortijado a lo "Jackson Five" si los expertos acertaban finalmente con sus vaticinios.

Nadie podrá convencernos ni a Juan Manuel López Iturriaga ni a mí de que Petrovic era un angelito. Cada vez que la Cibona jugaba contra el Real Madrid el "genio de Sibenik" se cebaba con el escolta vasco agotando su repertorio de malos modos. Le sacaba la lengua mientras hacía diabluras con el balón. Lo botaba escondiéndolo. Lo escondía botándolo como si fuera un "yo-yo". Y se reía. Se reía y conversaba con él mientras lo hacía, le preguntaba por su familia mientras lo botaba. Y luego volvía a sacarle la lengua y encestaba en el último segundo o le daba a un compañero una asistencia definitiva. Iturriaga hizo mal en tomarse aquello como una cuestión personal porque tenía todas las de perder. Drazen Petrovic era un gigante del baloncesto mundial mientras que mi tocayo era sólo un bravo "palomero" que acabó presentando en las televisiones privadas "Supervivientes" y anuncios de cuajada.

El sueño de Ramón Mendoza fue siempre juntar en el mismo equipo a Petrovic y Sabonis, pero el lituano no le tragaba desde que le hiciera una de las suyas en una final europea contra el Zalgiris. Vino Drazen y más tarde llegó Arvidas pero nunca juntos porque aquel "revuelto" habría desencadenado la Tercera Guerra Mundial en el vestuario madridista. Aquí podría haberse quedado Petrovic toda la vida e incluso le habrían hecho una estatua e Iturriaga la "ola", pero como la obsesión del yugoslavo era el baloncesto optó por ingresar en la NBA. Allí acabó a tiros también con Adelman, su entrenador, porque Drazen Petrovic no era ni mucho menos un angelito. Ni siquiera ahora que se han cumplido diez años de su muerte. No era un angel y sí el mejor jugador de baloncesto que se haya visto jamás en Europa. No era ningún querubín ni falta que le hacía tampoco.


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