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Rubén Loza Aguerrebere

Kirchner y el lenguaje del poder

“Un hombre cae en un sueño como cae uno en el mar”. La impresionante frase de Conrad, en Lord Jim, me lleva a pensar que el presidente argentino Néstor Kirchner está en una situación más o menos semejante desde hace poco tiempo. Cuando asumió el alto cargo que ostenta. Desde entonces, y en los primeros quince días, sus brazadas le han llevado a remover la cúpula militar entera de las Fuerzas Armadas, la cúpula policial de Buenos Aires y arremeter contra la Suprema Corte de Justicia, solicitando su renuncia. Después, aquí, bajó la apuesta y solicitó la del presidente de la Corte, el Dr. Nazareno. Dicen que carece (para decir lo menos) de idoneidad técnica; algunos, de todos modos, temen que él ponga a su propio Nazareno. Por lo pronto, el ex presidente Raúl Alfonsin ha dicho que el asunto de la Corte de Justicia fue el resultado de largas y milimétricas negociaciones políticas, y, en razón de ello, debe ser tocado con guantes de seda y caminando casi en puntas de pie. Veremos.

También ha realizado Kirchner un par de viajes al interior de la Argentina para solucionar dos conflictos con maestros de escuela, tarea que ha logrado hacer rápidamente. Cabe esperar que, en adelante, cada vez que los maestros reclamen algo, delegue esa misión en otros, como debió haberlo hecho de entrada. También recibió a las abuelas de Plaza de Mayo; finalizada la reunión, que se mostró por TV, Hebe de Bonafini –una buena amiga de la ETA, como es notorio– dijo, palabras más o menos, que éste no era un presidente como los demás (elogios como éste, por venir de quien vienen, sitúan a cualquiera en estado de alerta).

Kirchner no ha utilizado, hasta ahora, el famoso avión presidencial de los tiempos de Carlos Menem; el mismo avión que iba a vender el ex presidente de la Rúa quien dijo que nunca lo utilizaría, aunque luego voló bastante en él. Tampoco lleva edecán militar, no le gusta andar con escolta y, en fin, el ceremonial del poder, que forma parte de él, parece escapársele. Da la sensación de que tan significativa, extensa y antigua carga simbólica y ritual, no tuviera significación alguna para él. (Baste recordar lo que ocurrió cuando asumió la presidencia, oportunidad en la que más de un semiólogo se habrá restregado las manos, viéndole con el saco cruzado sin abotonar y, luego, dándole vueltas al bastón de mando que le entregaron –hecho que se había dejado de lado en tales ceremonias y reeditado a su pedido– hasta que le susurraron al oído cual era la empuñadura).

Y bien, tras las medidas rotundas, arriba mencionadas, ¿qué? Ahora llegan nada menos que las negociaciones con los organismos internacionales de crédito. No es indisimulado el nerviosismo de éstas, nacido de las propias palabras de Kirchner al asumir su cargo, cuando señaló que se puede vivir sin el FMI. Otra señal inquietante ha sido la prórroga por noventa días de las ejecuciones por créditos morosos, que era rechazada por el FMI. Sí, en adelante el Ministro de Economía, Roberto Lavagna, deberá realizar un trabajo bien diferente al que venía realizando a espera del nuevo presidente: este ha sido electo, ha llegado y aquí está. Deberá, pues, apelar a otros dones para realizar su labor, entre ellos, la imaginación, la paciencia y la perseverancia. Y esperando turno están: el millón de (keynesianos) empleos ofrecidos, la reactivación económica, la refundación del Mercosur (con Lula a la cabeza, según lo expresó sin medias tintas el canciller argentino Bielsa, ex montonero, jurista y poeta).

Lo que no faltan son señales de autoridad. Acaso tanta contundencia tienda a dejar en claro quien manda. Este hecho puede estar motivado en el escaso 22% de los votos que obtuvo Kirchner en una elección que, se sabe, quedó renga al huir Menem de la segunda vuelta. Incluso, ha habido hasta dardos para Duhalde, el progenitor.

Kirchner tiene el 70% de la opinión favorable de los argentinos. Veremos cómo se desplaza, en adelante. Ha recibido a Colin Powell, quien desvió su camino de retorno para saludar al mandatario argentino, y se dice que hablaron de muchos temas para tan corto tiempo. En fin, una suma de actitudes radicales que, diría Finkielkraut, quizá encierran cierta dosis de dandismo.

Hay sueños tan grandes como el mar, nos recuerda Conrad. Y, ya que estamos para las citas, un tango de Gardel (quien cada día canta mejor), dice: “se dio juego de pileta y hubo que echarse a nadar”. En semejante situación, y tras la zambullida, la prudencia suele indicar que hacerlo, regulando las fuerzas, suele dar buenos dividendos en las competencias de larga distancia.


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