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Armando Añel

Circo para payasos

En 1980, mientras filmaban la marea humana acarreada por las autoridades cubanas a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana –a propósito de los sucesos relacionados con el éxodo del Mariel–, los camarógrafos oficiales no pudieron evitar la transmisión en vivo de una deserción tragicómica. Súbitamente, ante la sorpresa de la teleaudiencia nacional, uno de los manifestantes pro-gubernamentales voló del palomar criollo al nido del águila norteamericana. Bastó ese par de saltos: Desde entonces, aun en medio de estas demostraciones de "adhesión popular", el castrismo extrema las medidas de seguridad. Su patetismo sólo reconoce una paternidad. Ni en la caricatura el Comandante es capaz de ceder protagonismo.

De cara al exterior, las llamadas "marchas del pueblo combatiente" han sido sistemáticamente utilizadas por el régimen cubano como instrumento mediático y de presión política, aun cuando con el tiempo, a fuerza de machaconas, hayan perdido eficacia. Pero es a partir del caso Elián y su estela de Mesas Redondas y Tribunas Abiertas que Fidel Castro se decidió a encabezarlas con regularidad, banderita de papel, uniforme verde olivo y zapatillas deportivas mediante. Una imagen tan infausta que ha impelido las acotaciones mordaces de antiguos adeptos –o, por lo menos, contertulios–, como Felipe González. Para el ex presidente, Castro "ya está como Franco cuando se estaba muriendo", esto es, patético. Un patetismo que insiste en arrastrar a todo un pueblo –por medio de coacciones que la opinión pública internacional debería haber denunciado hace mucho– en su delirio. En el ejercicio contumaz, obcecado, de la ridiculez.

A pesar de la represión y el crimen, el final del castrismo transpira comicidad: No paran de despertarla su verborrea, su indumentaria, su bravuconería. Comicidad y, al unísono, un hálito trágico –la chochera como espectáculo– que pudiera provocar la lástima de los menos enterados. La última lamentación de Castro, su demostración frente a la embajada española en La Habana, contuvo elementos conmovedores. Como si ante los camarógrafos el dictador se presentara en pelota picada, esta nueva "marcha del pueblo combatiente" confirma, por añadidura, el carácter artificial, fraudulento, de las protestas masivas organizadas por el Gobierno cubano. Únicamente digieren la farsa los mismos cuatro gatos que todavía achacan la caída de las Torres Gemelas a un complot judío o se creen las historietas de Rigoberta Menchú. Circo sólo para payasos.


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