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Alberto Recarte

La burbuja del fútbol

La situación económica de casi todo lo relacionado con el fútbol –un sector de la “nueva economía”– es excepcional por la presencia e influencia de los monopolios que se mueven en su entorno. Los diversos mercados del mundo del fútbol han disfrutado, y sufrido, aunque no sea evidente en una primera aproximación, lo mismo que el resto de los sectores de la “nueva economía”. Su integración en ésta, sobre todo a nivel de expectativas, se produce por la difusión a través de las nuevas tecnologías comunicativas.

En el caso del fútbol, los excesos comunes a la “nueva economía” comenzaron con los precios que las plataformas digitales estuvieron dispuestas a desembolsar por hacerse con los derechos de transmisiones televisivas. En España, Sogecable subió los precios, forzada por la existencia de Vía Digital –del grupo Telefónica. A los pagos a los clubs de fútbol de Audiovisual Sport –la sociedad de Sogecable y TV3– , hay que sumar los de la Forta, las televisiones autonómicas, que nunca han tenido problemas de dinero por su carácter de empresas públicas. Las apetencias de los clubs de fútbol y de la propia Sogecable fueron mitigadas, sin embargo, por una sorprendente legislación estatal, por la que determinados partidos declarados de interés general tendrían que ofrecerse en abierto. Los clubs de fútbol, fortalecidos con nuevos ingresos, y, sobre todo, con unas expectativas desmesuradas sobre sus posibilidades de ingresos futuros, salieron al mercado de jugadores dispuestos a comprar a cualquier precio.

En ese proceso se formaron –entre otras muchas– tres burbujas en las valoraciones del mundo relacionado con el fútbol. Una en el sector de plataformas digitales y, en menor medida, dado su menor desarrollo en Europa, en el del cable; otra en el mercado de jugadores y una tercera en el de clubs de fútbol. Que se trataba de burbujas –definidas como valoraciones excesivas que podían reducirse súbitamente– se puso de manifiesto cuando falló la demanda final: en este caso, la contratación de partidos en pay per view, junto con la demanda general de otras ofertas televisivas por parte de los potenciales telespectadores. Es el mismo caso del resto de la nueva economía, donde la falta de demanda para las ofertas –además, retrasadas– de UMTS, de internet, de banda ancha, de otras ofertas de las plataformas digitales, de servicio de telecomunicaciones en general, provocaron la quiebra, o una pérdida sustancial de valoración, de compañías de internet, telefónicas tradicionales, compañías de cable o plataformas digitales, entre otros muchos sectores afectados.

Después, al estallar las respectivas burbujas, en el mundo del fútbol se ha puesto de manifiesto que dos de esos tres mercados operaban como monopolios u oligopolios. En consecuencia, los ajustes de precios han sido difíciles o incompletos y la reacción de los distintos actores ha sido la que correspondía a su naturaleza, adaptándose a las condiciones del mercado o intentando manipularlo para no perder ingresos y rentabilidad.

El primer sector en sentir los efectos de la falta de demanda final fue el de las plataformas digitales –y las compañías de cable– que fueron suspendiendo pagos, fusionándose o siendo absorbidas en toda Europa. En España, el estallido de esta primera burbuja provoca enormes pérdidas en el grupo Telefónica, pero también en Prisa y en otras plataformas, como Quiero. Vía Digital se integra en la nueva Sogecable, que queda como única plataforma digital, lo que no impide que siga acumulando pérdidas, que tienen que ver, en parte, con el derroche típico del monopolista, que creía que iba a enriquecerse con rapidez, y en parte con los dispendios excesivos en la contratación de fútbol y cine. Este proceso de concentración, inevitable desde mi punto de vista, ha creado problemas en toda Europa, porque los respectivos gobiernos han tenido que decidir si intervenían, o en qué medida, para evitar no ya la formación de monopolios, sino su consolidación en el futuro, pues la mayoría de estas compañías siguen intentando forzar la legislación para conseguir que sus monopolios sean, además, protegidos por las leyes, con lo que podrían subir los precios de los servicios que ofrecen sin limitación.

En el caso de España, la penetración, cada vez más importante, del cable, podría suponer competencia efectiva –o colusión– a Sogecable dentro de tres o cuatro años. La reacción de Sogecable –además de buscar un monopolio protegido por ley– ha sido la de intentar reducir gastos, negociando a la baja lo que está dispuesta a pagar a los clubs de fútbol y aguantar hasta que venzan los contratos con los majors del cine, para también renegociar precios más bajos, lo que será más sencillo al haber absorbido a Vía Digital, su principal competidor.

El estallido de la segunda burbuja, la correspondiente al mercado de jugadores, se manifiesta en la falta de nuevas transacciones, reducidas significativamente sobre los niveles de hace tres o cuatro años, y en el nivel de precios, pues lo pagado, por ejemplo, en el caso del Real Madrid, por Ronaldo y Beckham, es muy inferior a lo desembolsado por jugadores de mucha menor categoría hace poco tiempo. Y el caso del Real Madrid es una excepción, porque la mayoría de los clubs no pueden siquiera acercarse al mercado de jugadores. El mercado de jugadores es un mercado abierto, con múltiples oferentes y demandantes, por lo que el ajuste ha sido rápido y efectivo.

La tercera burbuja, correspondiente al valor de los clubs de fútbol, –la mayoría de ellos, en el caso de España, sociedades anónimas deportivas–, está estallando en estos momentos. Quizá el Real Madrid fue uno de los primeros en verse afectados, pero en su patrimonio existían terrenos de gran valor que, previa recalificación urbanística, ha logrado colocar en el mercado. Muchos de los que no han tenido esa previsión inversora, o han gastado o invertido excesivamente, están en práctica suspensión de pagos, que sufren primero la seguridad social y hacienda y, en segundo lugar, los propios jugadores. Como en cualquier otro mercado, los clubs de fútbol enfrentados a la suspensión de pagos o a la quiebra, que sería la salida razonable, buscan ayudas públicas para sobrevivir a costa de los contribuyentes: una mayor participación en las quinielas, campos públicos que les permitan vender sus antiguas propiedades, subvenciones de los ayuntamientos, o créditos de las cajas de ahorro locales. Negocian, asimismo, con Sogecable, para mantener sus ingresos, amenazando –los menos poderosos–, con no jugar la Liga si se les reducen los ingresos por esa vía.

En este caso, lo más lógico, pero que no ocurrirá probablemente, sería la desaparición de la Liga de Fútbol Profesional, un monopolio legal que aglutina a los clubs que tienen interés para los telespectadores y a los que no lo tienen; lo más interesante para los telespectadores, y lo más lógico económicamente, sería la formación de una liga europea, ampliando la actual Champions, y reduciendo el tamaño de las ligas nacionales. Pero el peso político de las distintas autonomías y ayuntamientos, y de los propios gobiernos nacionales, será determinante para evitar esa situación, y pasará mucho tiempo antes de que desaparezca la intervención pública y el monopolio legislativo y se consoliden ligas auténticamente privadas y profesionales, como en Estados Unidos.

En definitiva, el fútbol no es distinto de otros sectores económicos. Ha sido parte de la nueva economía y el estallido de la correspondiente burbuja era inevitable. Con retraso respecto a otros sectores más transparentes y menos intervenidos y con dificultades por el carácter de monopolio de muchos de los que operan en esos mercados. Sería deseable que las interferencias públicas fueran las menores posibles, pues sólo de esta forma se alcanzará con rapidez un nuevo equilibrio –temporal, como todos– que permitirá a los aficionados disfrutar del deporte que prefieren.

En Libre Mercado

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