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Rubén Loza Aguerrebere

El eterno retorno de Carlos Gardel

Se cumple, el martes 24, un nuevo aniversario de la muerte de Carlos Gardel. Para ser exactos, 68 años. Siempre se recuerda, en el Río de la Plata, el día de su adiós, porque se ignora la fecha de su nacimiento.

A medida que pasa el tiempo se discute cada vez menos su origen: el “Zorzal Criollo” o “El Mago”, era uruguayo; no había nacido en Toulouse (Francia), ni había llegado en brazos de su madre, cuando la gran ola inmigratoria, entre otras cosas, engendró el tango, un “pensamiento triste que se baila”, al decir de Discépolo.

La tarde del 24 de junio de 1935, el mayor cantor de tangos murió en Medellín, cuando el avión en que viajaba se salió de la pista y se estrelló contra otro. Uno de los músicos de Carlos Gardel, que salvó su vida, contaba que vio al cantor junto a una ventanilla, intentando romperla, rodeado el fuego. Desde entonces, año tras año, en especial el día 24, aunque extendiéndose a lo largo de la semana entera, las evocaciones se suceden. En Montevideo, tienen como lugar central la plazoleta “Carlos Gardel”, junto al busto del cantor; se colocan ofrendas florales, se suceden discursos, se recitan poemas recordatorios, y cantores profesionales y aficionados le rinden culto, mientras parejas de baile se ensimisman ante el público en esa danza sensual. Otro tanto sucede, pero con mayor esplendor, en Buenos Aires, donde el “Morocho del Abasto” (como le dicen allí) es homenajeado de manera semejante y en diversos lugares, desde plazoletas hasta la sociedad de autores. Y, desde el pasado fin de semana y hasta el domingo próximo, hay fiesta corrida en su Departamento natal, Tacuarembó (situado al norte del Uruguay), donde se encuentra el “Museo Oficial de Gardel”, en Valle Edén. Allí se realizan actos, conferencias, conciertos, exhibiciones de materiales documentales y paseos por los lugares donde se supone vino al mundo el cantor que nunca murió.

Quienen sostienen que Gardel era francés, señalan que su madre, Berthe Gardés, llegó a la Argentina con el pequeño Charles Romuald en brazos. Los argentinos se suman, en general a esta teoría, excepción hecha de algunos estudiosos como el especialista Ricardo Ostuni. Los uruguayos sostienen que era hijo de un terrateniente de Tacuarembó, y fruto de una oscura historia. El periodista Erasmo Silva Cabrera (que escribía bajo el paraguas del seudónimo “Avlis”), a quien conocí, hacia los años sesenta llegó a certeras conclusiones sobre la nacionalidad de Gardel y escribió ello. Tras su muerte, diversos historiadores siguieron sus pasos, entre ellos, Nelson Bayardo, fallecido recientemente, quien sostiene en su libro Gardel a la luz de la historia, que el cantor era hijo del coronel Carlos Escayola, un terrateniente que estuvo casado, sucesivamente, con tres hermanas: Clara Oliva Sghirla (con la que tuvo dos hijos), Blanca Oliva Sghirla (con la que tuvo siete hijos) y con María Lelia Oliva Sghirla. De esta última relación nació el cantor de tangos.

¿Por qué tanto misterio? Así lo explica Bayardo: “En 1883, en relación extraconyugal tuvieron un hijo al que ocultaron dadas las implicaciones familiares, sociales, religiosas y políticas, que imponían silencio. Así nace quien a la postre sería Carlos Gardel”. Escayola estaba casado, entonces, con la segunda de las hermanas Oliva, es decir, con Blanca. En consecuencia, y a escondidas, el niño fue entregado para que lo llevaran y educaran lejos de Tacuarembó; esta tarea fue encomendada a Berthe Gardés, pagada por Escayola. Este es el motivo, sostienen los nuevos historiadores, de la confusión de aquellos que, al principio, pensaron que era la madre del cantor.

En el Museo de la sociedad de autores de Uruguay está encuadrada la fotografía del chamuscado pasaporte de Gardel, hallado en Medellín, donde se dice que era de nacionalidad “oriental” (es decir, de la Banda Oriental del Uruguay) y nacido en Tacuarembó. Por cierto, nadie discute que triunfó en Buenos Aires, razón por la cual en los momentos de gran popularidad, y preguntado sobre su origen, Gardel solía responder hábilmente que era “rioplatense como el tango”. Ciertamente, hoy sigue reflejando, me parece, algunos rasgos culturales arraigados en el hombre rioplatense, y a él se acude para indagar sobre nuestras señas de identidad.

Cabe señalar que cuando murió estaba en el punto más elevado de su carrera artística: realizaba una gira por toda América y había comenzado a filmar en Hollywood. Carlos Gardel, como lo siguen reflejando las películas que infaltablemente el día 24 se proyectan en todos los canales de televisión, mantiene un magnetismo que no decrece. Si bien algunas fotos de su juventud lo muestran demasiado gordo (dicen que pesaba entonces alrededor de 120 quilos), lo cierto es que, con el tiempo, fue afinando su estampa, esa que hoy está presente en la memoria colectiva: el hombre de perenne y hermosa sonrisa blanca, vestido de esmoquin, corbatita de moña y cabello renegrido y achatado por el fijador. Tenía una garganta de oro, y en ella una lágrima, una conjunción ideal para interpretar, como nadie, nuestra zarandeada tristeza, esa que palpita en las letras de tangos impares, cargados de nostalgia, abandono y ausencias, como “Volver”, “Mi Buenos Aires querido”, “Anclao en París”, “Por una cabeza” (que espléndidamente baila Al Pacino en “Perfume de mujer”) y, en fin, “El día que me quieras”.

Perdónenme la falta de originalidad para terminar; pero la verdad es que pasan los años y Gardel canta cada día mejor.


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