Las palabras son el pálpito de la vida. Por esa razón la etimología nos dice mucho sobre la esencia de las cosas. Por ejemplo, la cocina y la magia aparentemente no se parecen en nada, pero tienen un origen común. El origen de la cocina está en el arte de encender y conservar el fuego. Los primeros cocineros fueron los hechiceros que, a su vez, dominaban el conocimiento de las plantas medicinales. Seguramente el cultivo de las primeras plantas se hizo con propósitos curativos, esto es, mágicos. Ya digo que, a través de las palabras castellanas, no es posible adivinar del todo esos orígenes, pero sí a través de las palabras griegas. Obsérvese estas dos voces: magia y magdalena. Magia viene del griego con el mismo significado de lo oculto y misterioso, la sabiduría esotérica. Magdalena es en griego el bizcocho. Hay otras palabras griegas con ese mismo prefijo mag- que se refieren a los panecillos o los alimentos cocinados, a la cocina misma. El sonido mag (onomatopéyico), en la lengua original indoeuropea, equivale a “amasar”. De ahí viene nada menos que “masón”, en francés “albañil” y luego persona relacionada con ritos mágicos.
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