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Lucrecio

De preso a preso

En la cárcel hay un preso. Lo emparedó allí un déspota teocrático. Desciende el torturador, dice, por vía directa del Profeta y sólo ante Alá responde de sus actos. El preso es escritor –lo era. Y periodista. ¿Su delito? El más grave: tratar al Mohamed de turno, último vástago de la sagrada dinastía de tiránicos sultanes de sangre y cuchillo, como a un vulgar mortal. “Ultraje al rey”, se llama a ese acto inaudito de criticar o ironizar a costa de quien es única voz de Dios sobre la tierra. Alí Lmrabet está vivo. Y es ya mucho haber sobrevivido a semejante sacrilegio. En Marruecos: monarquía bárbara que goza de la inconcebible tolerancia de la democracia Europa.

El preso escribe. A otro preso.

Aquel a quien la carta se dirige –que la reciba o no, ya es otra cosa– vive también emparedado. En prisiones carentes de garantía o control humanitario alguno. Fue tabicado allí por otro déspota. No es teócrata, el tirano de Cuba. Mas, ¿qué cambia eso para aquellos a quienes juicios sumarísimos envían a pudrirse sin haber tenido oportunidad alguna de defensa? Raúl Rivero es escritor –lo era, ahí dentro ni el papel ni el lápiz le son autorizados—, poeta. Periodista también. Y, como Lmrabet culpable del peor delito, ése que un dictador jamás perdona: tratar al omnipotente asesino Fidel Castro como a un común humano. Traición a la revolución se llama allí a eso. Que esté vivo es ya mucho. Y los turistas españoles retozan con baratas cubanas estupendas. Nada preocupa al turista español lo que pueda suceder del otro lado de muros que ni siquiera ve, que siempre va a negarse a ver.

El preso no recibirá la carta. Del otro preso.

Nosotros sí. Nosotros podemos leer esa confesión de horror del intelectual izquierdista marroquí que antaño soñó con una Cuba revolucionaria y libre. Y hoy sabe que es idéntico el espanto de las cárceles de todos los tiranos. Y que en nada se diferencian Mohamed y Castro. Testimonio lúcido que a todos nos inculpa. A todos: temor o indeferencia son por igual obscenos.

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