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Germán Yanke

El póstumo triunfo de Monzón

Parece que al final ha triunfado Telesforo Monzón. No como cuando la UCD, en una campaña electoral en el País Vasco, eligió una de sus pésimas canciones como sonsonete para su publicidad, sino de verdad. Aquello no fue un triunfo, sino la constatación simbólica de lo acomplejada y atrabiliaria que era la derecha de la sacrosanta Transición. Ahora sí, ahora parece haber triunfado en casa y, desde la tumba, habrá recompuesto la figura –aquella elegancia un tanto hortera de quien se consideraba, a la postre, un noble- recordando las polémicas nacionalistas de los años sesenta.

Monzón quería integrar a ETA en una familia común, la Resistencia Vasca, porque todos era patriotas. Monzón fue toda su vida un ciego moral y un tuerto dialéctico y, como tal, no ocultaba que con el PNV (no también con el PNV, sino sólo con el PNV, que fuera de casa no hay crimen) ETA no se había portado “como angelitos”, ni tampoco pedía la unidad, sino que se fuera “de la mano”, sin “zancadillas”, sin que el PNV se convirtiera “en el fariseo del templo”. Entonces saltaron las alarmas, el partido se sulfuró, la dirección aludió al pensamiento “totalitario” de ETA (“y sus procedimientos también”), aclaró que los exiliados de la banda en Francia no se podían comparar con los suyos y subrayó que, ante tanta evidencia y tanto descrédito para el nacionalismo vasco, lo mejor era destruir a ETA. Monzón, mientras, con sus cancioncillas y sus cabriolas lingüísticas, seguía en su rincón con un minoritario grupo de adeptos.

Minoritario entonces. Porque ahora, reivindicándolo sin citarle, el PNV aparece monolítico defendiendo sus tesis, entrevistándose con los emisarios batasunos de la banda terrorista, estableciendo una estrategia de futuros encuentros, queriendo buscar la solución (la solución final, claro) con este grupo de totalitarios que tiene el terrorismo en la entraña de su ideología. En eso ha terminado el PNV. ¿Que no es lo mismo que ETA? Ya lo sabemos, pero también que quiere lo mismo y que busca la convergencia de la manera que, en casa momento, sea posible, que van de la mano, como quería Monzón.

Tanto ha triunfado que los procedimientos para salirse con la suya parecen similares. Monzón, que sólo quería la más agobiante y represora de las patrias vascas posibles –todas un poco indignantes, la verdad–, no tuvo empacho en buscarla paseándose sin ser perseguido por la Francia ocupada por los nazis. La ilegalidad y la opacidad a cualquier libertad siempre han sido un procedimiento atractivo para los enemigos de la democracia. Debía pensar que, al fin y al cabo, allí estaban los alemanes porque los franceses se habían equivocado, que es lo que su partido dice ahora, en otro ejercicio de cinismo totalitario, del Tribunal Supremo. Cualquier cosa antes de terminar con ETA.

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