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Pío Moa

Ligeros avances

El suplemento cultural de El Mundo del 17 de julio, traía una encuesta entre nueve historiadores en torno a la guerra civil. Una conclusión extraíble de ella es que la necesidad de un debate serio al respecto se abre paso, si bien muy lentamente, y que los historiadores de izquierda o “progres” van suavizando sus posiciones, tan arrogantes y sectarias hasta hace bien poco. Se observa cierta vacilación en sus asertos, tras decenios de pose indignada por la rebelión militar contra “un gobierno legítimo y democrático”, o de beatificación de la república en general, y de Azaña en particular. Así, Juliá admite que “los grandes estudios de la guerra suelen ser muy críticos con la República” –durante años no ha sido así–; Preston reconoce que hay “libros de derecha malos y buenos” –a partir de sus propios estudios, sólo los habría malos–; Tusell nos informa de que “a nadie se le ocurriría decir hoy en día, que en julio de 1936 España vivía en una situación de democracia estable” –tan inestable que llamarla democracia tiene algo de humor negro. Son avances ligeros, ya digo, pero significativos.

No obstante, las malas costumbres y el sectarismo de la izquierda, manifiestas también en parte de la derecha, permanecen. Entre las obras fundamentales sobre la guerra, Charles Powell cita a Preston en la izquierda, a Carr en el centro y a Payne “más conservador”; y asegura que “quien realmente quiera conocer a fondo la guerra civil debería leer a los tres”. Numerosos historiadores anglosajones analizan las cosas con esa engañosa neutralidad. La realidad histórica no consiste en una mezcla de versiones opuestas, ni el valor de un libro de historia radica en si es de izquierda, derecha o centro, sino en su grado de aproximación a los hechos y su capacidad crítica con respecto a otras versiones. Quien haya leído sin prejuicios a los tres, sólo puede concluir que Payne está muy encima de los otros, y los errores de Carr, y no digamos de Preston, son tan enormes y manifiestos, que ningún conocedor serio del asunto podría respaldar a Powell. Peor resulta aún Nigel Townson, para quien “Los grandes relatos de la guerra son de gente como Thomas, Jackson o Carr”. Puede apreciarse, de paso, el desprecio implícito de Townson y Powell hacia las contribuciones de los historiadores españoles “progres”, justo pago, por lo demás, al tradicional servilismo de éstos hacia la historiografía anglosajona.

Otras observaciones corrientes caen en el mismo estilo de falsificación, vuelto casi inconsciente en la izquierda. Según varios autores señalan no existe una historiografía de los vencidos, pues éstos habrían generado diversas y aun contradictorias versiones. Sin embargo en algo han coincidido todos ellos: en la radical falsificación de que la guerra enfrentó a los demócratas republicanos y a los reaccionarios fascistas. Ese tópico, fomentado de manera muy especial por la propaganda estalinista, constituye la sustancia de la interpretación de la mayoría de los vencidos (y, por supuesto, de los historiadores que se identifican con ellos). En lo demás, por supuesto, se apuñalaban y se apuñalan entre ellos. A eso le llaman “pluralismo” los historiadores progres.

Muy significativa es la insistencia de varios encuestados en que durante los cuarenta años del franquismo sólo se permitía en España una versión. Eso recuerda la excusa de tantos socialistas cuando llegaron al poder, acusando por las buenas de corruptos a sus antecesores: “¡Ahora nos toca a nosotros!”, venían a decir. Y bien que lo cumplieron. En realidad, el franquismo se preocupó poco de estudiar la guerra, y ya durante los años 60 la versión que se iba imponiendo en la universidad era la neostalinista, de la pluma de Tuñón de Lara especialmente. Eso aparte, ¿acaso el sectarismo franquista de, por ejemplo, Arrarás, va a servir de cobertura a los sectarismos y desvirtuaciones actuales de los Juliá, Casanova, Tusell y tutti quanti?

También coinciden Powell, Casanova y, más implícitamente algunos otros, en que, como resume Townson, mi libro Los mitos de la guerra civil “no añade nada nuevo, no hay en él investigación, se limita a repetir la versión de los vencedores. No ha supuesto ninguna novedad entre los historiadores y carece de credibilidad”. Se ha vuelto una especie de consigna repetir, como dice Juliá, que mis trabajos no pasan de “fusilar” a Arrarás. Bien, en algún momento tendré que vencer mi natural modestia para aclarar a estos romos críticos algunas aportaciones mías, pero por el momento les brindo esta doble reflexión: a) aún si yo repitiera en lo esencial viejas tesis, no es infrecuente en la historia que vuelvan a primer plano teorías desechadas o supuestamente superadas durante un tiempo, y la crítica debe reconsiderar la sustancia de ellas, en lugar de etiquetarlas con alguna frase descalificatoria; b) como esos críticos saben, o debieran saber si realmente me han leído, yo me apoyo fundamentalmente en textos y documentos de la izquierda, socialistas, comunistas, republicanos o anarquistas, y no en Arrarás. Si esa documentación termina por avalar las conclusiones de Arrarás, ello debe ser motivo de seria preocupación para los Juliá, Townson, Casanova, Powell y compañía.

La encuesta de El Cultural tiene otro mérito: es más objetiva y equilibrada de lo común en nuestros medios. Así, al lado de los izquierdistas y progres de siempre, hemos podido expresarnos César Vidal, Stanley Payne y yo mismo. Avanzamos.

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