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Amando de Miguel

Cama y lecho

Siempre me ha maravillado el hecho curioso de que los españoles hayamos preferido decir “cama” y no “lecho”. Las dos voces son intercambiables, pero el “lecho” (mortuorio, del dolor, etc.) es para asuntos solemnes, poéticos. Lo que de verdad marcamos y utilizamos es la “cama”. Ambas palabras proceden del tronco legítimo: latín, griego, sánscrito. La variante es sutil. La “cama” viene del latín vulgar y nos lleva hasta el sánscrito, donde la “cama” es el amor o el goce. “Cama sutra” = los versos del amor. Es muy posible que, cuando el español estaba dando sus primeros vagidos, la “cama” fuera más bien la de los animales. Da gusto verles dormir o refocilarse. Así pues, dejemos el lecho para los poetas, y vayamos todos a la cama. Seguramente, los “camaradas” eran los que compartían la cama, un hecho frecuente antes en los cuarteles, conventos, posadas y otros lugares colectivos.

Algo parecido sucede con otra pareja de vocablos intercambiables: “labor” y “trabajo”. Ambas proceden del latín. En el latín culto “labor” era la obra hecha en una jornada de esfuerzo. Pero en español (y en algunos otros romances) nos dio mejor por “trabajo”, que es lo que “traba” o ata por los pies. Evidentemente, el mejor remedio contra la vida trabajosa es la cama.

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