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Los dos discursos de Washington

Había demasiadas razones para derribar a Sadam Husein. La primera, que era un indeseable. La segunda, que era un peligro. La tercera, que era un obstáculo. La cuarta, que resultaba impredecible. La quinta, y más determinante, que la política de contención ensayada desde el fin de la primera Guerra del Golfo resultaba cada vez más difícil de sostener. Pero tener demasiadas razones puede convertirse en un problema político. Así, en términos de opinión pública es mejor tener una buena causa que muchas razones complejas para hacer algo. El exceso de razones dispersa el discurso y termina saturando a los ciudadanos.

La Administración Bush ha hecho lo correcto en Irak, pero ha cometido errores en su ejecución. El principal es que ha mantenido un doble discurso cuyas contradicciones pagamos ahora. En el discurso interno, el mensaje era la necesidad de liberar a Irak de la tiranía. Era un discurso cargado de razón moral. Existía una posibilidad para expandir la democracia y la libertad que no podemos desaprovechar. Estados Unidos debe tener no sólo la fuerza y la determinación para defender su seguridad sino para construir un mundo mejor.

Este discurso de principios y convicciones se solapaba con un discurso de formalismos y realismo. Invadimos Irak porque nos lo exige la legalidad internacional. Es necesaria una resolución de la ONU que nos autorice el uso de la fuerza. Las armas de destrucción masiva, más que un peligro, constituyen una coartada para asegurarnos esa autorización. El apoyo de los socios europeos resulta imprescindible. Hay que consensuar el curso de acción con los países árabes.

El fracaso de este discurso apenas puede ser contenido por el éxito del primero. En primer lugar, Estados Unidos y sus aliados británico y español no sólo no lograron arrancar al Consejo de Seguridad una última resolución autorizando expresamente el uso de la fuerza, sino que debieron asumir un elevado desgaste político en el intento. En segundo lugar, situar las armas de destrucción masiva como única razón para derribar el régimen de Sadam ha demostrado ser un error cuyas consecuencias paga ahora un Blair que ve volatilizarse su gran prestigio político. Por último, Estados Unidos sufre una crisis de imagen y credibilidad en todo el mundo.

A pesar de todas las dificultades, Irak será un éxito de la libertad. Una de las dictaduras más sangrientas del mundo ha sido derribada. La democracia terminará por germinar en la sociedad iraquí. La operación ha abierto una posibilidad que parecía imposible para la paz en Oriente Medio. Otros regímenes totalitarios como el iraní o el sirio han recibido un serio aviso sobre dónde están los limites. Sin embargo, las contradicciones que se viven en Washington siembran dudas y minan el prestigio de la primera potencia mundial.


GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.

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