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Cristina Losada

El milagro que no hizo el apóstol

“Com Espanha nunca mais”, decían los carteles de los independentistas gallegos que llamaban a manifestarse el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, Día de Galicia, “día da patria” para las tribus nacionalistas. Para ellas, todos los males, hasta el Prestige, que venía de Rusia, acaban viniendo de España, de la España hostil que se inventan y de la que se alimentan. Pues muy bien. Que se cumpla su voluntad y que se empiece por devolverle al resto de España lo que le corresponda de las ayudas que recibieron los afectados por la marea negra; que los voluntarios que de allí vinieron manchen de nuevo lo que limpiaron; que el gobierno español paralice las inversiones en infraestructuras aceleradas tras el Prestige y que, en fin, todo lo que provenga de esa España se devuelva o se destruya. Ese sería el comportamiento consecuente de quienes piensan que sin la tal España no hubiera habido catástrofe. Y, especialmente, sin su Gobierno y su ministro de Fomento.

Esto no sólo lo dicen los más fanáticos, sino que ha sido el consignazo diario de toda la oposición gallega y española y sus animadores mediáticos. De ahí que la concesión a Álvarez Cascos y a Loyola de Palacio, junto con otros muchos, de la medalla de oro de Galicia se haya convertido en la última batallita del Prestige. Nadie se había preocupado jamás de a quien demonios se les daban esas chapas, pero los de Nunca máis, en un ramalazo paleto, hicieron de esa tontería protocolaria un asunto de “dignidad” y convocaron una manifestación de protesta en Compostela, que coincidía, aunque oportunamente no se solapaba, con la tradicional mani del BNG. Y nacionalistas y socialistas han protestado formalmente por que se le dé esa distinción al que ellos consideran “máximo culpable de convertir un accidente en la mayor catástrofe ecológica de Galicia”.

Imaginemos por un minuto que el 13 de noviembre pasado, día del naufragio, hubieran estado gobernando socialistas y nacionalistas en Galicia. Ya sabemos que el PSOE no ha tenido buena mano para las catástrofes en las costas galaicas, que los damnificados por el Mar Egeo tardaron luengos años en cobrar algo y que el socialista González Laxe se lució de tal manera siendo presidente de la Xunta cuando el accidente del Casón, buque con productos químicos, que los habitantes de la zona hubieron de contenerse para no darle una felicitación inolvidable. Pero supongamos que aquellas muestras de ineptitud y negligencia no tienen por qué repetirse. ¿Qué hubieran hecho Beiras y Touriño con un petrolero de 70.000 toneladas que se aproximaba averiado a la costa finisterrana?

Yo creo que hubieran tenido que llamar al santo patrón para que les insuflara un poco de poder sobrenatural. Sólo un San Beiras, de plateada cabellera, y un San Touriño, de adusto semblante, podían haber detenido el temporal que estaba revolucionando aquellos días la costa verdescente; sólo esos santos podían haber llevado entonces al petrolero, como quien lleva un vaporetto por la laguna veneciana, a un remanso de aguas calmas, sin que soltara fuel por el camino y sin que se hundiera en lugar inconveniente.
En fin, que se necesitaban algunos milagros para evitar que el accidente del Prestige causara una marea negra. Como los santos Beiras y Touriño no estaban al mando, no los hubo. Estaba Cascos, que mandó alejar el barco; pésima decisión, aunque igual de mala que la contraria, si la hubiera tomado. Pues si en lugar de mandar el barco al quinto pino, hubiera dicho: que venga a puerto, y en esas se hubiera rajado el Prestige, ¡la trapatiesta que se hubiera armado! Había que haber alejado el barco, dirían todos los que hoy dicen que eso fue una salvajada. Y es por ello que el señor Rodríguez Zapatero, secretario general del PSOE, cuando en Vigo se le preguntó si había que haber llevado el barco a puerto, respondió: “Esa pregunta sólo se puede responder desde el gobierno”. ¡Qué cuco!

Puede que Cascos se equivocara, pero, como decía en una reciente visita a Galicia el nuevo presidente de la Agencia Marítima Europea, en casos así hay que tomar decisiones rápidas y nunca sabremos qué habría sucedido si se hubiera intentado llevar a puerto al petrolero. Pero cuando a la oposición no le interesa estudiar el caso, sino convertirlo en un arma letal contra el partido en el Gobierno, entonces elude o se le escapan las cuestiones esenciales y se limita a hacer demagogia e incitar a la caza del “culpable”. Y entre Cascos y Mangouras, que era el apóstol que iba al timón del petrolero, la elección estaba cantada.


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