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Carlos Ball

El cuarto poder

Se suele hablar y escribir mucho sobre la importancia de la separación e independencia de los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero no menos importante es la independencia y separación del llamado “cuarto poder”, los medios de comunicación.

El 18 de julio se suicidó el Dr. David Kelly, científico de 59 años, experto en armamentos del gobierno inglés, acusado de ser la fuente utilizada por la BBC al reportar que el gobierno había exagerado la peligrosidad de las armas químicas y biológicas de Irak, justificando así la invasión. La BBC había dicho que su fuente era un miembro del servicio de inteligencia y cuando eso resultó ser falso, el blanco de la opinión pública se desplazó de Tony Blair a la BBC

El editorial del 23 de julio del diario londinense Daily Telegraph expuso que “el prejuicio de la BBC contra la guerra condujo a una grotesca distorsión de la realidad”. Se repite la historia. Esa misma BBC no le daba acceso a Winston Churchill, en los años 30, para advertir sobre la amenaza de Hitler y Mussolini porque el entonces director de la BBC, John Reith, era un admirador de ambos dictadores y aliado de los primeros ministros pacifistas Stanley Baldwin y Neville Chamberlain, quienes rehusaban ver las amenazas del nacionalsocialismo y del fascismo. En su diario, Reith escribió sobre Churchill: “yo absolutamente lo odio”. Pero la misma BBC, tras una gran encuesta popular, designó a Winston Churchill el año pasado como el británico más destacado de todos los tiempos.

La BBC comenzó como una empresa privada con licencia exclusiva en 1922 y se transformó en un monopolio estatal en 1927. Según el historiador A. J. P. Taylor fue un arreglo satisfactorio para ambos partidos políticos: “A los conservadores les gusta la autoridad. Y a los laboristas les disgusta la empresa privada”. Entre los apparatchiks de la BBC se consideraba de mal gusto hablar de “ratings” (audiencia), ya que ellos definían el buen gusto británico. El problema entonces y ahora es que la BBC no es simplemente otro medio de comunicación más, sino una empresa estatal que no depende para sobrevivir de competir en el mercado de las ideas y ganarse la confianza de su clientela. Por el contrario, todos los habitantes del Reino Unido que tienen un televisor pagan un impuesto que va directamente a la BBC. La BBC dejó de tener el monopolio de la televisión británica en 1955, cuando el gobierno le dio una licencia al socialista Sidney Bernstein para lanzar Granada TV. Hoy hay docenas de canales, pero el poder de la BBC sigue siendo inmenso.

Aunque el inglés John Milton, en su obra “Areopagitica” publicada en 1644, ya hablaba de libertad de prensa, se oponía a que los periodistas estuviesen sujetos a una licencia y favorecía la libre competencia de las ideas, fue en Estados Unidos donde el derecho a la libre información fue establecido en la Constitución. El gobierno inglés mantuvo el control económico sobre la prensa hasta mediados del siglo XIX con la estampilla de impuestos en cada ejemplar y el impuesto a la publicidad. Sólo posteriormente aparecieron 26 periódicos en Londres y 86 en las provincias, mientras que para entonces en Estados Unidos ya abundaban los periódicos que se vendían por un centavo.

Walter Bagehot, uno de los primeros directores de The Economist decía, respecto a la información, que una vez que se introduce la fuerza es cuestión de suerte si ésta apoya la verdad o la mentira.

National Public Radio (NPR) y Public Broadcasting Service (PBS) son medios de comunicación de Estados Unidos con posiciones privilegiadas porque reciben financiamiento estatal y, casualmente, son también acusadas constantemente de presentar las noticias con un sesgo izquierdista.

Pero al menos en Estados Unidos no existen las agencias de información estatales, como la EFE de España, la France Presse, Notimex y todos esos órganos de propaganda estatal que tienen los gobiernos latinoamericanos para engañar a su propia gente.

Así como es saludable y conveniente una clara demarcación entre el Estado y la Iglesia, lo cual asegura la libertad de religión, tanto mis colegas periodistas como el público deben exigir una clara separación del Estado y los medios de comunicación. La política tiende a ensuciar donde mete la mano y pocas cosas tienen mayor atractivo para los políticos que influir en los medios de comunicación, para así mantener su cargo y su poder indefinidamente.

Carlos Ball es director de la agencia © AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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