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EDITORIAL

Aún queda cordura en el PSOE

Los barones “centrífugos” compiten en disparates liberticidas y anticonstitucionales acerca de la cuestión nacional. Líderes locales en Navarra pactan con los residuos de Batasuna con tal de acceder al despacho y al coche oficial. En Galicia, los socialistas se alinean con el antiespañol BNG. En Madrid, las siglas se convierten en tapadera y pretexto de oscuros negocios inmobiliarios. Hoy por hoy, el único denominador común del PSOE no es ni siquiera la E de España –para Maragall, Elorza, Antich, Touriño e incluso Marcelino Iglesias, un mero referente geográfico–, sino el “todo vale” contra el PP con tal de saborear las mieles del poder.

La deriva radical de la mano de Izquierda Unida y el modelo de “franquicia política” al que se dirige el PSOE, donde sus sucursales autonómicas (especialmente en el País Vasco, Cataluña, Aragón, Baleares y Galicia) postulan cada una un modelo diferente de España, han llevado al PSOE de Zapatero, como ya venimos diciendo desde hace algún tiempo, a un agudo proceso de descomposición motivado por la incapacidad de su líder de poner orden en el partido.

No obstante, es cierto que todavía hay en el PSOE algunas voces que se atreven a hacer gala en público de algo de cordura y de sentido común. Hasta ahora, Francisco Vázquez en La Coruña, José Bono en Castilla-La Mancha y –según en qué ocasiones– Rodríguez Ibarra en Extremadura, han sido las únicas voces discordantes destacadas –o, mejor dicho, las únicas voces armoniosas dentro de la estridencia general socialista– que han dado la alarma ante la preocupante situación del PSOE. La cual se agrava por momentos después del estruendoso ridículo en la Asamblea de Madrid, donde la Comisión de Investigación contra Tamayo, Sáez y el PP tiene todos los visos de volverse en contra de quienes la solicitaron en primer término, a medida que se van conociendo los tejemanejes inmobiliarios de Simancas y del matrimonio Mamblona-Porta, así como los pactos internos y los navajazos políticos en el seno de la FSM.

Ha sido precisamente el fiasco madrileño lo que ha impulsado a Cristina Alberdi a levantar la voz para reconocer que su partido ha hecho el ridículo en el asunto de la “trama” al presentar una querella sin fundamento, sin siquiera pararse a pensar que las razones de la defección de Tamayo y Sáez podrían muy bien ser de índole política por los problemas internos de la FSM, especialmente por la forma caciquil en la que se confeccionan las listas y se distribuyen los cargos. Asimismo, Alberdi ha condenado los excesos verbales de Zapatero en torno a este asunto –el líder del PSOE llegó a afirmar que lo sucedió en Madrid era tan grave como el 23-F– y ha aprovechado para criticar los disparates de Maragall y la indefinición del PSOE en torno a la cuestión nacional.

Como solución a tanto desbarajuste, la ex ministra propone un congreso extraordinario que fije las líneas generales de la política del PSOE, para desmarcarse de IU, para evitar que Maragall y sus imitadores vayan por libre intentando novedades u ocurrencias no previstas en la Constitución y quizá para introducir transparencia en la elaboración de listas electorales como la de Madrid. Aunque Alberdi podría tener razones para alzar la voz contra Zapatero y su ejecutiva –parece que el proyecto de sustituir a Simancas por su hermana Inés como cabeza de lista del PSOE en Madrid ha sido frustrado por Zapatero–, o que pudiera estar hablando en nombre de la “vieja guardia” de González –que parece haber decidido ya la liquidación de Zapatero tras su penosa intervención en el Debate sobre el estado de la nación–, lo cierto es que sus comentarios son una dosis de cordura y sentido común, de las que el PSOE anda tan necesitado. Para resolver un problema, el primer paso es, obviamente, reconocer que el problema existe. Aunque ese problema se llame Zapatero.


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